Educación

Universidades: nacen, crecen, se reproducen y… ¿mueren?

La educación superior tiende a estar sometida al análisis exhaustivo de su forma de funcionar, además de la controversia generada continuamente por maestros, estudiantes y la población en general. ¿Cuál es el origen de estas instituciones? No está del todo claro, pero lo que sí es evidente es que siempre se han transformado –de una forma u otra– cuando la población ha demandado un cambio educativo.

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17
junio
2022
Universidad de Edimburgo.

La liquidez del siglo XXI lleva de la mano, para lo bueno y para lo malo, reformas que repercuten directamente en todo un sistema construido sobre la tradición. Uno de ellos es la educación primaria y secundaria, que sigue sostenida por unos andamios de la Revolución Industrial cada vez más oxidados. Pero de acabar derrumbándose, ¿qué ocurrirá con uno de sus grandes resultados, esa institución que nació como máximo templo del saber?

El primer paso para replantearnos el futuro de las universidades, antes de abordar las grietas de su financiación, relevancia y objetivos, es conocer su pasado. Ahora bien, sería complicado ubicar cronológicamente la primera aparición de algo sobre lo que ni siquiera existe un acuerdo común a la hora de definirlo. Si entendemos que el procedimiento de entregar diplomas por estudios avanzados es un elemento imprescindible de la universidad, entonces su origen comienza en la Europa medieval. Por contra, si una universidad incluye intercambio de formación superior sin título de terminación, la historia cambia. Al fin y al cabo, la palabra universidad proviene de la suma en latín de unus (uno) y el verbo vertere (doblar, hacer girar). Es decir, la universidad nació como la cualidad de girarse hacia uno mismo. Por tanto, acogiéndonos a su etimología, en el siglo V a.C. ya existía una universidad en India. En el año 260 había una China, y en el 990 en Egipto.

Tras la destrucción del Imperio romano, la Iglesia se convirtió en la principal encargada de gestionar la educación de la población

En nuestro continente, el punto de partida fue la revolución de la Academia platónica en la Antigua Grecia, que inspiró a Aristóteles a crear la Escuela Peripatética en el 387 a.C. Por aquel entonces, la educación estaba reservada a unos pocos seleccionados por los propios maestros, y las enseñanzas se hacían todas desde el punto de vista helenístico. Ese limitado ángulo de conocimiento se empezó a abrir gracias al templo de las musas, o dicho de otro modo, el Museo de Alejandría. Este centro guió a los eruditos autóctonos a entrometerse en asuntos internacionales, ya que en las estanterías que conformaban la famosa biblioteca de Alejandría había obras de todo el mundo.

Aparte, existían otras instituciones cercanas con los mismos objetivos, y este sistema educativo, que seguía la tradición platónica, continuó practicándose en Europa hasta el siglo VI.  Tras la destrucción del Imperio romano de Occidente, la Iglesia Católica se convirtió en la principal encargada de gestionar la preservación de la civilización clásica y la educación de la población, creando para su cometido una especie de escuela medieval llamada Studia Generalia, espacios de estudio para educar a monjes y clérigos europeos más allá de lo que aprendían en los monasterios.

Hasta el siglo XVIII, la educación superior se desarrollaba en torno a las siete artes que, una vez dominadas, abrían la puerta a otras ramas como la medicina o el derecho

Bajo este contexto, en el siglo XI nació la primera universidad oficial, con diplomas incluidos: la Universidad de Bolonia. A pesar de que su título de primera es debatible, hay un acuerdo tácito de que fue al menos fue una de las primeras. Empezó como una escuela exclusivamente de derecho, pues la sociedad italiana demandaba más formación para combatir las imposiciones de las autoridades imperiales o religiosas. Este acontecimiento desencadenó, por un lado, en la creación de otras universidades alrededor del país, y por otro, en los primeros enfrentamientos ciudadanos contra el sistema feudal. El resultado fue una expansión de la educación en Europa y… la primera aparición de la clase media.

A partir de entonces, el boom universitario llegó a París, a Oxford, a Salamanca… Y hasta el siglo XVIII, la educación superior se desarrolló en torno a las siete artes liberales: gramática, lógica, retórica, geometría, aritmética, astronomía y música. Una vez dominadas, los estudiantes podían acceder a las facultades de medicina, derecho y teología, entre otras. En el siglo XIX hubo una considerable renovación en gran parte de las instituciones, acercándolas al modelo que conocemos actualmente. Algunas pasaron a ser financiadas por el Estado, las mujeres comenzaron a ser admitidas, se restó importancia a las lenguas clásicas para dársela a las lenguas modernas… Inevitablemente, las universidades se adaptaron a las necesidades estudiantiles a lo largo del tiempo. De hecho, hace dos años, en 2020, muchas consiguieron ofrecer por primera vez sus servicios bajo los efectos de una pandemia mundial.

Es probable que repasar 2.500 años de historia en varios minutos proyecte una imagen demasiado simplificada, pero algo podemos dilucidar: siempre que la población ha precisado un cambio educativo, se ha llevado a cabo. Debe de haber una tensión precedente, es cierto. Pero, como sociedad, estamos inevitablemente condenados al cambio: los andamios, por oxidados que estén, no se cambian solos.

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