Cultura
¿Es el momento de dejar atrás el ‘método’?
Aunque actuar sumergiéndose en la técnica de Stanislavski está comenzando a calificarse como excéntrico, las excelentes interpretaciones que resultan aplicando este sistema de construcción de personajes siguen llevando a alabarlo sin parangón. Sin embargo, las consecuencias emocionales de tal esfuerzo llegan a jugar malas pasadas en la salud mental de los elencos.
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A la hora de hablar del arte de la interpretación, podríamos empezar preguntándonos qué consideramos una buena actuación. La palabra actuar procede al latín medieval actuare y esta, a su vez, de agere, que significa mover, llevar adelante. Cuando alguien actúa está, por tanto, haciendo que algo se mueva o cambie de lugar. De hecho, cuando un cuerpo se sumerge en un texto literario ya existe una puesta en acción.
Desde que el teatro surgió hacia el siglo VI en la Grecia antigua gracias a los primeros textos de Sófocles, Esquilo, Eurípides o Aristófanes, millones de personas han interpretado todos los personajes inimaginables. Mucho después esos papeles se trasladaron también a un nuevo formato: el cine. Pero no hay duda de que dependiendo de la manera en que se encarnen esos personajes, nuestra recepción ante lo que estamos contemplando será una u otra. ¿Qué hace que algo se nos mueva o no cuando vemos una actuación? Que se acerque lo máximo posible a lo que representa, que captemos que se ha dado una transformación entre el antes y el después.
Para lograr esa transformación, tanto a nivel externo como interno (esta última más importante que la primera), quienes interpretan deben poner mucho esfuerzo. Y aquí hay otro elemento clave: el esfuerzo, por tanto, es palpable, reconocible y reconocido cuando vemos una película. En ocasiones llega a ser algo parecido a la sublimación y es cuando aludimos a la magia de una interpretación. Pero ese esfuerzo es necesario para conseguir personajes creíbles requiere de grandes dosis de trabajo. Porque el arte requiere técnica y muchas horas de dedicación.
Desde que Konstantín Stanislavski inaugurase a mediados del siglo XX su técnica de formación, buena parte de los elencos y repartos de todo el mundo, tanto del cine como del teatro, se han acogido a ella. En su sistema prevalece la búsqueda, la experimentación, la activación del pensamiento consciente y la voluntad para generar procesos psicológicos emocionales y otros vinculados con el subconsciente. Lo que busca, en definitiva, es una inmersión en los personajes. Es lo que se conoce universalmente como el método, y muchos actores y actrices lo han puesto en práctica.
En ‘Fiebre salvaje’, Halle Berry decidió no ducharse durante todo el rodaje porque sentirse sucia le ayudaba a interpretar mejor su papel
El inconveniente es que en medio de este proceso se llevan a cabo acciones que han comenzado a calificarse como extravagantes. La lista es muy extensa. En la película Fiebre salvaje, por ejemplo, el personaje de Halle Berry es adicta al crack y la actriz decidió no ducharse durante todo el rodaje porque, según comentaba, estar incómoda y sucia le ayudaba a interpretar mejor el papel. En El pianista, Adrien Brody interpretó al pianista polaco Wladyslav Szpilman, uno de los miles de judíos que sufrieron el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Así, el actor decidió que tenía que hacer un importante cambio en su vida para poder interpretar ese personaje, por lo que vendió su apartamento y todas sus pertenencias de lujo y se marchó a vivir a Europa, llevándose un par de bolsos y un teclado. Podríamos continuar con Shia LaBeouf, que se llegó a arrancar un diente para Corazones de acero; los sacrificios de Joaquin Phoenix para distintos trabajos o Daniel Day-Lewis y sus múltiples obsesiones con los personajes.
Lo cierto es que tanto la crítica como el público en general han comenzado a cuestionar la necesidad de poner en práctica ciertas conductas para que un personaje esté lo más logrado posible. Sin embargo, cuando el trabajo actoral es sobresaliente se alaba y se espera que quien interpreta esos papeles continúe ofreciendo más de su talento. Otro aspecto a tener en cuenta es el desgaste, tanto físico como emocional, que supone embarcarse de una forma tan profunda en los personajes. Una extenuación que tiene sus consecuencias y que lleva a tener que rechazar o abandonar proyectos artísticos ¿El fin siempre justifica los medios?
Cabría plantearse si una técnica ideada a mediados del siglo XX es la más conveniente en la actualidad o si, al igual que ocurre con muchas disciplinas culturales y artísticas, podría reformularse y adaptarse a los nuevos tiempos. Eso sí, hasta el momento no ha resultado sencillo dar con un sistema que logre una profundización de personajes como lo hace esta fórmula. Y es que si todo consiste en una búsqueda de la verdad, puede que esa búsqueda sea lo único y genuinamente importante.
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