Opinión

El error de equiparar el ‘topless’ al burkini

Debería ser voluntad de los Estados regular la eliminación de símbolos religiosos, sean de la confesión que sean. No solo eso: debería ser voluntad de todos nosotros luchar contra cualquier tipo de opresión, venga de donde venga.

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Melissa Maples
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18
agosto
2023

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Melissa Maples

En el pasado mundial de fútbol femenino, la marroquí Nouhaila Benzina se convirtió en la primera mujer en la historia de la competición en portar un hiyab en los partidos. Hasta entonces, la FIFA había prohibido el uso de dichas prendas por motivos higiénicos, un motivo no precisamente feminista, la verdad. El reciente acto de Benzina, sin embargo, fue alabado pronto por todo el mundo… salvo por el feminismo. ¿Alabar que una mujer use una prenda que simboliza la opresión de la mujer?

Por contra, hace unos días, la ajedrecista iraní Sara Khadem, que tiempo atrás se había negado a llevar hiyab en protesta por la muerte de Mahsa Amini, ha sido nacionalizada española por Pedro Sánchez. El argumento era fácil: la libertad de las mujeres debe estar por encima de todo y, siendo país de acogida, ¿cómo no nacionalizarla para que evite la orden de busca y captura emitida desde su país?

Y mezclando churras con merinas, este verano, la Consejería de Igualdad y Feminismos de la Generalitat envió una carta a todos los ayuntamientos catalanes para advertirles de que, a partir de este verano, se debía permitir tanto el topless como «el vestido de baño integral» –o burkini– en las piscinas municipales. Parece ser que para la Generalitat, la libertad (hacer o no topless) y la obligatoriedad (tener que acudir tapada a la piscina con burkini, una prenda que una diseñadora australiana de origen libanés inventó para «que las musulmanas pudieran bañarse en público sin contravenir las obligaciones islámicas de recato femenino») es lo mismo. ¿Acaso es igual quitarse una prenda de ropa en libertad o taparse todo el cuerpo por imperativo de la religión?

Desde el feminismo no le podemos tolerar al imán lo que no le toleramos al cura

Podría poner más ejemplos, ya que surgen a diario algunos de lo más variados, ya sea del uso, de la obligación o de la prohibición del hiyab. De lo mucho que se habla del tema sin saber, de cómo se opina sin pensar en las que no tienen voz, de cómo han logrado imponerlo como símbolo religioso sin que se mencione en el Corán o de por qué en pleno siglo XXI las mujeres musulmanas –incluso fuera de sus países de origen– todavía no tienen el poder de elegir qué prendas llevar o no; hoy, sin ir más lejos, se repite en redes sociales el vídeo de una mujer iraní insultada y pegada en las calles por no llevar bien puesto el hiyab. Obviamente, nadie duda que ir por la calle sin hiyab en Irán es una quimera, pero al menos en Occidente, al menos en nuestro país, podríamos tener la tranquilidad de que las mujeres musulmanas puedan lucir sus cabelleras voluntariamente. Dicho de otro modo, a día de hoy la mujer que se pone un hiyab no lo hace libremente, sino obligada por el patriarcado que domina la religión musulmana, y hemos de reivindicar su derecho a ejercer libremente la decisión de taparse o no la cabeza.

Ni que decir tiene que debería ser voluntad de los Estados regular la eliminación de símbolos religiosos, sean de la confesión que sean. Debería ser voluntad de todos nosotros condenar cualquier tipo de opresión –ya sea en Irán, Arabia Saudí o España– y, a día de hoy, el velo es, sin duda, una de las opresiones más evidentes del patriarcado. En definitiva, debería ser voluntad de todos nosotros luchar por el derecho de las mujeres a decidir libremente. 

Sin embargo, el buenismo de cierta izquierda obliga a respetar un hiyab en aras de una cultura que no respeta a las mujeres. Sería de agradecer recuperar al menos un poco de ese histórico laicismo que caracterizó a la izquierda. Porque pañuelo y libertad son oxímoron, y por lo mismo no deberíamos olvidar algo que es ya una verdad de Perogrullo: desde el feminismo no le podemos tolerar al imán lo que no le toleramos al cura.

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