Sociedad

¿Lo tienen los guapos más fácil en la vida?

Se suele decir que la belleza está en el interior, pero lo cierto es que nuestra faceta visible es, a ojos de la sociedad, una carta de presentación con una poderosa influencia en cómo nos lee el mundo.

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13
mayo
2022

La percepción social es el proceso que nos posibilita formar impresiones de la gente que nos rodea o, en otras palabras, las reglas según las cuales definimos y etiquetamos a los demás, pautas en las que el atractivo tiene un papel principal. La simetría del rostro, el estilo de vestir o el peso son algunas de las características que pueden convertir a una persona en inteligente, extrovertida y deseable, incluso aunque no conozcamos ninguna faceta de su psyché que nos lo confirme.

Inevitablemente, hay algo físico que nos lleva bien a prestar más atención al carácter de una persona o, por el contrario, a evitar invertir tiempo en descubrir su entramado psicológico. Todo depende de si cumple con lo que socialmente se considera como atractivo, pues adoptamos la falsa creencia de que hay ciertos rasgos psicológicos deseables ligados a la belleza.

No lo hacemos deliberadamente. Somos presa de un sesgo cognitivo inherente al ser humano: el efecto halo, o la tendencia a realizar inferencias desproporcionadas sobre las capacidades, aptitudes y habilidades de una persona basándonos en un único rasgo deseable, generalmente el atractivo físico.

Fue en 1915 cuando Edward L. Thorndike, una de las figuras más relevantes en el campo de la psicología, se dio cuenta de que las personas tendíamos a formarnos impresiones de los demás atendiendo a un número de rasgos muy limitado. No se trataba de un fenómeno aislado, sino de una tendencia o, como él lo denominó, un error constante. Respaldó su hipótesis con un estudio, donde reunió a 137 aviadores y pidió a varios oficiales que les calificasen en función de sus cualidades físicas, su inteligencia, su capacidad de liderazgo, sus aptitudes personales y sus habilidades militares.

Inevitablemente, hay algo que nos lleva a prestar más atención a una persona: todo depende de si es atractiva

El resultado confirmó su teoría: si una persona destaca en un rasgo, se asumirán el resto como más positivos de lo que realmente son, especialmente cuando lo que sobresale es la apariencia. Es decir, alguien guapo tiende a ser percibido como más interesante, más inteligente y más apto para liderar. Pero, pese a lo prometedor que resultaba el estudio de Thorndike, lo cierto es que metodológicamente hablando mostraba ciertas lagunas. Sólo habían participado hombres y algunos se conocían a raíz de sus servicios militares.

Fue entonces cuando la Universidad de Minnesota decidió replicar la investigación en 1972, incorporando varias mejoras. Reunió a 70 estudiantes en igual porcentaje de hombres y mujeres. A cada participante se le mostraron tres fotografías de personas desconocidas y de género aleatorio. Una de esas personas era muy atractiva, otra tenía un atractivo medio y la otra muy poco. Debían señalar, por un lado, qué rasgos de personalidad se asociaban a cada persona de un listado de 27, entre los cuales figuraban altruismo, empatía, confianza, sinceridad, extraversión o promiscuidad. Por otro, tendrían que asignar una media de felicidad a ese ser humano y estimar cuál era su estatus socioeconómico.

El resultado del estudio, Lo que es bello es bueno, corroboró las aportaciones de Thorndike: al rostro más atractivo se le asignaban más rasgos deseables, una media de felicidad más elevada y una mejor posición socioeconómica.

El peso de la belleza en la sociedad actual

George Mead, Solomon Asch, Charles Wright Mills, Jürgen Habermas… Fueron muchos los psicólogos y sociólogos que tacharon a la sociedad norteamericana del siglo XX, cuna de ambos estudios, de superficial, pero lo cierto es que el paso de los años no ha reducido el impacto del efecto halo en el proceso de percepción social. Seguimos siendo espectadores del trato de favor que reciben las personas atractivas, a menudo de forma completamente inconsciente. 

De hecho, según un reciente estudio de la Universidad de Oviedo, las mujeres guapas son percibidas como más inteligentes, mientras que leemos a los hombres atractivos como más extravertidos. «Los abogados son buenos conocedores de este sesgo, y por eso se preocupan tanto de la imagen que pueda dar su cliente», explican Álvaro Postigo y Eduardo García, psicólogos a cargo de la investigación.

Esta es una estrategia judicial que se sustenta en el sesgo de benevolencia o lenidad, fenómeno psicológico según el cual las personas atractivas obtienen castigos menos severos. «También tiene su importancia en las entrevistas de trabajo, lo que nos ayuda a entender un poco mejor por qué los currículos se piden en ocasiones con fotografía, resaltando la importancia de lo que transmitan los rasgos faciales en un primer juicio», añaden.

Las consecuencias del efecto halo se utilizan como estrategia para evitar condenas más severas en los juicios

No todos los atributos físicos son igual de relevantes: lo que más peso tiene es el peso, valga la redundancia. Una persona con un cuerpo no normativo se enfrenta con más asiduidad a situaciones de acoso y discriminación sanitaria, laboral y social mientras que, en el lado opuesto, quienes tienen un cuerpo que encaja en el ideal de belleza occidental se encuentran con ciertas facilidades a la hora de recibir atención médica, oportunidades laborales o experiencias positivas en el ámbito afectivosexual. El fenómeno es conocido como el privilegio de la delgadez.

Pero este privilegio –tanto si hablamos de peso como de otros atributos físicos– es un arma de doble filo. Las personas demasiado atractivas son consideradas inalcanzables y, en muchos casos, tienen interacciones más frías y distantes con la gente que les rodea. Como si de una obra de arte se tratase, todos quieren admirar a las personas perfectas, algunos incluso parecerse a ellas, pero son pocos quienes se arriesgan a acercarse demasiado para no deteriorar el lienzo.

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