¿Saldrá Erdogan fortalecido (otra vez) de esta nueva crisis?
Desde el fallido golpe de Estado de 2016, la política exterior de Erdogan ha cambiado de rumbo. El neo-otomanismo quedó relegado entonces a un líder personalista situado a contracorriente de Europa y de Estados Unidos, perdiendo el rol de mediador regional que el mundo esperaba a principios de este siglo.
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El lugar turco en el mundo ha sido clave en la geopolítica desde siempre: Turquía ha funcionado tanto en forma de muro como en forma de puente con Europa. Cuando Erdogan llegó al poder, en el año 2003, la esperanza de que ese puente se ensanchara crecía constantemente. No era para menos: entre 2002 y 2012, cuando la Unión Europea vivía su boom europeísta, la economía turca creció a un ritmo del 5% anual, una cifra superior a muchos países europeos. Tampoco fueron pocos quienes creían que su papel sería fundamental para contener los conflictos bélicos en la región. No obstante, en muchos casos, Turquía sólo fue un testigo pasivo de la combustión interna en Oriente Medio: parecía más preocupada por contener la migración de refugiados que de resolver problemas tan acuciantes como el terrorismo.
Turquía, por tanto, no es un país sencillo; se mueve aparte. El miércoles 8 de diciembre, el mismo Erdogan aseguró que no reconocería las decisiones de Europa sobre la justicia turca. En pocas palabras: hará oídos sordos a lo que decidan las instituciones europeas sobre sus asuntos domésticos. «No reconocemos las decisiones que tome la Unión Europea respecto a Kavala, Demirtas o quien sea», sentenció ante un grupo de periodistas, refiriéndose al empresario Osman Kavala y al exdiputado Selahatttin Demirtas. Ambos casos, según las instituciones continentales y múltiples oenegés, constituyen violaciones de derechos humanos. Para él, sin embargo, las decisiones europeas son «inexistentes».
A principios de diciembre, el mismo Erdogan aseguró que no reconocería las decisiones de Europa sobre la justicia turca
Esas no han sido las únicas afrentas hacia lo que se considera «Occidente». En 2016, en el marco de la conmemoración del genocidio armenio, se esperaba de Erdogan un reconocimiento de ese dramático episodio de la historia turca. Las peticiones de reconocimiento, en ese caso, llegaron por parte del Parlamento Europeo y del Papa Francisco. A pesar de todo, según declaró, «me entra por un oído y me sale por el otro».
Pero cabe hacer un matiz: 2016 fue un año particular. El intento de golpe de Estado sufrido en el país cambió la postura de Turquía en el mapa y, sin duda alguna, las cuestiones domésticas terminaron impactando en su política exterior.
Desviar la atención interna
Según Jordi Quero, director del máster en Diplomacia y Organizaciones Internacionales del Centro de Estudios Internacionales asociado a la Universitat de Barcelona, para entender la actual posición de Turquía es necesario repasar varios puntos de inflexión en su política exterior, una cuestión que, en casos como ese, siempre va de la mano de la agenda doméstica.
Uno de los sucesos más importantes ocurrió en 2011, cuando aparecieron las llamadas «primaveras árabes»: para Turquía surgió entonces la oportunidad «de dar rienda suelta al neo-otomanismo y consolidar, así, la importancia de su rol en la región», defiende Quero. Aquel nicho de oportunidades, sin embargo, cambió tras los fatídicos resultados que terminaron ocurriendo en países como Siria, Libia o Yemen.
Para el académico, otro de los puntos de inflexión que sirven para comprender a Turquía es el fallido golpe de Estado mencionado unas líneas más arriba: «Hay dos Turquías: una pre y otra post 2016». Según explica, Erdogan no se sintió apoyado –como esperaba– por parte de potencias occidentales como la Unión Europea o Estados Unidos. A partir de esos hechos, la posición turca en la geopolítica llegó a un punto de no retorno.
Desde entonces, el gobierno de Erdogan se ha sentido cómodo con un discurso revisionista muy similar al mantenido por China o Rusia. «Se trata de un revisionismo sin rumbo, sin proyecto», sostiene Quero. Y agrega: «La Turquía de hoy, que se siente cómoda con la denuncia hacia las acciones de la Unión Europea o de Estados Unidos, no tiene una propuesta muy estructurada; al contrario, con el neo-otomanismo sí había una idea de cuál era el rol que quería jugar en el mundo».
Quero: «Turquía no tiene una propuesta muy estructurada; con el neo-otomanismo sí tenía una idea de su rol en el mundo»
Otro punto imprescindible para comprender la política exterior turca, de acuerdo con el profesor, es tomar en cuenta la agenda interna. Para él, como sucede con muchos otros países sujetos a «liderazgos personalistas», la política exterior responde a una crisis interna. «Hay una gran correlación entre la expulsión de 10 embajadores (Erdogan expulsó en octubre a 10 embajadores –la mayoría europeos– por haber criticado la prolongada prisión preventiva de un activista en favor de los derechos humanos) y la crisis económica turca. La política exterior es utilizada por los líderes para cambiar el foco de atención. Ahora la lira turca está devaluada y ha perdido un 75% de su valor frente al dólar en los últimos 10 años. Es esperable que seamos testigos de estos ejercicios reivindicativos», comenta Quero.
Además, tal como explica, muchos líderes personalistas sobredimensionan los problemas exteriores para darle la vuelta a los asuntos domésticos. Y en este caso, Erdogan se sabe débil: «Hay rumores sobre su propia salud que no terminan de aclararse, y hay incertidumbre sobre su fuerza política de cara a las elecciones de 2023».
¿Pasará factura la crisis turca en 2023?
Según sostiene Quero, los problemas internos se traducen en económicos y esto, ineludiblemente, se refleja en lo político. «La economía turca está sufriendo tanto que lleva a un descrédito de las élites políticas, como pasa en otros países. Y eso, evidentemente, llega a lo social: hay desempleo, inflación, conflictos», relata.
Las próximas elecciones nacionales en Turquía serán en 2023, ¿pero se espera que Erdogan llegue tan debilitado que las urnas le pasen factura? «No tiene por qué ser así: si bien es cierto que en un contexto como este la crisis puede pasar factura, también puede suceder todo lo contrario. Puede ocurrir, por ejemplo, que líderes como Erdogan reivindiquen esta situación, o que simplemente sean capaces de mantenerla y de movilizar a aquellas partes de la sociedad que les han votado desde siempre. Si hiciese esto último, podría seguir gobernando sin problemas», responde Quero. Y añade: «Erdogan ya tuvo varios puntos de inflexión y salió fortalecido de ellos: los sucesos de 2011 y 2016 así lo demuestran. Cuenta con una gran base rural que siempre le es fiel».
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