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¿Y si la solución al cambio climático estuviera bajo nuestros pies?

Si bien la agricultura actual es responsable del 11% del carbono que se inyecta a la atmósfera, el cuidado de los suelos y la aplicación de técnicas de agricultura regenerativa podrían no solo evitar emisiones, sino convertir los cultivos en sumideros de CO2.

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Beatriz Alvero
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Beatriz Alvero

Durante una escena de Indiana Jones y la última cruzada, el protagonista se encuentra ante una situación de bloqueo que amenaza con poner en serio riesgo su misión. El explorador necesita encontrar una última pista –la más importante– para resolver un enigma que amenaza con destruir el mundo. Jones rebusca sin éxito por cada uno de los rincones en los que cree que puede estar la pista, representada en su cuaderno por el número diez. Cuando ya está a punto de rendirse, repara con asombro en que, sin que se hubiera dado cuenta, llevaba todo el tiempo caminando sobre la solución, que figuraba marcada en el suelo con una enorme «X». Esta escena, clave en el desenlace de la película, arroja un aprendizaje extrapolable a muchos otros problemas: a veces estamos tan cerca de la solución que no somos capaces de verla.

Si transportamos esta coyuntura a la vida real, uno de los problemas más importantes a los que se enfrenta el planeta es el calentamiento global y el impacto negativo que proyecta sobre millones de vidas. Una situación que en los últimos años ha hecho temblar los cimientos del sistema productivo actual y, más concretamente, los de un primer eslabón representado por el sector primario, grupo en el que se encuadran actividades esenciales como la agricultura y la ganadería. No hay tiempo que perder ante esta circunstancia, y es por ello que en lo que va de siglo se han sucedido multitud de propuestas pensadas para atajar el problema. La búsqueda de una solución que combine positivamente perdurabilidad y productividad parece conducir hacia un callejón sin salida. Se han sucedido proyectos de todo tipo, desde propuestas de inversiones faraónicas hasta diseños tecnológicos de difícil concreción. Ahora bien, ¿y si la solución necesaria estuviera debajo de nuestros pies? Estas preguntas, al fin y al cabo, quizás encuentren respuesta en la agricultura regenerativa.

La vegetación, ya sea en bosques o campos de cultivo, es un sumidero natural de carbono

Actualmente, la agricultura es responsable del 11% del total de las emisiones de carbono, figurando así como una de las principales causas del calentamiento global. La deforestación, la sobreexplotación de los suelos o el cálculo defectuoso de las zonas húmedas son algunos de los principales motivos que han originado la llegada a este punto de no retorno. En pocas palabras: el maltrato al suelo ha tenido consecuencias. Más allá de esgrimir reproches y buscar culpables, lo que arrojan estos datos es que para que la agricultura pueda seguir siendo viable, la solución pasa por reducir sus emisiones a cero. Por fortuna para el sector, esto es precisamente lo que propone la agricultura regenerativa, y lo hace de una forma muy sencilla: secuestrando el carbono de la atmósfera e integrándolo de forma eficiente en el propio suelo. Es decir, se trata de un proyecto que devuelve al suelo la capacidad intrínseca que la sobreexplotación le ha ido quitando con los años.

Para acercarse a este planteamiento es necesario entender que la vegetación en general –ya sea en bosques o campos de cultivo– es un sumidero natural de carbono. Las plantas tienen la capacidad de absorber el carbono existente en la atmósfera e integrarlo a través de la fotosíntesis a la estructura del suelo. Llegados a este punto, la proporción bajo la que se rige este proceso no sorprende: cuanto mejor sea el suelo, más carbono secuestra. Prácticas nocivas como las anteriormente citadas no hacen sino restar, y en la mayoría de los casos anular, esta capacidad intrínseca del suelo. Y como sin suelos de calidad no hay supervivencia para la agricultura, la asociación de conceptos en la que desemboca esta circunstancia no lleva a duda: la agricultura regenerativa debe ser la apuesta principal del sector (si acaso este quiere sostenerse en los próximos años).

Knorr compartirá su conocimiento sobre agricultura regenerativa con otros productores e integrantes de la cadena productiva

Esto quedó evidenciado en 2019, cuando la Unión Europea certificó que las buenas prácticas agrícolas podrían llegar a ser una de las soluciones a la proliferación de gases de efecto invernadero, y así queda patente con el esfuerzo de algunas de las empresas más importantes del sector por reconducir su sistema productivo hacia los planteamientos de la agricultura regenerativa. Es el caso de Knorr, la empresa del Grupo Unilever dedicada a la fabricación de sopas, concentrados y otros productos de origen agrícola, donde recientemente se ha anunciado el lanzamiento de 50 proyectos a desarrollar durante los próximos cinco años enteramente basados en la agricultura regenerativa. De esta manera, la compañía, una referencia en cuanto a niveles de producción, pone las bases para que otras muchas empresas del sector puedan hacer lo mismo. Knorr, cuya producción actual ya roza el 95% de sostenibilidad, experimentará con nuevas técnicas para hacer crecer y diversificar la producción al mismo tiempo que se garantiza la salud del suelo explotado a fin de, una vez extraídas las conclusiones, compartir estos datos con otros productores y demás integrantes de la cadena productiva.

Como ocurre en el caso de Knorr, la apuesta por formatos de producción que contemplen la rotación de cultivos, el mínimo laboreo, la siembra directa o la forestación, resultarán claves en los próximos años para el futuro de la actividad agraria y, por ende, del planeta. Esta apuesta, además, no está reñida con la productividad: estudios realizados recientemente han demostrado que a través de la agricultura regenerativa se pueden obtener ahorros de hasta un 20% en los costes de producción, especialmente en los de carácter energético. Productividad y perdurabilidad: la solución largo tiempo buscada.

El suelo, parte originaria del problema, se revela finalmente –y con cierta ironía– como la solución más efectiva. Tras años de pruebas e intentos fallidos, la apuesta definitiva debe comenzar por mirar hacia abajo y pensar que la solución, como le ocurría a Indiana Jones en aquella película, ha estado siempre justo bajo nuestros pies.

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