Siglo XXI

«Cuando vuelves de una guerra piensas que cualquiera tiene capacidad de hacer el mal»

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Carlos Ruiz / Héctor Vila
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28
febrero
2022

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Carlos Ruiz / Héctor Vila

Fue reportero de guerra, corresponsal y director de ‘El Mundo’. Cuando lo cesaron por presiones políticas, David Jiménez (Barcelona, 1971) publicó un libro, ‘El director’, en el que destapaba las entrañas de ese periódico donde, según afirmaba, el periodismo rara vez ocupaba un lugar de peso en las grandes decisiones. Esto abrió los ojos, indirectamente, a cómo funcionan otras grandes cabeceras de este país, pues reflejaba un ‘modus operandi’ bastante generalizado en el sector. Ahora publica ‘El corresponsal’ (Planeta), una novela de ficción inspirada en sus propias vivencias en países en conflicto y una trepidante radiografía de un oficio en extinción. 


De su anterior libro se dijo que era muy enganchón, de esos que se leen en dos sentadas. En El corresponsal mantiene ese estilo ágil y sencillo, posiblemente heredado de su experiencia como cronista.

En El director había una tensión narrativa intrínseca en la historia; era una historia real, pero con estructura de thriller: un corresponsal idealista que llega a un periódico, se pega con el poder y, al final, se deshacen de él. El estilo de El corresponsal no cambia apenas porque, aunque es una novela de ficción, está basada en hechos reales. Cuando describo situaciones de acción como la revuelta en Birmania, eso está muy inspirado en lo que viví y en lo que ya escribí cuando era corresponsal.

¿Y por qué no optó directamente por otro libro autobiográfico?

El director tenía una fuerte carga de denuncia, por eso era necesario el 100% de honestidad. A los corresponsales les rodea un aura de romanticismo y aventura, por eso daba más juego (narrativamente) contarlo en una novela, por mucho que esté inspirado en lo que yo viví. Para enganchar al lector era mejor tener la licencia de dramatizar ciertas situaciones. Pero esos personajes, reporteros en ese mundo de revueltas, están muy vinculados a la verdad, a como yo lo viví. Aunque no todos están interesados solo en el lado periodístico, por eso quise añadirle otras tramas  (por ejemplo, la amorosa).

«La información cada vez tiene más de entretenimiento, y menos de periodismo»

¿Por qué un periodista tiene más encanto en los libros y las películas que, por ejemplo, un contable?

El periodismo ha sido siempre una inspiración para el cine y la literatura. Sobre todo el reportero de guerra, hombres y mujeres que viven al límite. Dicho esto, yo no quería que mis personajes fueran de corte hollywoodiense sino que quería aprovechar mi experiencia para contar cómo son. Sin duda, son personajes fascinantes, aunque he añadido la maldad de El director: no todo es romanticismo, heroicidad y aventura; hay un lado canalla y tramposo también, deslealtades y traiciones, competencia por las exclusivas y por los amores… Todo eso también está en ese mundo y por eso he querido reflejarlo en la novela; me he encontrado desde a los más cínicos a los más idealistas y, en medio, incluso quienes hacían la crónica desde la comodidad del salón de su casa como si hubieran estado en primera línea.

¿Cómo puede un corresponsal compatibilizar una vida tan extrema con la rutina cuando vuelve de la zona de conflicto?

Cuesta mucho adaptarse a una vida cotidiana. Cuando tu mundo se basa en ver el lado más oscuro de la condición humana en una guerra o en un desastre natural y, de repente, vuelves a casa y todo lo que tienes que hacer es esperar en la cola de un supermercado, al final te sientes como un extraterrestre. Algunos hemos tenido la ventaja de que volvíamos a un hogar con una familia, con hijos… Muchas veces necesitabas que te devolvieran a la normalidad y nadie mejor que tu entorno para hacerlo. Pero muchos compañeros volvían a un piso vacío, y ahí es donde los fantasmas de lo que han visto les persiguen. Les cuesta mucho más desvincularse de lo que han visto y vivido.

Dicen que el peligro engancha. 

Sí, y por eso esos corresponsales que no pueden huir de sus fantasmas están buscando constantemente esa adrenalina, ese riesgo y, como cuento en la novela, son personas que se sienten más cómodas en Afganistán que en un resort tranquilo disfrutando de unas vacaciones en Bali.

Y en su caso, ¿no le costaba adaptarse al día a día de su familia?

Cuando volví del tsunami del Índico, donde murieron más de 230.000 personas, donde vi fosas comunes en las que arrojaban 2.000 cadáveres y lugares completamente arrasados –o cuando volví de la guerra en Afganistán–, me costó varios días aceptar que no todo tiene por qué ser eso. Y que hay otras realidades. Es ahí donde viene muy bien que tus amigos te hablen del color del coche que se van a comprar. O que tu mujer te diga que te toca fregar los platos.

De su libro se colige que el reportero envejece antes: es un oficio más caduco de lo normal. 

Sí, los hay que llegan a la mediana edad y empiezan a perder valor como reporteros de guerra pero tampoco pueden regresar a una vida normal después de llevar 20 años haciendo lo que hacen. Y se quedan en un limbo. Me he encontrado a muchos juguetes rotos en mis años de corresponsal.

¿Y cómo influye en la personalidad de un reportero estar siempre cubriendo lo peor de la condición humana?

A mí me volvió más pesimista, de alguna manera. En la novela, uno de los personajes dice que lo que nunca le perdonará al periodismo es que le robara «la confianza en la naturaleza humana». Vuelves a casa, paseas por la calle y en cada persona con la que te cruzas ves la capacidad de hacer el mal que has visto en otros lugares. Y piensas: si vivieran en las circunstancias de un afgano o de un birmano, es probable que se comportaran de esa misma manera que cuando los ven en el telediario y piensa que son unos monstruos.

Ha pasado por casi todos los perfiles periodísticos, desde calentar una silla como plumilla hasta dirigir un periódico o ir a cubrir guerras y desastres naturales. Y ha tenido que atender a esa otra actualidad, la de la política española, tan inane. ¿Cómo cambia uno el chip para dedicarle la misma profesionalidad?

La ventaja de haber sido corresponsal antes de director, en mi caso, es que cuando me llamaba un político o un empresario para presionarme me ayudaba a poner en perspectiva lo que estaba viviendo. Pensaba: «Si a mí me han pegado tiros los talibanes, ¿qué es lo peor que me puede pasar si no acepto el chantaje de un político? ¿Qué me despidan?». Es algo muy pequeño en comparación con el riesgo que corres cuando está cubriendo una guerra.

«Los lectores cada vez son más indiferentes a las grandes injusticias»

Hay corresponsales que piensan que tienen una especie de misión, que su profesión es necesaria para el mundo e incluso puede salvar vidas. ¿Se sobrevaloran a sí mismos, o se sienten infravalorados por la sociedad?

Yo creo que ahora mismo, cuando un corresponsal ya no gana mucho dinero, ni fama –ni siquiera reconocimiento–, se necesita algo de idealismo para irse allí. No creo que haya nadie que vaya hoy a cubrir una guerra por mero ego.

¿Es el peor momento para este oficio?

La diferencia es que antes sí tenías un horizonte en el que podías prosperar. Yo empecé como freelance, me fui sin contrato y sin un sueldo. Pero al poco tiempo ya era un corresponsal de El Mundo y tenía pagado el apartamento, los viajes, los seguros… Fui mejorando, según la corresponsalía funcionaba. Y eso no ocurre hoy; lo que abundan son los freelance desamparados y en precario peleándose por colar sus crónicas que muchas veces tienen que escribir para cinco o seis medios, y aun así no llegan a final de mes.

Y deben dejarlo, aunque no quieran. 

Cada vez conozco a más compañeros que están abandonando, que lo han intentado durante diez o quince años y han visto que, como reporteros, no se van a poder ganar la vida. Al final, lo que existe es una falta de respeto al papel de un corresponsal de guerra, también por parte de los propios medios.

Muchos periódicos no les apoyan para no tener luego responsabilidades si les pasa algo en el terreno. 

Hoy es más arriesgado que nunca cubrir una guerra porque los periodistas se han convertido en uno de los objetivos en cualquier conflicto. Hubo una época en la que podías morir en un fuego cruzado, pero era mala suerte, estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Eso cambió sobre todo a raíz del 11 S. De repente, en conflictos como los de Afganistán, Irak, Siria y demás, entre matar al adversario y secuestrar o asesinar a un periodista, algunos sacaban más rédito de lo último porque tenía más repercusión.

Y también es más lucrativo. 

Claro, por eso empezó a haber tantos secuestros de corresponsales: veían al periodista como un cajero andante.

¿Y cómo vivió esto desde el otro lado. cuando fue director de El Mundo?

Me costaba mucho enviar a gente en situaciones en conflicto. Y a veces, en la sección de Internacional, me recordaban mi contradicción. De pronto yo, que había sido corresponsal en un montón de sitios era, de todos los directores que habían tenido, al que más le costaba enviar a periodistas al frente. Pero precisamente porque yo conocía los peligros de las coberturas y era consciente de que ahora se habían vuelto mucho más arriesgadas.

¿Por eso tantos periódicos se han puesto de perfil ante el reporterismo de guerra?

Tú no pones en riesgo a uno de tus periodistas, pero si te llama desde el terreno un freelance y te ofrece su trabajo, lo aceptas. Entiendo que, además, son periodistas que están intentando hacerse un nombre. Puedes decidir no comprarle ningún tema, pero por un lado estás yendo contra el objetivo de contar lo que está pasando y, por otro, le estás perjudicando, porque a lo mejor no tiene a nadie más a quien ofrecer sus historias. Dicho esto, sí creo que debería haber unos mínimos. Primero, de lo que debe cobrar un reportero por pieza. Y si va a trabajar para ti, garantizarle una seguridad, proveerle un chaleco antibalas, un conductor, un traductor que esté asegurado… Y aun así nunca hay garantías de que vaya a volver a casa. Cada uno es libre de tomar ese riesgo, pero los medios no deberían aprovecharse de eso.

«Cuando vuelves de una guerra piensas que cualquiera, hasta tu vecino, tiene capacidad de hacer el mal»

Por tanto, sí es una realidad que muchos medios han dejado desamparados a los reporteros de guerra. 

El mayor motivo es que a los medios les ha dejado de interesar la cobertura internacional. Están tan metidos en la reyerta política que tienen en casa que les da igual lo que pase fuera, y mucho menos tener a alguien en Siria o no tenerlo. Algunos medios incluso se sacan las crónicas gratis: llaman a un reportero freelance del terreno y lo entrevistan directamente.

¿Esa falta de interés es algo de las cabeceras españolas, o también se da en el resto de países?

Cuando llegó la crisis de 2008, muchos medios de España recortaron en periodismo; y en otros de Alemania, Francia o Estados Unidos hicieron justo lo contrario: contrataron periodistas. Entendieron que su supervivencia dependía de que mejoraran lo que hacían. Aquí, en cambio, los directivos decidieron recortar en periodistas para mantener sus estructuras.

Lo que está claro es que, en España, la política nacional tiene mucho tirón. 

Muchos medios aquí caen en el error de decir que le dan «a la gente lo que quiere». Es más barato y más rentable, sin duda, pero la información cada vez tiene más de entretenimiento que de periodismo.

Y en un panorama así, ¿cómo defienden ahora los periódicos digitales que sus lectores paguen por sus contenidos?

The New York Times tiene cinco corresponsales en China. Y posiblemente, los reportajes de ese país no sean, en muchos casos, los más leídos del día. Sin embargo, quien vaya a pagar por un periódico, lo hará por el que sabe que le va a dar la mejor información. Eso es visión a largo plazo. En nuestro país, los periódicos miran solo ganar audiencia a corto plazo.

Y aún no hemos hablado de la falta de independencia. 

El periodismo en España es cada vez más ideológico, está cada vez más ligado a los intereses y favores, y en la polarización actual se está intentando atraer a la audiencia no por la calidad, sino por la afinidad.

Como lectores tenemos también una responsabilidad en eso. 

Claro. Al final, pagamos por el periódico que nos hace sentir cómodos ideológicamente, que no nos obliga a confrontar ideas.

Los grandes perdedores de esta decadencia del periodismo en general, y del corresponsal en particular, son las víctimas de los conflictos. Cada vez se informa menos de su realidad, y se vuelven más invisibles. 

Son los grandes perjudicados. Cada vez hay una indiferencia mayor a las grandes injusticias. Pero esto también perjudica a los lectores: la falta de información los vuelve cada vez más ignorantes.

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