Ucrania

Cómo resistir a la comunicación de guerra

En las guerras hay que formar un estereotipo del enemigo, no solo combatirlo, y para ello es muy importante construir un retrato lo más coherente y despiadado de nuestro adversario.

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09
marzo
2022

Hace más de una semana estalló en Europa el último de los grandes conflictos bélicos conocidos hasta la fecha: Rusia ha invadido Ucrania a través de la fuerza con una masiva movilización de tropas militares y el bombardeo de su territorio. Por su parte, la comunidad internacional, haciendo gala de una unidad inusitada, ha impuesto potentes sanciones económicas para tratar de aislar a Rusia en todos los ámbitos. Como en anteriores ocasiones, las consecuencias más dramáticas de esta guerra van a ser las pérdidas humanas, la devastación del país y la huida del horror de millones de personas.

Pero como afirma el fotoperiodista Gervasio Sánchez, «el que aparezcan más o menos imágenes de un conflicto no tiene nada que ver con la objetividad, la neutralidad, el rigor o el humanismo». Por ello, aún a riesgo de mostrarme políticamente incorrecto y sumergido en la burbuja informativa, propongo una serie de consideraciones para afrontar con un mayor criterio el conflicto que nos ha tocado vivir:

El relato que subyace en nuestras instituciones, aunque a veces no nos demos cuenta, va en el ADN de muchos de nosotros

  1. Las relaciones internaciones están conformadas por equilibrios y desequilibrios fraguados durante décadas; no se puede contemplar cada acontecimiento como un hecho aislado en la historia. Cada episodio histórico tiene su contexto, sus causas y sus antecedentes en el tiempo. Y de esa forma hemos de analizarlos, teniendo en cuenta sus protagonistas, sus agraviados y los escenarios en los que se han ido forjando vinculaciones y desencuentros, alianzas y rupturas. Sin embargo, el actual ciclo informativo frenético impide una lectura más sosegada de los acontecimientos.
  2. Los europeos somos hijos de la cultura occidental cultivada en las relaciones políticas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y larvadas durante la Guerra Fría. Es por ello que nos educamos imbuidos en la ideología capitalista, influenciados tanto por la cultura anglosajona atlántica como por los valores de la tradición judeocristiana desde los que se reconstruyó Europa. Estos son los principios desde los que surgió la Unión Europea, los mecanismos de defensa con los que se constituyó la OTAN; el relato que subyace en todos ellos van, aunque a veces no nos demos cuenta, va en el ADN de muchos de nosotros.
  3. Tanto Vladímir Putin como Xi Jinping representan a regímenes dictatoriales y autoritarios. Esto los diferencia de los valores democráticos desde los que están configurados nuestros regímenes europeos, pero también es verdad que de la misma forma que acusamos al Kremlin de construir un determinado relato sobre la contienda que estamos padeciendo ahora, los organismos y poderes que nos representan también deciden el discurso de la guerra que nos quieren transmitir. Y esa es la versión que recibimos y con la que somos informados machaconamente. ¿Acaso la OTAN no ambiciona mayores cotas de poder e influencia hacia el este de Europa para controlar y debilitar el eje asiático? ¿No es Ucrania un enclave estratégico para lograr dicho propósito?
  4. El discurso de la guerra está construido desde la polarización entre buenos y malos. En las guerras hay que formar un estereotipo del enemigo, no solo combatirlo, y para ello es muy importante construir un retrato lo más coherente y despiadado de nuestro adversario, personificándolo y dando a conocer su vida, sus fobias y sus filias.
  5. Algunas de las escenas de las guerras que contemplamos en directo desde hace varias décadas se parecen demasiado a las películas o a los videojuegos más punteros: ya no sabemos si es la realidad la que se asemeja a la ficción o es al revés. Lo que sí parece claro es que estamos consiguiendo naturalizar y normalizar el uso de la violencia. Hemos integrado las dinámicas violentas en nuestro día a día y las guerras tienen una mayor proyección mediática si adquieren un relato cinematográfico. Si la guerra en Ucrania se prolongara en el tiempo, perdería interés y dejaría de estar en las portadas de los diarios, en los canales 24 horas de televisión o en las redes sociales.
  6. Las guerras llevan consigo la carga simbólica del lenguaje. Toda la ciudadanía adoptamos en unos instantes el vocabulario, los tecnicismos y los giros expresivos del habla militar. Nos familiarizamos con el tipo de armamento, las estrategias de ataque y defensa, y el manido uso de términos que dicen una cosa pero significan otra distinta: daños colaterales, armas inteligentes, fuego amigo. El lenguaje no es neutro y en las guerras casi siempre se emplea para eludir o diluir responsabilidades, sobre todo si la damnificada es la población civil.
  7. Por último, creo que tenemos la oportunidad de trasladar a nuestras vidas, a modo de aprendizaje, algunas de las derivadas de cualquier conflicto bélico: el modo de afrontar los conflictos, el destierro del uso de la violencia como método, el respeto y la tolerancia al otro.

 

Como señalaba hace varias décadas Doménec Font, «las guerras modernas son capítulos por entregas de una violencia generalizada, de una cadena de acontecimientos apresurados que compiten y se suplantan entre sí». Las guerras del último siglo llegan cargadas de marketing bélico y propaganda, pero son también espacios para el cultivo del pensamiento crítico y contracultural. No nos dejemos arrastrar por la marea de lemas y mensajes que casi siempre proceden del mismo punto y se dirigen en la misma dirección.


Juan Pagola es profesor de comunicación en la Universidad de Deusto.

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