Ucrania

«El enemigo de Putin es la democracia, no la OTAN»

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Noemí del Val
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07
marzo
2022

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Noemí del Val

En medio de la vorágine de una guerra que tiene en vilo a medio mundo, hablamos con el politólogo José Ignacio Torreblanca para analizar el origen y el impacto geopolítico de un conflicto que ha obligado ya a más de un millón de personas a abandonar su país.


Hace poco más de una semana, eran pocos los que parecían creer que Rusia acabaría invadiendo Ucrania. ¿Por qué no lo vimos venir?

Quienes seguimos muy atentamente lo que Putin lleva tiempo diciendo en un plano más profundo, sí lo esperábamos. La amenaza se recoge en varios discursos, pero sobre todo en el artículo que escribió en julio del año pasado –Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos–, donde habla de la historia de los dos países y de la identidad y la lengua rusa desde un punto de vista que no deja lugar a una convivencia y una coexistencia que no sea en términos de sometimiento completo. Aquellos que se estaban fijando en las dinámicas de las relaciones internacionales y pensaban que iba a haber un juego de disuasión, equilibrio y negociación, no esperaban la invasión porque no estaban mirando con detalle la política interior de Rusia. 

Que Estados Unidos avisase en reiteradas ocasiones de que la «invasión era inminente» parece que tampoco sirvió para considerar el ataque una amenaza real. 

La histeria –eso de decir «sois unos histéricos» y de ridiculizar lo de «la invasión inminente»– forma parte de una gran campaña de desinformación y de manipulación rusa para evitar una reacción preventiva. Si hubiésemos creído que el ataque era posible, probablemente se hubiesen enviado armas y recursos hace unas semanas, incluso hace unos meses. La campaña ha sido muy eficaz para Rusia: pensaban que cuando llegara el momento de la invasión todo el mundo estaría en shock y se tardaría 72 horas en reaccionar; el tiempo que, según calculaba Putin, necesitaban los militares rusos para entrar en Kíev. 

¿Cuál es esa «visión de Putin» de la que hablas?

Putin piensa que él ha liberado a los rusos de unas élites corruptas decadentes que ofrecen una democracia falsa e incompatible con su identidad. También cree que ha liberado a los bielorrusos –por eso ha ayudado a su presidente actual, Lukashenko​–. Su planteamiento es: si los rusos viven correctamente gobernados gracias a él, ¿por qué no liberar a los ucranianos?

«Esta guerra es un desafío directo a la Unión Europea, que no volverá a ser la de antes»

Pero se ha encontrado con una resistencia por parte del pueblo ucraniano. 

Eso es. Él creía que lo que había en Ucrania era una minoría, una pequeña élite occidental en Kíev que estaba ocupando el país y que en el momento en el que se quitase de encima a aquellos (como Zelensky) que él cree que han llegado al poder por un golpe de estado, iba a ser muy fácil. Todo esto alimentado por una visión de la historia que sostiene que el nacimiento de Rusia está en Ucrania. Esa serie de elementos y lo que ha ido acumulado militarmente en los últimos años, daban a Putin la percepción de que sería una operación relámpago. Lo que Putin ignora es que desde 2014 Ucrania ha cambiado, que no hubo un golpe de estado, sino un proceso de construcción de identidad antirusa y, sobre todo, ucraniana. 

Hay quien justifica la invasión de Ucrania por las «promesas incumplidas» de la OTAN que, engañando a Rusia, se habría expandido hacia el este.

Ese es el argumento estándar basado en una extrapolación de las conversaciones que hubo al final de la Guerra Fría, cuando todavía estaba vigente el Pacto de Varsovia y la Unión Soviética. Lo que se le prometió en ese momento a Gorvachev es que la OTAN no podría tropas en la República Democrática de Alemania, en la parte oriental. Luego, en el 97 se firmó un acuerdo entre la OTAN y Rusia que mantenía que no iba a haber instalaciones permanentes militares en los nuevos miembros de Alianza Atlántica, como Polonia o Rumanía. Y ese pacto se ha cumplido hasta ahora, a pesar de que supone un problema desde el punto de vista de la seguridad. Además, ese acuerdo decía que no habría tropas permanentes si no cambiaban las circunstancias. Si Rusia, que ya controla Bielorusia y la utiliza para atacar a otro país, acaba controlando Ucrania, la OTAN va a tener que contar con fuerzas permanentes en las fronteras para poder defender a Polonia, Hungría, Eslovaquia y Rumanía. Esto es lo que no nos hemos planteado: yo no puedo admitir a Ucrania en la Alianza, ¿pero tú sí puedes anexionarla y poner tropas rusas ahí? Putin, que tiene una visión de la seguridad muy clásica y piensa que necesita protección, ha decidido alegar que están rodeados por la OTAN, como si la Alianza tuviese la más mínima pretensión de ser una organización ofensiva. Al final, los imperios solo ven enemigos o vasallos.

Así parece que gana más peso la tesis de que el régimen autocrático se ve acechado por las democracias liberales. 

La OTAN es el corolario, pero es la democracia en Occidente –y en Ucrania en concreto– lo que representa una amenaza para Putin. No podemos comprar la geopolítica del risk, de países que se van aliando unos con otros. El problema para Rusia es que, si en Ucrania hay una democracia que funciona, vibrante y que tiene buenas relaciones con Occidente, los rusos van a decir: si ellos, que son como nosotros, pueden vivir en una democracia, ¿por qué nosotros no? Es lo que les ha pasado a los ucranianos con los polacos. 

La Unión Europea ha respondido de manera contundente, veloz y, en parte, extraordinaria. ¿Qué factores han hecho que esto sea posible? 

Europa está profundamente desmilitarizada, sobre todo después del brexit. Actualmente, el único ejército de combate es el francés, que tampoco tiene muchas ganas de pelear con Putin (fíjate que Macron sale a hablar a la primera de cambio…). Entonces, cuando después de haber hecho todo lo que tenías que hacer en términos de no ser una amenaza y de desmilitarizar, alguien te pega una sacudida como la de Rusia, que vuelve con la lógica de la guerra, la reacción no puede ser otra que la actual. La guerra en Ucrania ha sido el aldabonazo que ha llevado a que, en 24 horas, Alemania, el país más pacifista y desmilitarizado de Europa desde la Segunda Guerra Mundial, se dé la vuelta con el calcetín en la mano y decida remilitarizarse. De hecho, ya ha anunciado que va a duplicar el gasto en defensa.

¿Y en cuanto a la aplicación de sanciones económicas a Rusia? También han sido de gran calado y se han llevado a cabo con rapidez. 

Sucede lo mismo: habíamos puesto unas pequeñas sanciones que eran disuasorias como castigo por Crimea, y ahora todo el mundo ha decidido utilizar los instrumentos económicos de forma coactiva en el mundo, contra Putin y con sanciones secundarias a socios. La Unión está viendo que la globalización y la interdependencia se están convirtiendo en vulnerabilidades y ahora no tiene más remedio que jugar a eso también. Y lo mismo le pasa a Rusia. Lo que ha hecho Rusia es muy grave: después del 91 firmó siete veces que iba respetar la integridad territorial de Ucrania y, a cambio, en el 94 Ucrania le entregó el tercer arsenal de armas nucleares del mundo. O sea, devuelve las cabezas nucleares a Rusia porque este había prometido que respetaría su integridad territorial. ¿De qué estaríamos hablando ahora si Ucrania se hubiese quedado con esas armas? Es una sacudida tan brutal de un país que le da una garantía de seguridad de desnuclearizar ahora lo invades, quién va a confiar ahora en el Tratado de No Proliferación Nuclear. 

«Llegará un momento en el que Europa se corte a sí misma el gas para evitar que Rusia siga rearmándose»

¿No ha calibrado Putin el impacto de las sanciones que podría tomar Europa y Estados Unidos?

Él pensaba que podía instalar un gobierno amigo en Kiev en 72 horas y que, por tanto, las sanciones que se le iban a poner eventualmente serían como las de Crimea, que las acabarían levantando, que los alemanes volverían a las mesas de negociación… Hemos dado tantas muestras de debilidad y de división que, si Putin ha hecho esto, es precisamente porque daba por hecho que no íbamos a reaccionar. No creo que esperara que la Unión Europea se despertase con un arsenal de medidas que se van a quedar mientras él siga asediando Kiev y Jarkov medievalmente con bombardeos. Las sanciones se van a quedar y van a ir más allá. Damos a Rusia 60.000 millones de euros por energía (gas, petróleo, materias primas…) al año, lo que coincide con el presupuesto ruso en defensa. Por eso creo que llegará un momento en el que la cuestión no sea que Rusia nos vaya a cortar el grifo del gas, sino que seremos nosotros mismos quienes nos lo cortemos para asegurarnos de que no pueda seguir rearmándose. 

Decía Josep Borrell, el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, que estábamos ante el acta de nacimiento de la Europa geopolítica. ¿Qué Europa saldrá de este conflicto? 

Tenemos que ver cómo va a acabar. Hay muchos escenarios posibles, pero creo que ninguno nos devolverá a como estábamos antes. Esta recontextualización de las relaciones exteriores de Europa y de sus relaciones con Rusia se va a quedar. Incluso aunque el Kremlin se retirara voluntariamente de Ucrania sin pedir nada a cambio, no nos volveremos a fiar mientras esté Putin al mando. Creo que Europa se va a reconfigurar: en los Balcanes el desafío fue moral y humanitario, pero no militar –nunca hubo riesgo de que Milošević atacara a la UE–. Sin embargo, esta guerra es un desafío directo para la Unión Europea. Mientras Putin siga ahí –y por eso es importante la política interior–, la sospecha siempre estará. 

Alemania, Portugal y otros países socialdemócratas, históricamente más reacios a dar una respuesta militar, han decidido enviar armas a Ucrania. España, por el contrario, ha tardado en reaccionar. ¿Qué lectura se puede hacer de esto? 

Sabemos que el Gobierno de coalición de España dudó al principio porque el socio menor puso una línea roja en el envío de armas que, en primera instancia, el Gobierno aceptó (o pensó que no tenía más remedio que aceptarlo para evitar una crisis de gobierno). Pero cuando ves que Alemania –donde hay una coalición socialdemócrata con los verdes que te pone a resguardo de que te llamen militarista– da un giro absoluto en su política exterior, que países como Noruega están revisando su legislación o que potencias tradicionalmente neutrales como Suiza están poniendo sanciones, tú te quedas muy expuesto. Quedas retratado, no porque tu contribución vaya a cambiar el curso de la guerra, sino porque parece que tienes miedo a una represalia rusa o que estás indeciso. Y eso no conviene cuando tienes en junio una cumbre de la OTAN en la que España quería jugar un papel importante: no solo ser el país que la alberga, sino de codiseñar la nueva OTAN y hacerla mirar hacia el sur. ¿Cómo vas a hacer eso si ha llegado un conflicto en el este y te has puesto de perfil? El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares, ha invertido mucho en arreglar la relación con Estados Unidos, y en España estábamos construyendo un camino que llevaba a sumar. No puede ser que de repente, en el último momento, nos descolguemos. Creo que el Gobierno ha visto que el coste externo de descolgarse era muy grande y ha decidido pagar el coste interno, que todavía no sabemos cuál es. 

El presidente ucraniano, Zelenski, ha solicitado la entrada de Ucrania a la Unión Europea. Sin embargo, los procesos de adhesión acostumbran a durar años: recordemos que Bosnia y Herzegovina firmaron su solicitud de adhesión en 2016 y es todavía candidato. ¿Se van a estrechar los lazos con el este?

La anexión es la culminación de un proceso, pero con los acuerdos de asociación se puede tener casi todo menos las instituciones. Lo importante es la convergencia regulatoria, porque eso es lo que hace que tus normas sean compatibles para el mercado interior. Al final, la UE es el mercado interior y por eso, la barrera entre ser miembro o no está mucho antes de que te admitan: está en todo lo que haces antes. Ucrania está lejos de tener las condiciones para ser miembro, aunque no cabe duda de que si hace funcionar su acuerdo de asociación lo conseguirá. Cabe recordar que no se exige un nivel de renta económico determinado para ser miembro, sino que tu mercado aguante a presiones. Lo que es imperdonable es el bloqueo que hay con la ampliación de los Balcanes, que sería mucho más fácil de llevar a cabo que anexionar Ucrania porque ya están integrados económicamente en Europa. Falta coronar eso con un poco de ambición.

¿Podría esta guerra cambiar los mecanismos internos de adhesión de la UE?

Ser miembro significa coger 200.000 páginas de documentación comunitaria, pasarla por tu parlamento y hacer que las instituciones se aseguren de que se cumplen esas normas, que regulan desde la potabilidad del agua hasta los residuos urbanos o los enchufes de la luz. Es un proceso burocrático, y la Unión puede ayudar a entender esas normas, pero el único que puede acelerar el proceso de preadhesión es el país candidato que decide cumplir con ese esfuerzo. Ahora bien, el esfuerzo no es negociable: no se pueden bajar los estándares para ser parte de la Unión Europea, no se ha hecho nunca. No se negocia sobre el contenido, sino sobre cuánto tiempo vas a tardar en aplicarlo. No creo que ahora vayamos a ver que las condiciones de preadhesión se dejen para después de la adhesión: hicimos algo parecido con Rumania y Bulgaria y acabamos pagándolo con temas de corrupción o de estado de derecho. 

«RT y Sputnik no son medios de comunicación, sino instrumentos de guerra»

La Agencia de la ONU para los refugiados calcula que son ya más de un millón las personas desplazadas que huyen de Ucrania. ¿En qué se diferencia la respuesta que la UE ha dado a la crisis migratoria derivada de esta guerra de otras como la ola migratoria de 2014-2015?

Los lazos de vecindad provocan que la acogida sea natural. El factor identitario es importante. Además, hay muchas diásporas ucranianas en países como España y muchos ucranianos se han estado moviendo por el continente durante años. Por otro lado, Hungría y Polonia nos debían una después de lo mal que se portaron en la crisis siria y está muy bien que sean ellos los que pidan ahora que se les ayude en la solidaridad.

Bruselas ha censurado a los medios del Kremlin, RT Sputnik. ¿Podría volver a poner sobre la mesa el debate sobre la libertad de expresión o de información? 

Hay que partir de la base de que RT y Sputnik no son medios de comunicación, sino instrumentos de guerra. El propio Gobierno ruso los define como herramientas del Ministerio de Defensa para la guerra informativa contra Occidente. Así que, lo primero que hay que entender es que cuando se vetan estos canales, no se vetan medios de comunicación, no es un periódico radical o que no te gusta, sino –cómo ellos mismos describen por escrito– un método para crear, capturar y fidelizar audiencias que pueden ser utilizadas en momentos críticos. Así que el debate no es sobre la libertad de prensa o la libertad de expresión, sino sobre la seguridad nacional.

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