¿Qué va a ocurrir con el petróleo?
Mientras el petróleo se agota, la humanidad parece quedarse sin una alternativa viable para una materia energética que hoy rige nuestras vidas por completo.
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Hablar de energía es hablar de petróleo. Desde su descubrimiento científico y el comienzo de su explotación masiva en el siglo XIX –aunque se conoce su uso en la antigüedad– lo hemos convertido en la principal materia prima energética, hasta el punto de que somos dependientes del petróleo y sus derivados. Vehículos, transporte, aviones, barcos, la electricidad y algunos materiales como el alquitrán o el plástico, entre otros muchos, proceden de él.
A pesar de ellos, hay un grave problema relativo al llamado «oro negro», y este no es únicamente medioambiental. Según reconoció la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en 2010, alrededor de los años 2005 ó 2006 se alcanzó el pico máximo de producción mundial de petróleo. A simple vista, esto puede parecer una nimiedad, pero lo que esta información quiere decir es que –siendo conservadores– hace 15 años que no podemos superar la cantidad de extracción diaria que se logró en esos años. Vamos, así, atados a una lenta disminución, a un progresivo declive. A raíz de estos datos uno cabe preguntarse qué es lo que va a suceder con el petróleo en los próximos años. Pero sobre todo, ¿hay alternativa a este combustible tan contaminante como necesario?
Pensamiento positivo y otras desgracias
El pensamiento positivo continúa siendo el planteamiento base que aún rige el discurso político de casi todas las ideologías. Es aquello de que «ningún tiempo pasado fue mejor», lo cual, además de no ser necesariamente cierto desde el punto de vista reflexivo, encierra la irracional idea de que la humanidad sigue una postura ascendente en cuanto al progreso, superando constantemente las etapas anteriores. Esta postura nos está conduciendo al desinterés por las disciplinas de humanidades, pero también a crisis globales como la energética.
Los seres humanos consumimos cada vez más energía. La propia AIE ha alertado de que la demanda mundial crecerá en al menos un 50% respecto a la actual hasta el año 2030. Es algo sencillamente lógico: nuestro mundo cada vez es menos mecánico y más electrónico, lo que requiere un aumento trascendental del volumen de electricidad que ha de producirse mediante distintos procesos. Todo ello, además, sin contar el actual modelo consumista, que multiplica el gasto en producción, transporte y tratamiento de residuos, por ejemplo. La cuestión, por tanto, es simple: ¿de dónde obtendremos toda esa energía que necesitamos para un mundo cada vez más necesitado de ella?
Según la AIE, la demanda mundial de energía crecerá en al menos un 50% respecto a la actual hasta el año 2030
A este respecto, el físico Antonio Turiel expone en su ensayo Petrocalipsis una verdad que resulta incómoda tanto a conservadores como a progresistas y ecologistas: no podemos prescindir del petróleo de golpe. Y no podemos porque, de hecho, no sabemos cómo prescindir de él de forma repentina y ser capaces, a la vez, de mantener el actual status quo de la economía y nuestra sociedad. En Petrocalipsis, así, Turiel expone con gran claridad y rigor científico la dimensión de la crisis energética que estamos comenzando a vivir: si bien supuestamente las reservas de petróleo y otros combustibles fósiles como el carbón pueden proveernos durante unos 200 años más, el cálculo es tan solo teórico; en realidad, en la práctica es imposible sin disponer de un gigantesco avance tecnológico que nos permita aprovechar al máximo esos yacimientos.
La cuestión reside, por tanto, en la capacidad de extracción, que comienza a dejar de ser rentable al agotarse la facilidad para extraer crudo convencional, gas natural o carbón. Desde la industria energética, mientras tanto, no cesan de intentar llevar a cabo otras opciones, como el fracking, diana de las más duras críticas ambientales; el petróleo extrapesado, que es de baja calidad y necesita ser enriquecido; o los biocombustibles. No obstante, la producción diaria de todos ellos no es capaz de paliar, ni siquiera a corto plazo, la acelerada carencia.
Ni siquiera las renovables parecen un buen sustituto del petróleo, ya que están a merced de la climatología
Y tal como recuerda el físico español, de electricidad no vive únicamente el ser humano: la capacidad para aportar gran cantidad de energía a los vehículos de transporte que tienen la gasolina o el diésel no pueden sustituirse de golpe por baterías eléctricas a causa de los límites de nuestra física actual a la hora de almacenar energía. De hecho, en cuanto a la producción de electricidad, ni la fisión ni la fusión nuclear parecen ser alternativas a corto o medio plazo: la primera a causa de haber llegado en el 2016 al máximo de extracción del uranio, y la segunda porque la fusión «en caliente» todavía no es una tecnología que controlemos lo suficientemente bien.
Ni siquiera las renovables parecen un buen sustituto del petróleo, pues además de no aportar la solución en síntesis que ofrece el petróleo como combustible para el movimiento de vehículos y parte importante de la maquinaria industrial, estas fuentes de energía son muy eficientes para complementar la producción de electricidad por otras vías, pero están a merced de la climatología, lo que hace que el flujo de energía no sea constante. Además, los materiales necesarios para su fabricación, aparte de contaminantes, suelen ser escasos. Paradójicamente, algunos estudios sobre el impacto de la implantación en masa de paneles solares en el planeta advierten de que podrían aumentar la temperatura global entre 1 y 1,5ºC; es decir, causarían el mismo efecto que se pretende evitar con ellos. Tampoco parece que pueda salvarnos el hidrógeno, ya que si bien es un elemento químico altamente inflamable y con gran capacidad de energía, su reducido tamaño atómico y su volatilidad lo hacen ineficiente a nivel energético, con un rendimiento de alrededor del 25%. ¿Cuáles pueden ser, entonces, las soluciones a esta encrucijada, si es que existen?
Soluciones sí, magia no
Como bien apunta el autor en Petrocalipsis, cualquier intento de aspiración para sortear el callejón sin salida en el que nos encontramos en las necesidades energéticas de nuestra civilización pasan, primero, por la aceptación de que estábamos equivocados: el crecimiento infinito, la prosperidad sin fin –entendido este término desde un punto de vista material y tecnológico– es imposible. Los problemas existen y, aunque cerremos los ojos y los oídos asustados ante ellos, estos llegan por igual y vapulean nuestras esperanzas con la misma intensidad. Parece necesario, por tanto, regresar al análisis objetivo de la realidad, al reconocimiento de los acontecimientos, a la búsqueda conjunta de soluciones, a poder ser, eficaces.
Para ello no debemos esperar milagros de la ciencia, que cuenta con unos límites actuales muy concisos y evoluciona a un ritmo alejado de la inmediatez de las exigencias de nuestras deficiencias energéticas. Se hace imperativo, por tanto, cambiar el modelo social y cambiar la forma en que producimos y consumimos energía. Turiel expone, de hecho, propuestas muy lógicas: para preservar la civilización hay que asegurar que no falte energía para los servicios básicos, modificar el modelo financiero, redefinir el concepto del dinero –recordemos, además, que la minería de criptomonedas está disparando el consumo de electricidad– y trazar planes de transición hacia otras maneras de producir energía de manera local para poder, así, optimizar los procesos. Sea como fuere, la era del petróleo está llegando a su fin: o cambiamos o retrocedemos.
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