«Nunca hemos tenido una democracia que haya tratado igual a todos los ciudadanos»

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26
julio
2022

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Algunas democracias son muy homogéneas; otras han mantenido durante mucho tiempo una jerarquía racial o religiosa muy marcada, en la que algunos grupos dominan y explotan a los otros. A lo largo de la historia ninguna democracia ha conseguido jamás ser a la vez diversa e igualitaria. Y, sin embargo, lograr ese objetivo es ahora el foco del proyecto democrático en países de todo el mundo. ¿Tendrán éxito o están abocadas al fracaso? Esa es la pregunta que intenta resolver el politólogo Yascha Mounk (Alemania, 1982), uno de los principales analistas de estos tiempos y autor de ‘El gran experimento: por qué fallan las democracias diversas y cómo hacer que funcionen’ (Paidós), en su último libro. En esta entrevista nos revela por qué garantizar el éxito de las democracias es esencial.


¿Cuál es ese gran experimento?

Hemos tenido democracias relativamente diversas en el pasado, caracterizadas por la dominación, la esclavitud y la exclusión. Hemos tenido democracias homogéneas que han funcionado relativamente bien. Pero lo que no hemos tenido son democracias diversas, entendidas como países en los que hay diferentes etnias y religiones, que hayan logrado tratar con igualdad a todos los ciudadanos. Eso es lo que intentan hacer muchas democracias en todo el mundo ahora. Y es lo que llamo el gran experimento. No obstante, creo que es muy difícil alcanzar el éxito: he estudiado sociedades diversas en todo el mundo, y lamentablemente muchas de ellas están caracterizadas por deficiencias como la fragmentación o la anarquía estructurada. Aún así, tengo el mensaje optimista de que, en la actualidad, la mayoría de las democracias del mundo están lidiando mucho mejor con la diversidad que hace 50 ó 25 años. Y creo que podemos seguir haciéndolo incluso mejor en las próximas décadas.

En muchos países del mundo donde residen grandes cantidades de inmigrantes, muchos de ellos sin papeles, el rechazo a la inmigración es muy popular. Pero también aparecen políticos que están dispuestos a decir que van a aceptar inmigrantes. ¿Cómo fomenta esa dinámica política los rechazos a la inmigración?

Cuando observamos lo que ha pasado en nuestra política en las últimas décadas, vemos que hay gente muy exitosa, tanto en la izquierda como en la derecha, que quiere dividir a la población. Argumentan que estamos profundamente definidos por nuestros orígenes étnicos o por el grupo al que pertenecemos. Estos emprendedores del conflicto existen en todos los ámbitos de la sociedad, y a veces triunfan. Pero también hemos visto triunfar a muchos políticos que se toman en serio los retos de construir una sociedad diversa, y cuyos argumentos no son ingenuos. Estos no dicen necesariamente que hay que crear sociedades cada vez más diversas, más bien que todas las personas de los diferentes grupos son miembros legítimos de la sociedad, que pertenecen al país y que debemos mantenernos solidarios. En Estados Unidos vimos que Donald Trump se convirtió en un presidente de un solo periodo, profundizando la división. Pero también que Barack Obama ganó la presidencia en dos ocasiones, subrayando los intereses comunes de los estadounidenses y buscando trabajar por todas las personas. Eso es una táctica retórica y política. Pero no está siendo adoptada por suficientes políticos en las democracias contemporáneas.

«Para poder tener discusiones sociales robustas necesitamos que la gente sienta que puede expresarse sin riesgo»

Durante los últimos 16 años, la organización Freedom House ha advertido de que hay un declive global en la democracia. ¿Puede haber un cambio en esta tendencia o va a seguir cayendo? 

Depende de las decisiones que tomen los ciudadanos y los políticos. Durante mucho tiempo hubo una tendencia negativa entre el público con respecto a cuán importante se pensaba que era la democracia y cuán peligrosos se pensaba que eran los regímenes autoritarios. Eso se debía en gran parte a la relativa debilidad de las potencias autoritarias y dictaduras del mundo. Pero ha comenzado a cambiar. Por ejemplo, para la gente joven en Estados Unidos, que no solía darle particular importancia al hecho de vivir en democracia, la elección de Donald Trump ha servido como una llamada de atención. Creo que la gente joven en todo el mundo observa horrorizada la invasión de Vladimir Putin en Ucrania y se pregunta cómo se vería el mundo si fuese gobernado por Putin y otros dictadores. Ojalá todo esto termine fortaleciendo nuestra determinación para defender a las instituciones democráticas y luchar por ellas. Espero que esta tendencia tan preocupante en la democracia nos inspire a tomar mejores decisiones.

A menudo, tus análisis generan mucha controversia. Tus ideas sobre la cultura de la cancelación, por ejemplo, causaron un gran debate. ¿Qué es la cultura de la cancelación y por qué te preocupa tanto?

Uno de los elementos fundamentales de nuestro sistema político es que debemos tener libertad de expresión en términos legales. Poder criticar al Gobierno y defender nuestras creencias sin temer ir a prisión. Ese tipo de libertad está en gran parte preservada y garantizada en las democracias del mundo que funcionan correctamente. Pero para poder tener discusiones sociales robustas, también necesitamos que la gente sienta que puede expresarse sin el riesgo de perder su empleo o de enfrentarse a consecuencias sociales muy punitivas.

«Durante mucho tiempo hemos dado por sentado los valores liberales básicos que sostienen nuestras instituciones democráticas»

Hay un número importante de encuestas que demuestran que una gran mayoría de los estadounidenses prefieren no expresar su opinión sobre temas políticos sensibles porque les preocupan las consecuencias que eso podría implicar. Y cerca del 95% de los estadounidenses dice que este tipo de congelamiento de la libre expresión es un gran problema en la actualidad. Creo que las repercusiones políticas de esto pueden ser muy desastrosas, pues empodera a los populistas de la extrema derecha a decirle a los ciudadanos: «Mirad, aquellos que están en el poder os subestiman tanto que no os dejan expresaros libremente. Necesitáis de alguien que luche por ustedes en contra de esa élite». Y cuanto más sientan que no pueden siquiera hablar abiertamente de sus creencias, más tentados se verán a votar a personajes que sí representan un peligro real para nuestras democracias.

En 2020 fundaste una comunidad y una revista digital llamada Persuasión. ¿De qué se trata? 

Durante mucho tiempo hemos dado por sentado los valores liberales básicos que sostienen nuestras instituciones democráticas. Hemos dado por sentado el rechazo a ese etnonacionalismo, que considera que todas las formas de diversidad son peligrosas. Hemos dado por sentado la importancia de la libertad de expresión y de asociación. Así que en este momento, en el que estas instituciones e ideas están siendo seriamente amenazadas, es muy importante construir una comunidad, un grupo de personas que piensen muy cuidadosamente sobre el tipo de acciones que pueden proteger los valores más fundamentales de la democracia liberal. Y eso es precisamente lo que intentamos hacer.

«Es hora de enfrentarse al mundo sin esa ilusión reconfortante por la que yo, y muchos en mi generación, nos dejamos llevar»

Recientemente escribiste un artículo sobre el fin de la gran ilusión. ¿Cuál es esa gran ilusión que tú das por terminada? 

Yo nací en Alemania en 1982. Tenía 7 años cuando cayó el muro de Berlín. Mis primeros pensamientos sobre la política coincidieron con el fin del comunismo y el comienzo de un período en el que Estados Unidos era el país más poderoso del mundo. Cuando comencé a utilizar internet, la promesa era que esta tecnología conectaría a personas de todo el mundo para que nos entendiéramos cada vez mejor. Y cada año de mi vida, hasta que cumplí 20 años, más países se volvieron democráticos de los que se movieron hacia el autoritarismo. Así que especialmente para mi generación, y también quizá para aquellos que son mayores que yo, existía la tentación de pensar que en 25, 50 o 100 años el mundo sería más pacífico y estaría dominado por naciones democráticas. Pero en los últimos 20 años esas ilusiones han sido destruidas por los ataques del 11 de septiembre, por la guerra en Iraq, por la crisis financiera de 2008 y, sobre todo, por el auge de potencias autocráticas muy seguras de sí mismas como China y Rusia. Es hora de enfrentarse al mundo sin esa ilusión reconfortante por la que yo, y muchos en mi generación, nos dejamos llevar.

Entonces, si una persona quiere tomar acción, ¿qué debe hacer para proteger su democracia?

Lo más importante que se puede hacer es fortalecer los movimientos políticos que son filosóficamente liberales. Puede que algunos de estos movimientos sean liberales en el sentido económico, otros puede que sean socialdemócratas o incluso socialistas. Pero lo que tendrán en común es que reconocen que a pesar de todas las fallas de nuestras sociedades, el derecho a la autodeterminación colectiva y a la libertad individual son valores fundamentales en base a los cuales debemos organizarnos. Deben reconocer que estos principios son los que nos han permitido progresar hacia la construcción de democracias diversas que son mucho más justas e inclusivas que las del pasado. Y que si bien no podemos conformarnos, no debemos abandonarlos, sino luchar por cumplir más cabalmente con estos principios que guían nuestras sociedades.


Este contenido fue emitido en formato audiovisual por el programa de televisión ‘Efecto Naím‘, una producción de Naím Media y NTN24. Forma parte de un acuerdo de colaboración de este programa con la revista Ethic.

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