Cultura

«La covid ha demostrado que el avance en derechos de los indígenas era ficticio»

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28
diciembre
2021

La directora de cine Melina León (Perú, 1977) atiende a ‘Ethic’ para hablar sobre los turbulentos años ochenta en Perú, cuando se destapó el tráfico de niños robados a mujeres pobres e indígenas. León sabe de lo que habla porque su padre, el periodista Ismael León, fue quien puso el foco sobre esta cruda realidad con sus letras mientras trabajaba en el diario ‘La República’. Ahora, la directora peruana ha llevado a la gran pantalla ‘Canción sin nombre’, una de las películas nominadas a Mejor Largometraje Iberoamericano en los Goya 2022 que ya ha recogido más de 43 premios por todo el mundo. Cuenta la historia de Georgina, una joven indígena que huye a Lima con su marido de la violencia de Sendero Luminoso, el grupo terrorista fundado en 1970 responsable de embarcar al país en una gran espiral de violencia. Allí, Georgina da a luz a una niña que le dicen haber nacido muerta para luego descubrir que ha sido robada, como le ocurrió a otras tantas mujeres indígenas en la época. Su historia sirve de espejo para reflejar la situación actual de los derechos humanos en Perú y la herencia de Sendero Luminoso, cuya violencia sigue marcando aún hoy la agenda política.


La película se basa en un caso real que investigó su padre. ¿Le facilitó su trabajo el proceso de documentación para llevarla a pantalla?

Del caso original tengo el testimonio de algunas mujeres. Sobre todo el de la persona que hizo que retomase el interés en el caso y me dio la fuerza para hacer esta película: la hija de una de las mujeres indígenas víctimas del robo de bebés. Se llama Céline Giraud y se puso en contacto con mi padre contándole que ella fue una niña robada. Quería agradecerle los reportajes que escribió en los 80 porque los recortes de los periódicos le permitieron hacer la investigación que le llevó a encontrar a su madre. También supe de otros casos. Me hice cercana de una señora que nunca recuperó a sus hijos, que fueron robados siendo más mayores. Pero hay muchos casos más que nunca se resolvieron. El que vemos en la película es una reconstrucción a partir de los reales. Georgina es todas esas mujeres que no lograron recuperar a sus hijos, que eran la gran mayoría.

¿El tráfico de niños en los ochenta es un tema que se trate actualmente en Perú de forma habitual?

No es algo de lo que se hable directamente o que se considere un problema de Estado. Sabemos que estas mafias siguen vivas con el apoyo de policías y jueces. Mejor dicho, hay policías y jueces que son parte de estas mafias. Aparecen nuevos casos de vez en cuando, pero no está siendo el centro de atención. Hay un problema parecido, el de la esterilización forzada de mujeres campesinas, que ocurrió en los 90 [crímenes de Fujimori]. Sí se ha denunciado, porque hubo más de 100.000 mujeres víctimas. Pero con esas cuestiones lo que pasó es que se las comió el monstruo de la violencia, pues la década de los ochenta se acabó convirtiendo en una gran guerra entre Sendero Luminoso y el Estado peruano en la que se perdió cualquier tipo de análisis social: nadie se paró a analizar de dónde venía tanta violencia. En la película lo retratamos con el personaje de Leo, el marido de Georgina, que se mete en Sendero Luminoso.

«Los periódicos de la época calcularon centenares de víctimas, pero no existe un número concreto»

¿No existe un cálculo de cuántos bebés se pudieron robar en Perú?

El caso real que investigó mi padre, anterior al que vemos en la película, es del año 81. Aparte de lo peligroso que era indagar por entonces, en aquella época era más difícil acceder a la información. Durante la parte de documentación, la policía nos explicó que también era mucho más sencillo falsificar documentos. Así, los periódicos de la época calcularon centenares de víctimas, pero no hay un número concreto. No obstante, esto sigue pasando en Perú y en todo el mundo: aparece de vez en cuando un caso que cobra luz y luego vuelve a apagarse. Por ejemplo, hace un par de años salió una noticia en Nigeria que contaba cómo se raptaban a las mujeres y las violaban para, posteriormente, vender a los niños. Pues bien, en Perú, hace cinco años, surgió también un caso de tráfico de bebés en Arequipa, la segunda ciudad del país, en el que estaban involucrados policías.

¿Han recibido presiones o amenazas tras el estreno?

No. Ha sido un estreno inusual por la pandemia. Salimos en Cannes, pero luego tuvimos que suspender el estreno en cines en Perú y ya salió directamente en Netflix a principios de este año. No sé si fue por eso, pero en ningún momento hemos recibido amenazas.

¿Uno de los temas que trata la película es la indefensión de los indígenas en Perú?

Sí, claro. Somos la gran mayoría. Los mestizos que además hablamos el castellano como primer idioma adquirimos un estatus mayor, pero otros a los que se le nota más su origen andino, por ejemplo, o que son quechuahablantes, lo tienen más difícil.

«Me gusta que se aprecie la forma en que está contada la historia, pero habría querido ver mayor indagación en más casos»

¿Qué reacciones ha recibido la película en ese sentido?

Soy la primera mujer peruana que ha sido invitada a Cannes. Hemos ido a más de 100 festivales, un número altísimo. Creo que eso demuestra el interés por los derechos de los indígenas. También que estemos en Netflix dice algo: al principio no se interesaron mucho, y luego nos apoyaron en el estreno mundial, cuando vieron que tenía repercusión. Digamos que si había un prejuicio, era un prejuicio salvable, así que estamos muy agradecidos porque siempre quieres que la película llegue lo más lejos posible. Eso sí: quizás en la prensa no he visto profundización en los temas de marginalización o derechos que muestra la película. Me gusta que aprecien la forma en que está contado, pero habría querido ver cómo se indaga en más casos y se denuncian los abusos en Perú.

¿No ha mejorado la situación desde la época que trata la película?

Quizás algo. Pero, por ejemplo, desde el punto de vista de la salud, la sanidad estaba ya antes de la covid en un estado catastrófico, con la mayoría de la gente de ascendencia indígena sin poder acceder a ella. Cuando empezó la pandemia, había 100 camas de UCI en el país, y la gran mayoría estaban en Lima, lo que nos permite imaginar la situación en zonas como la selva de Perú. Por eso han muerto 200.000 personas en el país. Esta cifra da una idea de que cualquier avance que haya habido de momento es ficticio. Si acaso, se ha hecho un trabajo importante en promover el estudio del quechua y la revalorización de la cultura andina. Aunque creo que también ha contribuido el cambio climático: el mundo ha vuelto sus ojos a los indígenas al darse cuenta de que el modelo actual es destructivo y su modo de vida, por contra, preserva el entorno.

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