Opinión

The Land of the Free

Las figuras públicas de Estados Unidos hablan del país como uno de los más libres del planeta, pero ¿podemos calificar de ‘libre’ a un Estado famoso por sus cazas de brujas y sus desorbitados ratios de encarcelamientos y homicidios?

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05
mayo
2022

Uno de los pocos podcast que suelo ver con gusto es The Joe Rogan Experience, probablemente el programa de este tipo con más audiencia a nivel mundial, con 190 millones de oyentes al mes. No obstante, hay momentos –muy pocos– en los que tengo que apagar y dejar de mirar por no ofuscarme. Esos momentos se dan cuando Joe Rogan o sus invitados se dedican a reproducir verbalmente un mito nacional estadounidense: la idea de que solo en los Estados Unidos hay libertad. No es raro que un entrevistado –e incluso el propio Rogan– diga algo como: «Ni te imaginas la poca libertad con la que cuentan los demás países del mundo». Pero ¿creen acaso los norteamericanos que en España y en gran parte de Europa vivimos encadenados? Es por ello que pretendo rebatir dicho mito con argumentos para poner de relieve cómo, en realidad, Estados Unidos probablemente sea uno de los países menos libres de Occidente. Y no solo eso, sino que los ciudadanos españoles somos muchos más libres que ellos. 

Cabe comenzar por el ratio de ciudadanos encarcelados en Estados Unidos, ese país de libertad. En 2018, dicho ratio era de 698 personas por cada 100.000, lo que incluye a personas adultas o personas «juzgadas como adultas». Esto último resulta difícil de entender, pues ocurre que a menudo en Estados Unidos se juzga a menores con los mismos parámetros que a los adultos. ¿En base a qué argumento puede juzgarse a un menor como un adulto si este no lo es? ¿Qué clase de broma es esta? La obsesión con encarcelar a la propia ciudadanía genera costes al contribuyente de 181 mil millones de dólares. En Estados Unidos, casi siete millones de ciudadanos están en la cárcel, en libertad provisional o bajo algún tipo de supervisión penitenciaria: un 2,8% de la ciudadanía adulta (o lo que es lo mismo, 1 de cada 35 personas).

El país, de este modo, lidera el ratio de ciudadanos propios encarcelados a nivel mundial, lo que constituye una forma muy extraña de entender la libertad. China le sigue con 400.000 prisioneros menos a pesar de contar con población cuatro veces mayor y de ser un país no democrático. No solo eso: las penas de cárcel en Estados Unidos son de las más estrictas y severas del mundo, contando con un rigor que no ha servido para dejar de hacer de dicho país un verdadero nido de delincuencia, violencia y asesinatos.  

«En 2018, el ratio era de 698 personas encarceladas por cada 100.000, lo que incluye a personas adultas o personas ‘juzgadas como adultas’»

Solo en la ciudad de Detroit hubo 309 homicidios en 2021. Unas cifras que son incluso buenas en comparación con otras décadas –en 1987, por ejemplo, hubo 686– para una ciudad de tan solo 639.111 habitantes. En toda España, un país con 47 millones de habitantes, fue 290 el número de muertes violentas en ese mismo año. Solo por esa cifra cabe conjeturar que en España somos mucho más libres que en Estados Unidos. Que me peguen un tiro entre ceja y ceja cuando camino por la calle no es mi idea de lo que es la libertad. Si a esto añadimos la violencia mimética entre pandillas de todo tipo que se matan entre ellas o ejercen todo tipo de violencia a su alrededor, veremos que la libertad de poder hacer vida sin riesgo a ser atracado, violado o agredido es algo menos común en Estados Unidos que en prácticamente cualquier país europeo. Se trata, además, de un Estado que no cuenta con una sanidad universal, por lo que si careces de dinero no tendrás siquiera la libertad para poder curarte de una enfermedad o de una agresión en un país donde la violencia y las amenazas para la seguridad y la salud personal son particularmente altas. 

Que Estados Unidos es un país obsesionado con la culpa y seriamente ocupado en encarcelar a su propia ciudadanía no es ninguna novedad, pero algunos de sus Estados cuentan incluso con ejecuciones, un hecho que poco tiene que ver con cualquier intención de reforma de sus delincuentes, por no decir que, dada la imperfección de todo proceso judicial, conlleva el ajusticiamiento de personas inocentes. Un ilustre ejemplo: tras el caso de O.J. Simpson, dos de los miembros del deslumbrante equipo de defensa decidieron llevar a cabo un proyecto humanitario. Tanto Barry Scheck como Peter Neufeld decidieron iniciar un proyecto para lograr excarcelar, a través de pruebas de ADN, a condenados por delitos graves, muchos de ellos en el corredor de la muerte. Por supuesto, el Innocence Project, como fue bautizado, cuenta con financiación privada y abarca solo una fracción de los potenciales casos presentes a lo largo y ancho del país, pero desde que inició su andadura en 1992, el proyecto ha servido para anular las condenas de más de 351 personas, 20 de las cuales esperaban ya su ejecución. Y hablamos de casos en los que se cuenta con pruebas de ADN, que son los menos habituales. 

«Estados Unidos es el país de las cazas de brujas, de la cultura de la cancelación y del puritanismo»

Estamos también ante uno de los países más contaminantes del mundo. Exactamente el tercero, tras China y la India. Esto, entre otras cosas, implica que puedes coger un cáncer mortal por tan solo respirar aire contaminado con mucha más facilidad que en casi cualquier otro país del mundo. Más de 7 millones de personas mueren cada año en el mundo tan solo por respirar este aire degradado. 

El país se precia también de ser uno de los países donde hay más libertad de expresión, lo cual es, de nuevo, una falacia: se trata del país de las cazas de brujas, de la cultura de la cancelación y del puritanismo, hoy de ‘signo progresista’. Si hiciésemos ahora un recuento de las personas que han perdido su trabajo por el simple hecho de haber dicho algo ‘equivocado’, esta columna sería interminable. Y si a uno pueden echarle del trabajo por haber dicho la cosa equivocada, ¿qué extraña libertad de expresión es esa? Estados Unidos, muy probablemente, sea el país occidental con menos libertad de expresión que existe, ya que tienen un serio problema con la literalidad –parecen culturalmente incapaces de inferir significados–, otorgándose siempre en su seno una importancia radical a lo que se dice frente a lo que se hace. Y a esto cabría responder con eso que dijo Woody Allen de que «las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas». O como decimos en España: «Las palabras se las lleva el viento». Decir cosas es de hipócritas, pero hacerlas es de personas que respaldan sus palabras con hechos.  

Para terminar –porque podría seguir ad infinitum–, en Estados Unidos a las autoridades no les gusta que uno camine por la calle libremente; tampoco el llamado loitering: sentarse ‘a la fresca’ a no hacer nada y charlar con los amigos. No es raro que un policía venga a preguntarte que haces caminando en tal o cual sitio o por qué te has sentado en uno u otro lugar, lo que representa ya el colmo de la falta de libertad. Para ilustrar esto, cabe decir que Bob Dylan fue detenido –no ya interrogado– al caminar encapuchado y melenudo por un suburbio de Nueva Jersey, haciendo tiempo poco antes de un concierto cuando contaba con 68 años de edad. Prestemos atención al dato: en Estados Unidos un policía puede no solo interrogarte cuando andas por la calle (como si caminar por la rúa le hiciese a uno sospechoso), sino que puede arrestarte y llevarte a comisaría por el simple hecho de llevar capucha y tener «pinta rara». Nada semejante pasaría en España, Italia, Gran Bretaña, Portugal, Francia, Holanda o Alemania. Si es este el tipo de libertad de la que gozan los estadounidenses, gracias, pero yo no quiero probar ni un poco de la misma.  

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