Opinión

Cazando (y quemando) brujas

Hay quien, en la actualidad, todavía se pregunta si esa caza de brujas que tuvo lugar entre 1950 y 1956 bajo el mandato del estadounidense Joseph McCarthy podría volver a ocurrir. La respuesta es que ya lo hace: la actual cultura de la cancelación actúa bajo los mismos mecanismos salvo por la diferencia de que, ahora, Internet convierte estas psicosis sociales en algo mucho más contagioso.

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08
abril
2022

Cuando uno busca la palabra ‘macartismo‘ o ‘caza de brujas en Estados Unidos’ en Wikipedia, la definición con la que se encuentra es: «término que se utiliza en referencia a acusaciones de deslealtad, comunismo, subversión o traición a la patria, sin el debido respeto a un proceso legal justo donde se respeten los derechos del acusado». Se habla de macartismo para hacer referencia a un episodio de la historia estadounidense que tuvo lugar entre 1950 y 1956 cuando Joseph McCarthy, senador por Wisconsin, denunció una conspiración comunista en el propio Departamento de Estado. Un movimiento condujo a denuncias de artistas y cineastas del entorno de Hollywood; algunos tuvieron que abandonar el país, otros vieron sus carreras destruidas por las acusaciones (algunas de ellas sin fundamento).

Hay quien se pregunta, en la actualidad, si esto podría volver a pasar. La respuesta es que sí. Y es que no solo que podría volver a pasar, sino que lleva ocurriendo en Estados Unidos desde hace años. ¿Qué es la cultura de la cancelación sino una caza de brujas? Algunos dirán que esta responde a demandas de justicia social, pero claro, también Mccarthy y gran parte de la población de Estados Unidos creía en los cincuenta que era de justicia acabar con los malvados y disruptivos comunistas que aspiraban a romper el «mundo libre»».

Lo cierto es que, en una sociedad particularmente puritana como la estadounidense, la cazas de brujas y los fenómenos de psicosis colectiva se suceden periódicamente. Otro caso del estilo fue la Ley Seca que prohibió el consumo y venta de alcohol desde 1920 hasta 1930. Sin embargo, la diferencia primordial entre estos casos y la actual cancelación, tan prevalente en los últimos años, es que, dado que vivimos en la era de internet, estas psicosis del gigante estadounidense son mucho más contagiosas y exportables (al menos, parcialmente) a países extranjeros. En este sentido, Inglaterra y Canadá son las naciones más proclives a la emulación, quizás por compartir orígenes y semejanzas culturales. 

«Los chivos expiatorios se usan para lograr una catarsis colectiva a través de la que los justicieros sociales reafirman su propia bondad»

Toda acusación realizada por alguien contra una persona famosa que pueda terminar con su carrera (o afectar a su desempeño profesional) sin mediación de un juicio legal con todas las garantías es una caza de brujas. Recordemos que la definición habla de acusaciones que operan «sin el debido respeto a un proceso legal justo donde se respeten los derechos del acusado». Así, la víctima de toda caza de brujas es alguien que, por malo que sea, ve sus derechos como acusado pisoteados sin miramientos por masas sedientas de justicia.

Una cosa debe quedar clara: las multitudes enfervorecidas no son quienes han de ejercer la justicia en el seno del estado de derecho, pero en una sociedad capitalista en la que la opinión pública pesa como indicador de consumo, las empresas que emplean a determinadas personas o a figuras públicas acusadas por ‘jaurías humanas’ tenderán a despedirlas para no verse manchadas por el ‘mal’ que a ellas ha sido asociado en el imaginario colectivo.

No obstante, hay que tener en cuenta que no solo las inclinaciones puritanas tan propias del volksgeist estadounidense son las que hacen proliferar este tipo de fenómenos en terreno norteamericano, sino que también lo hace la fijación de dicha cultura por el mecanismo del chivo expiatorio, que juega aquí un decisivo papel. Como establece el filósofo René Girard, las sociedades que aspiran a resolver sus problemas recurriendo a chivos expiatorios (en este caso, víctimas de las cazas de brujas) suelen ser «sociedades todavía impregnadas del espíritu de venganza privada, por lo que se ven a menudo expuestas a la amenaza de una interminable violencia que domina el corazón de la comunidad». Si hay una sociedad occidental poseída de ese «espíritu de venganza privada», esa es Estados Unidos.

«Toda acusación contra una persona que pueda terminar con su carrera sin mediación de un juicio legal es una caza de brujas»

Este país es el reino primordial contemporáneo de lo que René Girard llamó la violencia mimética, una nación donde las guerras entre pandillas son una lacra, las armas de fuego son muy accesibles y la justicia, en muchos casos, se la toma cada cual por su cuenta. Los chivos representan un mecanismo de purificación, una herramienta empleada para lograr una catarsis colectiva a través de la cual los llamados justicieros sociales pueden reafirmar su propia bondad (al acusar a otros de malvados se posicionan como autoridades morales y seres éticamente buenos en contraste con el acusado) y las empresas vinculadas al chivo pueden limpiar su nombre en la mente del consumidor.

Pero no debemos confundir nunca al chivo expiatorio con un ser bondadoso o un ‘cordero de dios’. La propia figura que ejerce como chivo puede ser moralmente indiferente, reprobable o, incluso, extremadamente perversa. Lo relevante, de nuevo, no es su posición moral, sino el mecanismo a través del cual dicha figura es maltratada y destruida: por vía de la opinión pública, mediática, sin juicio legal.

Existe una altísima probabilidad de que los movimientos cancelatorios atestiguados en los últimos tiempos no sean contemplados en el futuro como positivos. Entre otras razones, por el hecho de que los valores morales, como ejes de la justicia social, mutan rápidamente con el tiempo, a la vez que toda acusación sin garantías legales –pero sujeta a consecuencias reales– se opone radicalmente a los principios básicos del derecho occidental, que se encuentran más afianzados en nuestra constitución cultural y normativa que las psicosis colectivas de raigambre puritana típicas exclusivamente de Estados Unidos. Y, en última instancia, no debemos olvidar la carga de hipocresía que siempre caracteriza a las cazas de brujas, sean cuales sean sus contenidos, un factor que no suele ser contemplado favorablemente cuando la propia comunidad cobra cierta perspectiva histórica.

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