Siglo XXI

Psicología ‘fast-food’, o la banalización de la salud mental

Ir al psicólogo ya no es un tabú, pero la situación de la salud mental está en crisis por la precarización de la disciplina. Cada vez más profesionales cuestionan los obstáculos para poder ejercer en España y la explotación laboral a la que se enfrentan en el sector privado (con el consecuente efecto negativo sobre los pacientes).

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11
noviembre
2021

La situación de la salud mental en España es como una pescadilla que se muerde la cola. Cada vez más personas manifiestan necesitar atención psicológica y las aulas de las facultades de Psicología se llenan año a año, pero cuando es el momento de salir al mercado laboral, la realidad dista mucho de lo que esos estudiantes habían imaginado: las limitaciones para la habilitación sanitaria, la falta de plazas de psicología en los hospitales y las condiciones precarias en las empresas privadas son el pan de cada día en el sector.

La reciente polémica en torno a La Llorería, el local que abrió durante un fin de semana de octubre en madrileño barrio de Malasaña con la pretensión de «desestigmatizar la salud mental», sirve de ejemplo para demostrar la creciente banalización que, sumada a la precariedad de los psicólogos, está sufriendo esta disciplina. Esto no resultó ser más que una campaña de marketing para la empresa TherapyChat. Como si de una atracción turística se tratase, dentro del local aguardaba una ruta a través de varias salas iluminadas por luces de neón violáceas y consignas en las paredes: «Me quiero ver bien por dentro», «Estar mal también está bien», «Ir al psicólogo está de locos». Junto a una bañera repleta de bolas de goma había colocada una mesilla con un teléfono y una caja de pañuelos, y serigrafiado justo encima el nombre de la sala, podía leerse crying corner o, en castellano, rincón para llorar.

La apertura de ‘La Llorería’ generó un sinfín de reacciones que aludían a un mismo problema: la precariedad de la psicología

¿Quién llora dentro de una bañera mientras un sinfín de desconocidos pasean por allí haciendo fotos? Nadie, pero lo importante en este local eran los hashtags, que protagonizaban gran parte del tour. Más tarde el local cerró, pero no por las críticas, sino porque se trataba de un pop up store, es decir, un local que abre durante unos pocos días con un objetivo que suele ser publicitario. Y tras su cierre, se produjo un debate en redes sobre la importancia de la visibilización y el daño que ésta produce en el preciso instante en el que cae en las manos equivocadas.

Cuando hablamos de psicología, nos encontramos con un sinfín de opiniones. Hay quienes piensan que no sirve para nada, o que incluso ‘no existe’. Hay quienes necesitan esa atención psicológica, pero no se la pueden permitir. Y otros que posponen esa ayuda bajo la creencia de que «el tiempo todo lo cura». Hay quienes son víctimas de mala praxis. Y unos pocos que entonan el «veni, vidi, vici» romano: necesitan atención psicológica, se la pueden permitir, piden ayuda y la terapia fluye correctamente. Pero al margen de este amplio abanico de posibilidades y la precarización que lo rodea, debemos analizar qué ocurre antes de que un paciente entre por la puerta de la consulta y quien –y en qué condiciones– se sienta detrás de la mesa.

«La empresa se queda con 30 euros y a mí me deja con 15»

Según el Consejo General de la Psicología de España, en nuestro país hay 29 facultades destinadas a la Psicología, incluyendo centros públicos, privados, presenciales y a distancia. De todas esas facultades, al año se gradúan en torno a 10.000 personas, como apuntan los datos del Ministerio de Ciencia. Es decir, 10.000 egresados de Psicología acaban sus estudios y se plantean qué hacer tras conseguir su diploma. Algunos escogen los recursos humanos, otros la psicología forense, otros la rama educativa y otros deciden ser psicólogos sanitarios o clínicos. Estos últimos tendrán en un futuro su consulta.

Sin embargo, el proceso por el que transcurren un psicólogo sanitario y un psicólogo clínico –aunque ambos están habilitados para tratar trastornos mentales– no tiene que ver. Un psicólogo sanitario es aquel que ha cursado el Máster de Psicología General Sanitaria, un máster habilitante para poder ejercer en España. Si es ‘obligatorio’ debería haber gran oferta, puede pensarse, pero lo cierto es que existen muy pocas plazas, largas listas de espera para acceder y universidades privadas que lo ofertan el título a precios que pocos se pueden permitir –y que, en muchos casos, también ocupan sus plazas rápido–. Estamos ante el primer obstáculo para convertirnos en ese prototipo de psicólogo que trata trastornos mentales.

En 2021, se examinaron 3.871 personas para tan solo 198 plazas de psicología en hospitales públicos

¿Es más fácil ser psicólogo clínico? No. El psicólogo clínico quien ha realizado el examen de acceso a la Formación Sanitaria Especializada (FSE), ha sacado plaza y ha terminado los cuatro años de residencia como Psicólogo Interno Residente (PIR) en un hospital público. En 2021, se presentaron 3.871 personas a este examen para un total de 198 plazas, es decir, una ratio de 19,6 aspirantes por plaza. Si lo comparamos con la ratio de los aspirantes a medicina (1,7), enfermería (3,8) o farmacia (5,5), estamos ante el siguiente obstáculo que no solo limita a los profesionales que quieren formarse como psicólogos clínicos, también a las personas que no pueden permitirse ir a una consulta privada y sólo pueden acceder a la atención psicológica a través de la Seguridad Social.

Ante este escenario, un psicólogo puede plantearse abrir su propia consulta. Se da de alta como autónomo, se colegia en su comunidad, contrata un seguro de responsabilidad civil, alquila un local y paga las facturas. ¿Cuánto debería cobrarle al paciente? Abre Google y busca el precio medio. ¿El resultado? Un océano llamado mercado laboral en el que pequeños peces luchan contra orcas. 

Las orcas son las empresas que subcontratan a falsos autónomos cobrando entre 30 y 50 euros y ofreciendo al psicólogo una pequeña comisión. «Eres como un rider sentado en una consulta», comparte Elena, que utiliza un pseudónimo por miedo a las repercusiones en la empresa en la que trabaja. «Tú haces todo el papeleo. Y tienes un horario, tienes un contrato y no puedes trabajar por tu cuenta. Si a mí me contacta alguien para hacerle terapia no puedo hacerlo por mi cuenta y cobrar esos 45 euros. Tengo que remitirlo a la empresa, que se quedará con 30 euros y me dejará a mi 15», explica.

Más de 3.500 personas se suicidan al año en España y dos millones de habitantes consumen ansiolíticos a diario

Este modelo de explotación laboral que lleva años denunciándose en el sector del reparto de comida rápida ahora ha enraizado en la psicología, con las correspondientes consecuencias económicas en los profesionales y la atención deficitaria en los pacientes. «Hay gente muy buena. Estas empresas contratan a psicólogos habilitados porque saben que, si no, se les cae el chiringuito. El problema es que exigen muchísimo: tienes que atender a cuantas más personas mejor y. al final, no puedes dedicar a cada paciente el tiempo que se merece. Para la empresa es solo dinero», recalca esta psicóloga.

En la actualidad, la salud mental está en boca de todos. Se habla de ella en medios, en el cine, en las series que los jóvenes (y no tan jóvenes) ven a través de las plataformas de streaming y hasta en el Congreso. El problema, apuntan los expertos, es que la salud mental no es un trend de TikTok o una prenda de ropa que se vuelve a llevar esta temporada; es algo serio, algo que afecta a las más de 3.500 personas que se suicidan al año según el Instituto Nacional de Estadística; a dos millones de personas que consumen ansiolíticos a diario, como apunta el Ministerio de Sanidad, y a más de tres millones que padecen depresión, según la Sociedad Española de Psiquiatría.

Hablar de salud mental es fundamental, pero banalizarla en pos de la reivindiación es un grave error. Reivindicar, en todo caso, trata de luchar contra la precariedad, exigir como ciudadanos (y como profesionales) más plazas, acortar listas de espera y proteger a los pacientes de mala praxis. El resto es solo ruido.

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