Bukowski, artista del exceso
Carente de pudor, el escritor Charles Bukowski llegó a convertirse, a pulso de letra y vivencia, en la imagen con la que iluminar la oscuridad oculta en la condición humana.
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COLABORA2022
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Controvertido, realista y sin muestra de pudor. Así es como Charles Bukowski logró asombrar al mundo. Su poesía, leída con auténtico fervor en Estados Unidos, encontró tantos detractores como defensores desde sus primeras ediciones, marcadas siempre por la más absoluta controversia.
No es para menos: tanto el Bukowski poeta como el narrador muestran el rostro oscuro de la psique humana y de aquellos engranajes que sostienen la sociedad.
Rebelde, estepario, escritor
Charles «Hank» Bukowski nació en Alemania cuando el país parecía a punto de derrumbarse sobre el resto del continente europeo: la I Guerra Mundial –o Gran Guerra– había devastado los viejos imperios centroeuropeos, y la Rusia dirigida por Lenin arrogaba por extender la revolución por el mundo. De madre alemana y padre estadounidense de ascendencia polaca, la familia se mudó a Estados Unidos cuando Bukowski apenas contaba con tres años de edad; más tarde se trasladaron a California, donde el escritor viviría la mayor parte de su vida.
Bukowski sufriría constantes agresiones físicas y psicológicas por parte de su padre
En la costa oeste estudió durante dos años en la Universidad de Los Ángeles, si bien nunca consiguió terminar los estudios. Aquel joven, que había sufrido constantes agresiones físicas y psicológicas por parte de su progenitor ante la aparente indiferencia de su madre, acabaría repudiado, pero también repudiando a los suyos. Aquella terrible experiencia de maltrato y fragilidad marcarían para siempre el carácter del escritor, sus pulsiones y su mirada del mundo. A los 24 años publicó su primer relato en la revista Story Magazine, el mismo año en que perdió su virginidad acostándose con una prostituta, tal y como narró en la novela La senda del perdedor, publicada en 1982.
Pronto acabaría desencantándose de las costumbres sociales que vertebraban su época. Tal como sostiene el director de cine John Dullaghan, autor del documental Bukowski: born into this, la forma de relacionarse con las mujeres fue crucial en el desarrollo de su obra literaria. Tras casi una década dedicada a trabajos temporales, al vicio y al vagabundeo por el país, Bukowski consiguió un empleo nocturno en el servicio de correos, una tarea que detestaba profundamente. Aquella nueva década fue para el californiano un periodo de intensa creación poética y narrativa, pero también de sufrimiento y decepción amorosas. Tres mujeres, de hecho, marcaron profundamente su recién conquistada estabilidad económica: Jane Cooney Baker, a quien amó y dedicó algunos de sus poemas (y quien le era infiel); la editora Barbara Frye, que lo abandonó tras dos años de matrimonio; y la poeta Frances Dean Smith, madre de su única hija, Marina, y quien rechazó la opción de casarse.
Todas estas vivencias no solo alimentaron su creatividad –su literatura comenzó a ser cada vez más directa, dirigiéndose sobre todo centrada a la vida cotidiana y sus rincones oscuros–, sino que reconfiguraron su relación con el sexo femenino. En 1970, en una de esas maneras en que el éxito llega a la vida sin ser invitado a ella, Bukowski comenzó a cosechar fama y atención de importantes publicaciones, llegando a ser contratado por la editorial Black Sparrow Press y manteniendo una columna –Escritos de un viejo indecente– en Open City. Fue a partir de entonces cuando se tejió la controvertida relación entre Bukowski y las mujeres. Atraídas, conmovidas, curiosas o simplemente deseosas de seducirle y yacer con él, una creciente infinidad de mujeres escribían al autor o acudían a los lugares donde podía ser encontrado para tener una aventura con el reconocido poeta. Él no desaprovechó la ocasión de «investigar» –según sus palabras– a las mujeres, correspondiéndoles sin reparo en sus deseos. Un caso fue el que se relata en el libro Blowing my hero: en él, Amber O’Neill describe cómo viajó ex profeso para acostarse con Bukowski; un hito que consiguió tras ponerle excusas a su marido, con el que tenía una hija.
Tras acostarse en la misma noche con seis mujeres diferentes, Bukowski comenzó a reflexionar acerca de hacia dónde le conducía esa lujuria
El escritor descubrió entre las mujeres jóvenes su mayor fuente de algarabías sexuales. Estas experiencias nutrieron algunas de sus novelas más famosas, como Cartero y Mujeres, donde se transforma en personaje de ficción mediante su álter ego Henry Chinaski. De forma análoga a como cuenta en esta última novela, llegó un día en que el autor sintió vergüenza por su desenfreno: tras acostarse en la misma noche con seis mujeres diferentes, el estadounidense comenzó a reflexionar acerca de hacia dónde le conducía realmente esa profesión de lujuria. Como coinciden amigos, conocidos y ex amantes, Charles Bukowski necesitó tanto el cariño como el sexo, pero la dificultad para trazar unos sentimientos genuinos durante aquella vorágine –alimentada, además, por su adicción al alcohol y las drogas– no hicieron sino alimentar sus carencias y traumas infantiles.
No obstante, sus escarceos no se limitaron al placer: algunas de aquellas mujeres llegaron a sufrir el maltrato y la violencia del californiano. Así lo demuestran los casos de Linda King o Liza Williams, a las que agredió físicamente. Solo a partir del temperamental matrimonio en 1985 con Linda Lee Beighle encontró cierto «equilibrio sentimental». Su «enfermera», como la llamaba, lo atendió durante sus últimos años de vida, marcados por la tuberculosis que sufrió en 1988 y por la leucemia de la que fallecería finalmente en 1993.
¿Poeta maldito o maldito poeta?
Su transformación en autor de culto ha situado su figura en el punto de mira de toda clase de críticas, alimentadas especialmente por su forma de vida y su actitud en entrevistas públicas. Amado y detestado, su poesía es leída en los círculos universitarios con verdadera pasión y respeto; en Europa, en cambio, la predilección se ha inclinado hacia su obra narrativa.
Como icono, la corriente a la que se adscriben sus trabajos –el realismo sucio– ha sufrido desde entonces un auge internacional, pudiendo encontrar referentes en escritores de la talla de Zoe Valdés, Adolfo Vergara o Karmelo C. Iribarren. En su dimensión poética, el trabajo de Bukowski ha permitido un desarrollo vertical de la lírica: el poeta ya no mira de fuera hacia adentro, así como tampoco hacia los detalles luminosos de la vida; lo hace sin pesadumbre y, en muchos momentos, hasta con optimismo. Bukowski se transforma, así, en un cronista de la cotidianidad. Una realidad que no deja de impresionar a las generaciones presentes, aún cuando todo parece haber sido dicho.
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