Sociedad

Mujeres migrantes y violencia machista: doble discriminación

Los asesinatos machistas afectan a treinta mujeres por cada millón de mujeres extranjeras en España. Tienden a sufrir una mayor desprotección frente a sus agresores debido a la falta de redes familiares de apoyo cercanas, la barrera del lenguaje, el desconocimiento de los recursos existentes y el miedo a solicitarlos por encontrarse en situación irregular.

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16
junio
2022

«Para mí el cuerpo lo es todo, es este espacio físico que cubre, que guarda toda la historia de cada una de las personas que vivimos». Franguia Ballesteros es bailarina y coreógrafa, el movimiento y la danza han estado siempre estrechamente vinculadas a su vida. En medio de ese baile geográfico se trasladó de México a España hace dos años para iniciar un proyecto familiar junto a su marido y su hijo. Pero lo que preveía como una etapa de apertura y conocimiento de un nuevo país terminó desembocando en una situación de aislamiento, desarraigo y violencia machista.

«Me di cuenta de la magnitud de la decisión que había tomado. Llegar aquí siendo mamá y sin un contexto familiar, social, sin este abrigo de una tribu y en medio de una pandemia, habiéndolo dejado todo, sumergida en los cuidados de mi niño en un contexto de violencia», apunta Ballesteros. Situaciones como la de Franguia Ballesteros son muy frecuentes y, en muchos casos, desconocidas.

La Red de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe refleja en un informe elaborado en 2018 que del total de mujeres asesinadas por violencia de género (en los términos en que la define la Ley) entre 2003 y 2017, el 32% fueron extranjeras (294 en números absolutos). Esto supone que los asesinatos machistas en este colectivo afectan a treinta mujeres por cada millón de mujeres extranjeras en el país, mientras que los asesinatos de mujeres españolas afectan a cinco por cada millón de españolas. En cuanto a las denuncias por esta causa, el número total en este mismo período fue de 158.217, casi el 70%, presentadas por mujeres españolas (110.107) y un 30% por mujeres migrantes (48.110).

Verdejo: «Buscan poder salir adelante, intentan tener recursos con los que mantenerse, pero si consiguen un trabajo precario no lo tienen fácil para pedir un permiso e ir a juicio»

En este documento se expone también que de las mujeres españolas asesinadas entre 2006 y 2015, el 24% había denunciado previamente, frente al 37,6% de las migrantes en situación de regularidad jurídica, lo que indicaría una mayor desprotección de las mujeres extranjeras que denuncian. Esa mayor vulnerabilidad viene por varios cauces, entre ellos, la falta de redes de apoyo cercanas de familia y amistades, unida a los numerosos casos en los que no hablan el idioma, así como el desconocimiento de recursos existentes, o el miedo a solicitarlos por encontrarse en situación irregular.

«Somos muchas las mujeres que estamos atravesando esta situación y comprobé lo que significa ser una migrante latina en España, aunado a vivir una situación de violencia; es muy complejo insertarse. Te conviertes en una persona sin identidad», explica Franguia. Encontrar a la Asociación de Mujeres Latinoamericanas Amalgama fue un regalo para ella. «Este espacio de compromiso humano y social centrado en acompañar a otras que estamos pasando por situación de violencia es muy importante. Para mí Amalgama se ha vuelto fundamental, me hicieron y hacen sentir que no estoy sola”, asegura.

Desde este colectivo, Paola Verdejo, secretaria de la asociación, pone de manifiesto las dificultades que enfrentan las mujeres que llegan aquí: «Están destrozadas, han pasado muchos procesos judiciales y la justicia no ha hecho nada, los servicios sociales tampoco, así que se plantean qué pueden hacer, cuál es el camino. Están física y emocionalmente rotas. Tienen ganas de salir y por eso buscan ayuda, aunque el maltratador las haya destrozado». «Muchas tienen niños y no han trabajado porque les han dicho que se tienen que quedar en casa; el Estado no entiende que la situación de violencia que han vivido las lleva a no tener recursos”, añade.

Ballesteros: «Te conviertes en una persona sin identidad»

E insiste: «Las mujeres con esta situación migratoria buscan poder salir adelante, intentan tener recursos económicos con los que mantenerse, pero si consiguen un trabajo precario muy habitual, como por ejemplo el de empleadas de hogar, no tienen facilidades de tener permiso si tienen juicio; todas las puertas se cierran. Y además su salud está afectada». En Amalgama las acompañan, escuchan su historia, les dan el calor que necesitan y se involucran en su vivencia. Además, intentan apoyarlas con alguna ayuda económica o mediando para obtener recursos institucionales, como citas con trabajadoras sociales o con abogadas.

Centradas en apoyar el trabajo que lleva a cabo Amalgama, Calala Fondo de Mujeres tiene en marcha una campaña de recogida de fondos denominada #EstamosAquí, cuyo objetivo es seguir dando soporte a esta y otras organizaciones de mujeres similares. Desde 2009, Calala les ofrece su apoyo con recursos económicos y acompañamiento para que puedan impulsar sus proyectos a favor de la sensibilización acerca de la violencia de género y el acompañamiento de las mujeres migrantes que viven estas situaciones.

Necesidad de soporte a las mujeres migrantes

Todo tipo de soporte es bien recibido, porque el entramado judicial en el que se ven envueltas estas mujeres es, en la mayoría de los casos, muy hostil. Franguia Ballesteros sabe de lo que habla: «El sistema genera una violencia sistémica, comenzando desde la manera en que toman tu testimonio; todas las mujeres migrantes que toman la iniciativa de denunciar dan un paso muy valiente, porque es devastador».

«Cuando quieres dar una declaración no se te permite expresarte, es un sistema jurídico confrontativo muy patriarcal, muy hostil, donde las emociones no tienen lugar, y tú vienes de un proceso donde la emoción lo fue todo. Llegas ahí buscando justicia y ves que no existe, es muy duro», explica. «Cuando me atreví a interponer la denuncia, no tenía DNI y se me violentó también. El policía me dijo que muchas mujeres extranjeras hacen lo que yo hago, poner denuncias falsas para conseguir papeles y protección del Estado. Le dije que lo que me estaba contando era surrealista; hay un racismo institucionalizado que te deja sin ningún poder y sé que es algo que nos pasa a muchas».

Ahora Ballesteros mira hacia el futuro. Su cuerpo, recipiente y testigo de todo tipo de emociones, se prepara para rescatar algunos deseos latentes. Quiere honrar la carne, la piel y los huesos y dejar que la vida aflore a través de ellos. «Siempre tuve la ilusión de tener un espacio de estudio en este ámbito. Un espacio donde se pudiera vincular todo con el cuerpo. Ahora se ha hecho más latente ese sueño. Me encantaría poder tener un espacio donde el cuerpo sea el detonador de todo un sistema, permitiendo que nos acompañe, que nos nutra, que nos rehabilite, nos divierta, nos haga pensar y nos haga mejores personas», matiza. De forma simultánea, seguirá ofreciendo lo mejor de sí misma en la crianza de su hijo, para que ese otro cuerpo, aún en pleno proceso de crecimiento, continúe su propia danza, con movimientos amables y un ritmo compartido: «Quiero que mi hijo pueda ser esa semilla para construir un mundo mejor».

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