Opinión

Putin nos devuelve la pesadilla de una guerra nuclear

Desde el inicio de la era nuclear, en 1945, los arsenales atómicos se han convertido en uno de los grandes riesgos para la seguridad internacional. Ahora, la amenaza lanzada por Putin nos vuelve a recordar que, mientras exista este tipo de armamento, el derecho a la vida queda en manos de la voluntad arbitraria de un tirano.

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07
abril
2022

De repente, estamos en guerra con Rusia; lo peor que nos podía suceder tras una pandemia global. España, sin mediar declaración expresa, participa en una guerra política contra el tirano Putin junto a aquellos países que defienden el derecho internacional, la soberanía de Ucrania, la democracia y los derechos humanos. Vivimos bajo los efectos de una compleja guerra económica que nos genera contradicciones con los suministros energéticos rusos y pone en riesgo la unidad de acción de la Unión Europea; y sufrimos de cerca, en Europa, una guerra militar despiadada y criminal, alineados con la OTAN y Estados Unidos.

Por si fuera poco, el pasado 27 de febrero, el Presidente ruso, Vladimir Putin, rodeado de Generales de Defensa, ordenó poner las fuerzas de disuasión del país, que incluyen las armas nucleares estratégicas, en régimen de alerta máxima. De esa forma, a la maldita guerra provocada por Rusia con su invasión de Ucrania –una decisión totalitaria, injustificable y de efectos terroríficos– se suma la amenaza de Putin de utilizar los dispositivos nucleares contra Ucrania u otros Estados de Europa por vez primera desde el final de la II guerra mundial en 1945.

A la muerte de miles de personas, a los imperdonables crímenes de guerra, a los millones de huidos y refugiados, a los bombardeos indiscriminados sobre población civil, a la destrucción de infraestructuras y al sufrimiento, Putin añadía la posibilidad de desencadenar una escalada en el terror de la guerra que podría desembocar en una guerra nuclear. Por ello, se impone la condena de una amenaza provocadora e irresponsable.

El Presidente de Rusia echaba así por tierra los trabajosos avances logrados en materia de reducción de riesgos nucleares y limitación de la proliferación de armas bajo control internacional, alejando el sueño de un desarme nuclear. Porque la actitud de Rusia podría conllevar un parón, para muchos años, de aquellas iniciativas dirigidas a frenar y desescalar la carrera de los arsenales nucleares.

El derecho a la vida sigue siendo, obviamente, el principal de los derechos humanos. Se contempla en diferentes tratados internacionales, comenzando por la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 que, en su Artículo 3, proclama que «todo individuo tiene derecho a la vida». Nuestra Constitución recoge este elemental derecho en su artículo 15. Esta Carta Universal fue elaborada pocos años después de que una nueva amenaza, inédita hasta entonces, se cerniera sobre el conjunto de la humanidad. Se trataba de la aparición de las armas nucleares, capaces de desatar un holocausto nuclear y acabar con la vida de todas las personas que habitan el planeta.

«En 2021 entró en vigor el Tratado Internacional para la Prohibición de Armas Nucleares; sin embargo, los países de la OTAN, incluida España, no lo han firmado»

El Secretario General de la ONU, António Guterres, el pasado 6 de agosto de 2021, en un mensaje dirigido al Memorial de la Paz de Hiroshima en Japón, con ocasión del aniversario del bombardeo atómico de aquella ciudad, pedía a los Gobiernos redoblar sus esfuerzos para avanzar en el desarme nuclear: «La única garantía contra el uso de las armas nucleares es su total eliminación».

La bomba atómica lanzada sobre Hiroshima por parte de los Estados Unidos, el 6 de agosto de 1945 durante la Segunda Guerra Mundial, provocó un sufrimiento inimaginable a los habitantes de esta ciudad, matando a miles de personas con el bombardeo y a otras muchas en los años siguientes. En total, los bombardeos atómicos produjeron 166.000 víctimas en Hiroshima y 88.000 en Nagasaki.

Desde el inicio de la era nuclear, en 1945, los arsenales atómicos se han convertido en uno de los grandes riesgos para la seguridad internacional. Durante la Guerra Fría, la humanidad fue muy consciente de este Apocalipsis que estuvo cerca de materializarse en la crisis de los misiles de Cuba en octubre de 1962. La concienciación contra la existencia de armamento nuclear dio paso, con la caída del muro de Berlín y la desaparición del bloque soviético en los años noventa, a otra época en la que ese peligro latente se empezó a percibir con menos intensidad.

Es cierto que, a lo largo de los años, se han producido avances en forma de tratados. Entre ellos, el más importante es el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares de 1968, que otorga a la Organización Internacional de la Energía Atómica la responsabilidad de verificar su cumplimiento. Este Tratado ha sido ratificado por 191 Estados. Pero, reconociendo su importancia, afecta principalmente al esfuerzo por impedir que nuevos países adquieran armas nucleares, sin comprometer a los que ya la poseen. Cada Estado se compromete a no desarrollar, ensayar, fabricar, adquirir, almacenar, estacionar, usar o amenazar con armas nucleares.

Por su parte, el Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares es de 1996 ya ha cumplido 25 años. Pese a contar 185 firmas, aún no ha entrado en vigor, ya que todavía requiere la ratificación de ocho países: Estados Unidos, China, Irán, Israel, Egipto, India, Pakistán y Corea del Norte. La ONU sostiene que no se puede aspirar a un mundo libre de armas nucleares sin una prohibición de estos ensayos.

El 22 de enero de 2021 entró en vigor el Tratado Internacional para la Prohibición de las Armas Nucleares, que es el primer acuerdo multilateral aplicable a escala mundial que prohíbe íntegramente las armas nucleares. Con su ratificación cada Estado se compromete a eliminar sus programas nucleares, a desactivar sus armas nucleares y a destruirlas de manera irreversible. También contiene disposiciones para abordar las consecuencias humanitarias relacionadas con el ensayo y el empleo de armas nucleares, obligando a los Estados a proporcionar asistencia tanto a víctimas como a los Estados firmantes del tratado que se vieran afectados por su uso y a la restauración del medio ambiente.

«El año pasado, nueve países todavía poseían aproximadamente 13.080 armas nucleares, de las que 3.825 estaban desplegadas con fuerzas operativas»

Este Tratado fue aprobado en la Asamblea General de Naciones Unidas por 122 votos a favor y firmado por 84 países, aunque solo 59 de 197 Estados lo han ratificado. Los Estados que disponen de armas atómicas como Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China o Rusia (que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y con derecho de veto), India, Pakistán, Corea del Norte e Israel, así como los países de la OTAN, incluida España, no asistieron a la votación de esta Asamblea, no han firmado el Tratado y se oponen al mismo. Los países que lo han ratificado se comprometen a eliminar sus programas nucleares, a desactivar sus armas y a destruirlas de manera irreversible. (Gracias a la torpeza de Trump, Irán se halla ahora más cerca de obtener el material nuclear necesario para contar con la bomba atómica).

También se han hecho esfuerzos en la reducción del número de ojivas nucleares. Son destacables los Tratados Salt y Start, firmados entre Estados Unidos y Rusia. El último de los cuales fue el día 4 de febrero de 2021 y alcanzó un acuerdo sobre la prórroga del Tratado START III para reducir el número de misiles nucleares de ambas superpotencias. Pese a que en los últimos años se han seguido desmantelando ojivas o cabezas nucleares, a inicios de 2021 nueve países todavía poseían aproximadamente 13.080 armas nucleares, de las cuales 3.825 estaban desplegadas con fuerzas operativas.

Por eso hay que seguir trabajando activamente en el apoyo a la Agenda de la ONU para el Desarme Nuclear, que persigue la reducción efectiva de arsenales y la no proliferación de armas nucleares. Igualmente, hay que lograr, por parte de los países que aún no lo han hecho, la ratificación del Tratado Internacional para la Prohibición –global y jurídicamente vinculante– de las armas nucleares, antes de que estas hagan desaparecer al género humano y a otros miles de millones de seres vivos.

«Solo dos problemas tienen potencial para acabar con nuestra especie: la emergencia climática y la guerra nuclear»

El mundo solo será seguro cuando todos los países hayan renunciado a esas armas. Pero estamos lejos de conseguir ese objetivo; más bien parece lo contrario. Se ha detectado, en los últimos años, una carrera entre diversos países por intentar conseguir este tipo de armamento nuclear, cada vez más sofisticado, y un desinterés manifiesto de los que ya lo tienen de renunciar a él.

Lo cierto es que no se controlan debidamente las ojivas nucleares existentes. Incluso se sigue investigando para crear nuevo armamento nuclear, más sofisticado y mortal. Llevamos una década estancados en el necesario camino hacia la desaparición de este peligro que hace de nuestro planeta un lugar absolutamente inseguro; lo hace también menos comprometido con los derechos humanos y aleja el objetivo de la paz . Es cierto que el camino hacia su eliminación presenta muchos desafíos de todo tipo: políticos, jurídicos, pero también desafíos técnicos. Además de reforzar el papel de la ONU.

La invasión rusa de Ucrania y la amenaza nuclear lanzada por Putin nos ha devuelto la pesadilla de una guerra nuclear. Volvemos a recordar que mientras exista armamento nuclear, el derecho humano más preciado, el derecho a la vida de todos y todas queda en manos de la voluntad arbitraria de un tirano o de un autócrata. Para nada se descarta la posibilidad de que, en un acto de fanatismo o de error de cálculo, puedan utilizar estas armas desatando una guerra de consecuencias devastadoras para la supervivencia de nuestro planeta, ya sometido a los graves riesgos del cambio climático.

Somos conscientes de que la humanidad se enfrenta a graves problemas, pero solo dos tienen potencial para acabar con nuestra especie, dependiendo de nuestra propia voluntad de atajarlos: la aceleración de la emergencia climática y la guerra nuclear. Sobre este segundo desafío es preciso reclamar a los Estados que poseen armas nucleares que favorezcan los avances de las conversaciones y la negociación de los Tratados sobre su no uso, la reducción de arsenales y la desaparición de cualquier amenaza nuclear.

Frente a este estado de cosas, los Parlamentos democráticos deben proclamar que la defensa de los derechos humanos y la supervivencia del planeta son objetivos prioritarios para el conjunto de la Comunidad Internacional. Y que la guerra declarada por Rusia a Ucrania, el pasado 24 de febrero, supone una violación flagrante del derecho internacional.

En este contexto, es obligado reafirmar el pleno compromiso parlamentario con los valores del sistema democrático en el marco de la Unión Europea. Debemos hacerlo frente a las amenazas contra la convivencia democrática y la paz por parte de los regímenes totalitarios y los autócratas que alientan guerras, siembran el odio y practican o justifican el terror.


Odón Elorza es diputado del PSE-PSOE por Gipuzkoa.

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