Opinión

El frenesí de Vladimir Putin

Ante las creencias sostenida con demasiado fervor –como lo son las que conforman la visión romántica de Putin del destino histórico de Rusia y Ucrania– cabe recordar aquello que Guillermo de Baskerville le decía a su joven pupilo Adso en ‘El nombre de la rosa’: «la distancia entre la visión extática y el frenesí pecador es demasiado corta».

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20
abril
2022

Si uno vuelve a los discursos de Vladimir Putin durante los meses previos a la invasión, encuentra que el presidente ruso ha ido anunciando, poco a poco, lo que haría. Hay quienes en esa claridad han querido ver el reverso de la supuesta hipocresía occidental en la que habría planos separados entre los discursos bonitos y las realidades feas.

«Al menos avisó», «no se esconde», parecen decir. Es difícil no acordarse de aquel pobre malandrín que se hizo famoso en las redes cuando le relataba a una periodista de televisión los motivos que le habían llevado a la cárcel. A la pregunta de la reportera sobre si había amenazado a la señora que se resistía a que le robara el coche, Ramón –que así se llamaba– se revolvió y le espetó: «¡Amenacé no, oiga, avisé!». Pero, hasta donde nos han explicado siempre, el delito se agrava con la coacción, y no al revés. Ya he hablado del uso habitual de la transparencia como legitimadora de los hechos que, supuestamente, se buscan impedir o dificultar a través de ella.

En el caso de la invasión rusa hay verdades absolutas –«voy a invadir Ucrania si no se me da lo que pido»– y mentiras absolutas –«Mariúpol la están destruyendo los propios ucranianos, igual que son ellos quienes asesinan a sus compatriotas en medio de nuestra operación militar especial»–. Como suele decir Daniel Gascón, miserias de la mente literal.

Lo que no hay es atisbo de ironía, de dobles sentidos, de admisión de la debilidad y las flaquezas, de ese ya tú sabes que jocosamente nos decimos en las conversaciones con los amigos para transmitir casi todo con pocas palabras y un lenguaje gestual. Algo por lo que se paga un precio, como ha sido el de generar un descreimiento generalizado y nocivo respecto de discursos oficiales, líderes o instituciones. También respecto de los discursos de las dictaduras, lo que nos hacía mostrar un escepticismo extendido sobre su intención última. Sesgo de posmodernidad.

Pero esa ironía –a veces desencantada, otras cínica– refulge con otra luz al lado de la oscura mente literal de un autócrata con armas nucleares. Al fin y al cabo, ante cualquier idea o creencia sostenida con demasiado fervor y entusiasmo –como lo son las que conforman la visión romántica de Putin del destino histórico de Rusia y Ucrania– cabe recordar aquello que Guillermo de Baskerville le decía a su joven pupilo Adso en El nombre de la rosa: «la distancia entre la visión extática y el frenesí pecador es demasiado corta».  

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