Siglo XXI

Nada cambia si el diseño no cambia

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30
marzo
2022

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Mejorar nuestra relación con lo que nos rodea, crear un producto que funcione y haga bien su trabajo, tener la voluntad de crear cosas útiles y que den servicio al hombre: estas son algunas de las respuestas de artistas, profesionales de la arquitectura, diseño, ilustración y otros sectores cuando les preguntaban qué es el diseño en el documental Función y forma.

A mediados del siglo pasado, el diseñador Dieter Rams advertía que el tiempo del diseño irreflexivo para el consumo irreflexivo se había acabado. Es en la década de los setenta cuando Rams enuncia los 10 principios que conforman el buen diseño: es innovador, útil, estético, comprensible, honesto, discreto, consecuente en sus detalles, respetuoso con el medio ambiente, se expresa de forma mínima y tiene una larga vida.

El diseño de un producto es mucho más que la elección de los componentes, la forma o el empaquetado. La percepción del bien no implica necesariamente la percepción de estos elementos y, sin embargo, la estructura, las soluciones y los materiales son cada vez más especializados para los distintos usos y rendimientos. La punta de un bolígrafo, por ejemplo, contiene tres plásticos y dos metales diferentes integrados en un proceso de fabricación rápido que consiguen ofrecer un objeto relativamente complejo, de consumo alto y precio bajo. En cualquier caso, la intención es el primer paso de la creación de un bien, por eso es en la fase de diseño donde se encuentra la mayor posibilidad de cambio, en la que recae la responsabilidad de lo que se dispone en el mundo y donde se decide su impacto.

La intención es el primer paso de la creación de un bien, por eso es en la fase del diseño donde se encuentra la mayor posibilidad de cambio

Los efectos negativos de las decisiones y actividades humanas sobre el planeta son inequívocos. Entre otras muchas prácticas, fenómenos como la obsolescencia programada o los productos de «usar y tirar» suponen importantes incoherencias en un mundo que ofrece recursos finitos y que tiene una capacidad de asimilación menor a la que está sometido, siendo ampliamente conocido que el ritmo del actual sistema de producción y consumo necesita 1,7 planetas como el nuestro para mantenerse. Enfrentar la preocupación ambiental supone un reto en la gran mayoría de sectores, los cuales deben ir más allá del objetivo singular de mitigar el cambio climático e incluir la preparación para el futuro, la conservación de las especies y la aspiración a una mejora de nuestra calidad de vida.

Esta última ambición ha justificado siempre la tarea de diseñar, y en muchas ocasiones lo ha conseguido. La intención del diseño ha sido siempre catalizar nuestro progreso y, por lo tanto, nuestro bienestar. Un caso muy ilustrativo es el del incremento en la seguridad de los automóviles: desde los primeros modelos, los coches se diseñaban pensando en soportar su propio peso, el de los ocupantes y la carga; no se tomaban decisiones relacionadas con la protección de los pasajeros o el comportamiento del vehículo en un accidente porque no se contemplaban como necesidades o elementos prioritarios. Es en los años cincuenta cuando se empiezan a simular accidentes con maniquíes para ver qué pasaba. Simultáneamente, conductores y consumidores –cada vez más y mejor informados– empezaron a provocar que la seguridad se instalase como argumento de venta. La ventaja competitiva se unía a la necesidad de reducir los fallecimientos. Fue entonces cuando entraron en juego la tecnología y la innovación, encontrando así la solución más efectiva: los coches se empezaron a diseñar con zonas que se deformaban de manera controlada para absorber la energía del impacto, y otras zonas que no se deformaban en absoluto, lo que servía para no reducir el espacio vital de los ocupantes. Una vez reducidos los impactos letales, en la fase de diseño se empezó a trabajar sobre la idea de evitar los accidentes, incluyendo sistemas de seguridad activa para reducir las posibilidades de tener un choque. Todos estos cambios en la intención del diseño suponen hoy un 82% menos de fallecimientos en accidentes de tráfico que hace 30 años.

Actualmente, el mundo se encuentra con elementos prioritarios, necesidades que cubrir y problemas que solucionar relacionados con las emisiones de gases de efecto invernadero, generación y acumulación de residuos, sobreexplotación de materias primas y degradación de ecosistemas, al mismo tiempo que hace frente a una sociedad inestable y líquida. Las nuevas identidades se forman en un contexto de «presente infinito» formado por individuos en constante crecimiento personal que quieren participar en mejorar lo que les rodea. Un mundo donde el homo economicus en cuanto consumista irreflexivo y obsolescente en gustos deja de existir. La sociedad, diseñada por y para el consumo masivo, demanda una nueva narrativa en la cual las modas que triunfan cuando mueren son sustituidas por consumidores comprometidos que saben distinguir las necesidades de sus deseos; consumidores que son conscientes de las consecuencias de sus acciones.

Todos estos cambios de diseño suponen un 82% menos de fallecimientos en accidentes de tráfico que hace 30 años

El desafío es amplio, ya que las decisiones de diseño deben ser tomadas por equipos multidisciplinares en constante formación y que no solo tengan en cuenta la totalidad del proceso de producción, sino también el uso que se va a hacer del producto al final de la cadena de suministro. En la sociedad posmoderna, el deseo social va a seguir guiando la adquisición de bienes, por lo que la labor del diseño debe guiarse por los nuevos valores, necesidades y limitaciones, tomando decisiones contradictorias con la sociedad de consumo, pero armonizadas con la disponibilidad de recursos.

La justificación de ecodiseñar va mucho más allá del objetivo de maximizar la vida de los productos, hacerlos reutilizables para cubrir otras necesidades o facilitar la totalidad del reciclado de sus materiales. Igual que no hay delito sin ley que lo recoja, muchas compañías no van a cambiar si no se ven obligadas a ello. Por suerte o por desgracia, diseñar productos con menos impacto o impacto positivo ya no es una opción; la responsabilidad del productor ya no termina en el momento de la venta.

En el siglo XX, Dieter Rams ya sabía que el buen diseño debía respetar el medio ambiente. Hoy, el valor de un objeto necesita además contribuir a la mejora personal y colectiva. El diseño debe seguir garantizando el bienestar e impulsando el progreso de una nueva masa preocupada por el medio que le rodea. Diseñar mejor es un factor determinante para poder afrontar el reto de la sostenibilidad en su conjunto. Quien diseña juega con ventaja: es responsable de lo que pone en el mundo al mismo tiempo que idea el paradigma del cambio.

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