Agua

Alerta máxima por sequía

Europa no se libra de los efectos más devastadores del cambio climático: mientras los incendios devoran parte del continente, el agua escasea cada vez más. ¿Qué futuro podemos esperar?

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19
julio
2022

Hemos pasado una nueva ola de calor, la segunda del verano, con las temperaturas habiendo rozado en muchos lugares de España (y superado, en algunos casos) los 40 grados. Cuando el termómetro sube a estos niveles nos enfrentamos a un riesgo más elevado de incendios, lo estamos comprobando trágicamente en las noticias. Los datos oficiales apuntan que hasta junio de este año han ardido ya cerca de 63.000 hectáreas, cinco veces más que la media de los últimos años y casi tantas como en todo 2021. Y lamentablemente, el fuego no para. 

Para colmo, estamos viviendo un periodo de escasez de precipitaciones. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) ha comunicado ya que 2022 es ya el tercer año más seco del siglo XXI y el cuarto desde 1961. El volumen medio de precipitaciones acumuladas entre el pasado 1 de octubre y el 28 de junio está un 25% por debajo del valor normal correspondiente a ese periodo. 

El resultado es que nuestros recursos hídricos se reducen de forma alarmante: el nivel medio que presentan esta semana los embalses del país es del 44,39% de su capacidad total, una cifra situada un 9,2% por debajo de la capacidad que mostraban en la misma semana de 2021 y un 20% inferior a la de la misma semana de hace una década. Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura y la Región de Murcia son las comunidades autónomas más afectadas.

Los datos oficiales apuntan que hasta junio de este año han ardido ya cerca de 63.000 hectáreas

Y las consecuencias de esta preocupante sequía ya han comenzado a ser noticia: en Extremadura, por ejemplo, 200 municipios han decidido que no llenarán sus piscinas este verano; en el norte de la provincia de Córdoba se han impuesto restricciones en el riego que afectan a cultivos como el almendro; y en algunas zonas de Castilla y León, por ejemplo, se ha declarado ya la «situación excepcional», lo que puede terminar limitando también el agua destinada a regar cultivos clave como la remolacha o el maíz.

Una crisis compartida

Esta delicada situación no es exclusiva de nuestro país: las autoridades europeas han alertado de que 2022 será para el continente un año complicado en lo que respecta a desastres naturales como sequías e incendios forestales, ambos fenómenos consecuencia directa de los efectos del cambio climático.

Nuestros vecinos de Portugal, por ejemplo, ya tenían a finales de junio una calificación de sequía «extrema» o «grave», con un volumen de precipitaciones desde octubre situado ligeramente por encima de la mitad promedio del periodo; se trata del segundo registro más bajo desde 1931. Según asegura un reciente estudio publicado por la revista Nature Geoscience, la Península Ibérica está viviendo su mayor sequía en los últimos 1.200 años. No es la única zona: también Italia está pasando por su peor sequía en 70 años, razón por la cual acaba de aprobar la declaración del estado de emergencia en toda el área de las cuencas del río Po y de los Alpes Orientales, que se mantendrá vigente hasta el 31 de diciembre.

Llama la atención escuchar a su ministra de Asuntos Regionales y Autonomías, Mariastella Gelmini, decir que necesitan garantizar el agua potable a todos los ciudadanos italianos y al sector agrícola. Normalmente, el agua potable nunca falta en los países desarrollados, pero si hemos empezado ya a hablar en estos términos dentro de Europa, nuestros cinco sentidos deben activar también su propio estado de alarma.

Escasez de agua… ¿y hambre?

En el mundo existen al menos 489 millones de personas que no disponen de acceso a agua potable. De ellas, en torno a la mitad se encuentran en África, y la otra mitad se reparten entre Asia y América Central y del Sur. Los países más pobres son, según los estudios del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, los que más riesgos tienen de sufrir los efectos del calentamiento global.

Entre los 489 millones sin acceso a agua potable, una mitad se encuentra en África, mientras la otra se reparte entre Asia y América Central y del Sur

En concreto, la zona del Cuerno de África está viviendo la peor sequía registrada en cuatro décadas, con cuatro años seguidos sin estación de lluvias: los cultivos se secan, el ganado se muere y la escasez de alimentos se complica aún más con la subida de precios provocada por la invasión de Ucrania. El hambre atenaza a una población que comienza a desplazarse por miles, buscando en otros países la forma de seguir vivos. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) está pidiendo apoyo urgente para ayudar a las personas desplazadas y a las comunidades de acogida en los países vecinos, que tampoco tienen la mejor de las situaciones.

Pero como vemos, Europa tampoco se libra de las consecuencias del cambio climático. Puede que no lleguemos a padecer hambre, pero sí podemos sufrir en nuestra propia piel la incomodidad de que nos corten el grifo a determinadas horas del día, que no podamos librarnos del calor de este verano en las piscinas municipales o que los precios de los alimentos se encarezcan aún más por la falta de producción.

En España, a pesar de todo, estamos «mal acostumbrados» a tener todo el agua que queremos y a un precio que nada tiene que ver con el de otros países –de media, de hecho, apenas representa un 1% del presupuesto familiar–, pero no debemos descuidarnos. El futuro es incierto, y si queremos que nuestros hijos y nietos sigan teniendo la misma suerte que nosotros, estamos tardando en concienciarnos de que, como dicen los eslóganes comerciales, «cada gota, cuenta». Cuidar el agua, ahora que podemos, no es una opción; es un imperativo para nuestra sociedad.


Antonio Espinosa de los Monteros es CEO y co-fundador de AUARA.

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