Sociedad
Vacaciones digitales, o cómo recargar nuestra batería mental
Llega el verano y el consumo digital se dispara: más allá de compartir una versión filtrada de nuestro tiempo libre en redes, la intolerancia al aburrimiento también nos empuja a revisar compulsivamente el correo de la empresa. No conseguimos desconectar. Por eso, en la era de la hiperdisponibilidad, es imperativo aprender a descansar tecnológicamente.
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Cuando recordamos las vacaciones de verano en la década de los noventa, es inevitable sentir cierta nostalgia por los rituales que ya se han perdido. Aquellos trayectos por carretera desviándonos para ver un pueblo con encanto porque el precio de la gasolina todavía no era prohibitivo, disfrutar de un helado sin asignarle la culpable etiqueta de ultraprocesado, las mañanas de playa distrayéndonos sin tecnología, simplemente con un par de palas o dando un paseo en la orilla. Hoy en día, las vacaciones han cambiado a causa de los avances tecnológicos y socioeconómicos, pero también de otros condicionantes que han menoscabado la salud mental de la población: precariedad, el riesgo de una nueva crisis económica y la hiperdisponibilidad digital.
Con el móvil continuamente en la mano, como si de una extremidad más se tratase, solemos obligarnos a desconectar. Pero, la mayoría de las veces, es tan solo una utopía. Cada vez que abrimos WhatsApp para enviar una fotografía a nuestros amigos, el chat grupal de la empresa y sus casi cien mensajes sin leer nos hipnotiza. Lo miramos pensando que algo dramático ha ocurrido para descubrir que no es tan grave: solo cuentan chistes o se están organizando para tomar una caña al salir de la oficina. Sin embargo, con este simple gesto hemos perturbado nuestro descanso psicológico.
Lo mismo ocurre cuando sentimos la imperiosa necesidad de revisar el mail de la empresa, leer artículos relacionados con nuestro campo laboral o preguntar a nuestro colega del trabajo si ya se ha ido todo a pique con cierta ironía, pero también con una carga de ansiedad por no saber qué ocurre en la empresa mientras no estamos presentes y, sobre todo, qué es lo que nos encontraremos al volver. Pensamos que así anticipamos el estrés posvacacional y hacemos acopio de estrategias para minimizarlo, pero lo cierto es que arruinamos la poca paz mental que nos queda tras meses trabajando incansablemente.
El teléfono móvil nos sirve de herramienta para externalizar nuestra necesidad de cambiar el mundo sin que el cambio se haga efectivo
Finalmente, logramos desconectar del trabajo. Centramos todo el esfuerzo mental en el carpe diem vacacional, o al menos lo intentamos. Pero volvemos a sacar el móvil, abrimos Instagram y subimos una fotografía con un oportuno filtro que tiñe de turquesa el color azul del cielo y del mar para que parezca más idílico. En nuestro feed, una publicación de un cocktail con el mensaje «saboreando la vida, que son dos días» acompaña a este paisaje. No nos conformamos con disfrutar del momento, necesitamos dejar constancia en internet.
Resulta reduccionista culpar al consumidor o a las redes sociables de esta realidad cuando la base de esta adicción a la inmediatez tecnológica se encuentra en la crisis socioeconómica que nos ha visto nacer, crecer, emprender y, ahora, descansar. En la actualidad, el teléfono móvil y el abanico de posibilidades que ofrece supone una vía de escape frente a la precariedad: no solo es un mero pasatiempo –muestra de ello es que las grandes figuras políticas y económicas utilicen las redes sociales como vía de comunicación–, sino que también resulta una forma de externalizar nuestra necesidad de cambiar el mundo sin que el cambio se haga efectivo.
Durante el verano, es recomendable priorizar el descanso y las experiencias cara a cara: si necesitas subir una foto, espera a llegar al hotel
Sube la gasolina y compartimos en masa nuestra indignación, pero al día siguiente surge un nuevo trending topic. Aunque tenemos la certeza de que hemos expresado nuestro desacuerdo ante las injusticias, a términos reales no ha servido para nada; solo hemos conseguido satisfacer nuestra necesidad de afiliación al obtener algunos ‘me gusta’, suficiente refuerzo para pensar que no estamos solos en una revolución que nunca se hace efectiva. Y para paliar la negatividad que nos consume, regalamos a nuestros seguidores una foto de nuestros pies en el agua mientras compulsivamente observamos el día a día de un influencer con una vida que desearíamos pero que nunca tendremos porque es ficción, un reality show en directo sin claqueta de cine, solo con filtros.
Desde la psicología, la recomendación clave es desconectar digitalmente, una tarea difícil cuando hasta los propios profesionales de la salud mental compartimos este tipo de pautas en nuestras redes sociales. Pero no necesitas un hilo de Twitter que te explique cómo disfrutar de las vacaciones mientras estás de vacaciones: simplemente tienes que cerrar Twitter.
Durante el verano, es recomendable moderar el consumo lúdico de redes sociales y priorizar el descanso y las experiencias cara a cara: si necesitas subir una foto, espera a llegar al hotel. Respecto a la desconexión digital en el plano laboral, evita cualquier tentación: cierra la sesión de tu correo electrónico y archiva el grupo de WhatsApp de la oficina. Detrás de estos hábitos se esconde un miedo a perdernos algo, quizá una noticia de actualidad impactante, las novedades que nuestros seres queridos comparten en redes o las crisis a las que se enfrentan nuestros compañeros de trabajo durante nuestra ausencia. Desgraciadamente, lo que nos perdemos es la vida. El mundo seguirá intacto tras volver de vacaciones, así que disfrutemos mientras tanto como si se fuese a acabar.
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