Opinión

¿Las peores personas del mundo?

Los parámetros de liberación que se han impuesto desde la sociedad reflejan, en parte, algunos de los defectos más graves de nuestras relaciones: su inestabilidad, su duración efímera y su condición líquida.

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15
julio
2022
Fotograma de la película ‘La peor persona del mundo’.

Muchas son las comparativas que se han hecho de Julie, el personaje protagonista de la nominada película La peor persona del mundo: Frances Ha, protagonizada magistralmente por Greta Gerwig, la eterna adolescente que busca un lugar idóneo donde satisfacer sus ansias creativas; Hannah Horvath en Girls, ese personaje de complicada existencia egocentrista y en momentos rozando lo neurótico; e incluso el personaje central de Fleabag, una inconformista empedernida en continua búsqueda del amor verdadero a través del hedonismo y el sexo. También esto se ha trasladado en una «masculinidad tóxica» en películas como American Psycho, donde se refleja al típico yuppie con éxito profesional anclado en la cultura del consumo y del mundo capitalista; en personajes como el encantador gamberro encarnado por Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street; o el protagonizado por Michael Fassbender en Shame, donde la vergüenza, la culpa y confusión le impiden disfrutar de su libertino modo de vida. Pero no es necesario remontarse a estos referentes contemporáneos, erigidos como iconos del neoliberalismo y el neofeminismo, para reivindicar esa supuesta «liberación» y esa insatisfacción «generacional».

El propio Flaubert, con la publicación de Madame Bovary y la creación del concepto bovarismo –que surgió a raíz de la novela por esa infelicidad permanente de la protagonista– reflejó a esa mujer que no deja de soñar con otra vida y de buscar la evasión en el romance, enfrentando así sus ilusiones y aspiraciones con la realidad, conduciéndola a una utopía sentimental y vital.

De hecho, uno de los elementos comunes a Julie, protagonista de La peor persona del mundo, y Emma Bovary, a diferencia de las protagonistas anteriores, es precisamente el de la soledad permanente. Tanto Julie como Emma buscan la diversión y el éxito para sí mismas como una forma de experimentación individualista y hedonista más allá de la relación social con su alrededor. Julie prefiere colarse en una fiesta con extraños y hacer volar su imaginación que celebrar el éxito de su pareja en un momento de desidia existencial o compartir sus preocupaciones con amigos y amigas. Ambas, atrapadas en la insatisfacción permanente, son incapaces de compartir sus momentos de diversión, éxtasis, dudas o reflexiones con amigas o conocidos. 

«Estos personajes reflejan perfectamente el ‘selfie’: huyen de las fotos en grupo porque realmente están solas»

En parte son el reflejo perfecto del selfie actual: huyen de las fotos en grupo porque realmente están solas. Su búsqueda y éxito vital, que traducen en la experimentación de múltiples sensaciones, la hacen de un modo individualista. En el caso de Emma, prefiere consumir bienes materiales que se traducen en deudas; en el caso de Julie, en forma de contactos efímeros con extraños y consumismo emocional. Un reflejo fiel de la sociedad de hiperconsumo actual que podría traducirse en la preferencia de un maratón de series solo en tu casa en vez de la emoción del cine; comprar en un comercio local en contraste con hacer clicks en cualquier tienda low cost online; o incluso presenciar un aluvión de conciertos en un festival como el que asiste a un tour turístico, atiborrándonos de supuesta cultura. 

Clicks de dopamina donde al final es más importante la foto y los likes que la experiencia en sí, lo que se traslada en el caso de Julie a trabajos inestables y efímeros, así como a relaciones líquidas donde no se entrega por completo, confundiendo el compromiso y estabilidad con la negación de la libertad y la invasión a sus intereses creativos y vitales.

El problema no es que Emma Bovary sea incapaz de amar a su marido Charles o Julie a su pareja, lo cual es legítimo: el problema es que son incapaces de sentirse plenas con nada ni con nadie. Muestra de ello son las actitudes de rechazo de Emma hacia su amante León en la fase «anticlímax» de su relación, que precisamente se produce cuando este le corresponde y muestra interés por ella; incluso es posible percibirlo en su incapacidad para atender o disfrutar de su propia hija.

«Julie confunde el compromiso y la estabilidad con la negación de la libertad y la invasión de sus intereses»

En el caso de Julie, esta lo resume en una frase contundente: «Te quiero pero no te quiero», le explica a su novio Aksel, un novelista gráfico de mayor éxito que ella; lo mismo ocurre en el giro emocional en sus sentimientos hacia su segunda pareja, Eivind, al que infravalora en el momento en que es consciente del éxito profesional de su anterior pareja.

Si Emma Bovary sufrió la condena social como «heroína inadaptada» a su tiempo por dejarse llevar por sus pasiones sin detenerse a pensar en las consecuencias, también la han sufrido en la sociedad contemporánea aquellas que libremente han decidido no seguir los parámetros de liberación y empoderamiento femenino impostado, tal como ocurrió con la cantante Patti Smith, quien aparcó su carrera para criar a sus hijos y fue criticada por un sector del activismo feminista norteamericano por haber renunciado a su vida profesional por una vida de hogar.

La diferencia es que a Julie, a pesar de rozar la treintena, le ha tocado vivir en otro tiempo, con lo que puede permitirse ciertas actitudes justificándose en una «supuesta» honestidad; justo al contrario que Emma. Sus decisiones, a diferencia de Emma Bovary, no tienen una grave repercusión social, pero sí emocional: Emma Bovary se condena a sí misma e indirectamente a su hija, lo que culmina en un triste destino para ella; Julie en cambio, no llegará a ser madre, viéndose incapaz de reprimir una sonrisa cuando ve correr la sangre sobre sus pies.

Y es que Julie, en contraste con Emma Bovary, y aunque caprichosa, egocéntrica e incapaz de entregarse al cien por cien con nada ni con nadie en una vorágine de duda existencial continua, no es «la peor persona del mundo». Básicamente «se deja llevar», permitiéndose tener todas las puertas abiertas sin tomar ninguna decisión. Eso no significa que no sea una «esclava» de su tiempo y de las imposiciones sociales. Aunque tengas la libertad de elección, puede que llegue un momento en el que presenciarás, sin ser del todo consciente, que se han hecho las elecciones por ti. Y entonces verás en luces de neón un cartel parpadeando: game over.

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