Siglo XXI

Por qué estamos polarizados

Durante los últimos cincuenta años, las identidades partidistas se han fusionado con las raciales, religiosas, geográficas, ideológicas y culturales alcanzado un peso demasiado pesado en la política. En ‘Por qué estamos polarizados’ (Capitan Swing), el periodista Ezra Klein rastrea cómo estas pautan nuestra forma de ver el mundo y consumir su información.

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01
octubre
2021

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He sido periodista político durante más de quince años. En ese tiempo, he sido bloguero, reportero de periódico, colaborador de revista, editor de formato largo, columnista de opinión, presentador de noticias por cable, un personaje de las redes sociales, estrella de vídeos virales, autor de podcast y empresario de medios de comunicación. Lancé Wonkblog, la columna online sobre política en el Washington Post, y he sido co-fundador y primer editor jefe de la organización de explicación de noticias Vox, la cual llega ahora a más de cincuenta millones de personas cada mes.

Cuando estaba lanzando Vox, a menudo me preguntaban quiénes eran nuestros competidores. La gente esperaba que respondiera que nuestros competidores eran otros sitios de análisis y noticias con mucho contenido político. The Atlantic, el FiveThirtyEight de Nate Silver, el Washington Post. Pero la verdad es que otros sitios de noticias eran más colaboradores que competidores en el esfuerzo compartido por involucrar a la gente en política. Si Silver convertía a un fanático de los deportes en adicto a la política, era más probable que esa persona leyera la cobertura política de Vox. Pero si alguien no estaba interesado en la política o simplemente estaba más interesado, por ejemplo, en los consejos de jardinería o en volver a ver viejos episodios de Friends en YouTube, entonces esa persona estaba fuera de nuestro alcance.

Digo todo esto para dar algún peso a mi siguiente frase. La verdad principal que he aprendido acerca de la audiencia en todos y cada uno de esos lugares es que casi nadie se ve obligado a seguir la política. Hay algunos profesionales de los grupos de presión y los asuntos de gobierno que necesitan estar al tanto de los desarrollos legislativos y regulatorios para hacer su trabajo. Pero la mayoría de las personas que siguen la política lo hacen a modo de pasatiempo; la siguen de la misma forma que seguirían un deporte o un grupo de música.

«Considere las opciones disponibles para los consumidores ansiosos de noticias políticas en 1995… Es posible que tuvieran uno o dos periódicos locales, un puñado de emisoras de radio»

No podemos confiar en que la gente nos lea por obligación; tenemos que competir con todo lo demás por su atención. Rachel Maddow está en guerra con reposiciones de The Big Bang Theory. El canal de YouTube de Vox compite con los juegos de Xbox. El tiempo dedicado a leer este libro es tiempo que no se dedica a escuchar el podcast Serial. Esta lógica se extiende hasta los mismos bordes de nuestra vida consciente y más allá. El director ejecutivo de Netflix, Reed Hastings, dijo que su mayor competidor es el sueño. Este es el contexto en el cual el periodismo político moderno se produce y se consume: una guerra total por el tiempo de una audiencia que tiene más opciones que en cualquier momento de la historia.

Este es otro de esos momentos en los que necesito detenerme y decir: esto es nuevo. Tan banal e inevitable como nos parece un mercado competitivo de los medios de comunicación a los que vivimos en él, es algo que nunca ha existido antes, no de esta forma. Considere las opciones disponibles para los consumidores ansiosos de noticias políticas en 1995. Es posible que tuvieran uno o dos periódicos locales, un puñado de emisoras de radio, los tres noticiarios nocturnos, la recién lanzada CNN y, si fueran realmente incondicionales, un par de suscripciones a revistas.

Avance rápido de una década. Esos mismos consumidores podían abrir el navegador de internet y leer online casi cualquier periódico del país –y la mayoría de los principales periódicos del mundo–. Para temas de opinión política, tenían al alcance una increíble variedad de revistas, cualquier página de artículos de opinión y, de forma repentina, un incontable número de blogs. En la televisión, a la CNN se habían unido Fox News y MSNBC. En la radio, el satélite comenzó a llenar las ondas de radio con más comentarios políticos. En los bolsillos, el lanzamiento del iPod dio inicio a la era del podcast.

Esta mezcla heterogénea de noticias sobre el presente no fue nada comparada con la explosión de información sobre el pasado. Antes de la revolución digital prácticamente todas las noticias políticas disponibles eran implacablemente efímeras: un artículo de prensa, la historia destacada de una revista o una emisión de noticias de seis meses antes podían preservarse en alguna biblioteca de alguna parte, pero por lo que respecta al consumidor medio de noticias habían desaparecido. Si usted oía un término que desconocía o una referencia a un evento histórico que tenía borroso, había pocas opciones para informarse de forma inmediata. La información que tenía delante, que estaba cerca físicamente, era toda la información instantánea de la que disponía.

A mediados de la década de los 2000, eso ya no era cierto: los medios de comunicación habían subido vastos archivos que fueron vinculando con las viejas informaciones, que tenían motores de búsqueda internos y, más importante aún, habían puesto todo esto disponible para Google. Si usted quería leer sobre algo que había sucedido un año o diez años atrás, todo estaba allí disponible, incluso si lo único que sabía eran unas cuantas palabras generales que apuntaban hacia el tema. Nunca en la historia de la humanidad había sido ni remotamente posible estar informado políticamente de esta forma.

En la mayoría de los modelos de política democrática, la información es la restricción. Los votantes no tienen el tiempo o la energía para leer los gruesos tomos de teoría política y mantenerse al día sobre cada acto del Congreso, por lo que dependen de los políticos profesionales –representantes elegidos, voluntarios de la campaña electoral, empleados de los partidos, los grupos de presión, expertos–, que tienen ese tiempo y esa energía. Lo que sigue de este modelo es tentador: si la información deja de ser escasa, si se vuelve libre y fácilmente disponible para todos, el problema fundamental que aflige a los sistemas democráticos quedaría resuelto. Entonces los sueños de los teóricos democráticos de todo el mundo se hicieron realidad. Internet hizo que abundara la información.

El aumento de las noticias online proporcionó a los estadounidenses acceso a más información de la que nunca habían tenido antes–muchísima más información, información en una magnitud muy diferente–. Sin embargo, las encuestas mostraban que no estaban, en promedio, más informados políticamente. Tampoco estábamos más involucrados: la participación de los votantes no experimentó un crecimiento con la democratización de la información política. ¿Por qué?

En los primeros 2000, el politólogo de Princeton Markus Prior se propuso desentrañar esta aparente paradoja. La forma en que resolvió el problema es, en retrospectiva, obvia. Lo que ofreció la revolución de la información digital no fue solo más información, sino más opciones de información. Sí, ahora había más canales de noticias por cable, pero fueron eclipsadas en número por los canales que no tenían ningún interés por las noticias: canales que ofrecían las veinticuatro horas del día recetas de cocina, reparaciones y bricolaje en el hogar, viajes, comedia, dibujos animados, tecnología, películas clásicas. Sí, puede leer online la cobertura política de cualquier periódico o revista del país, pero también puede leer muchas más cosas no políticas: la explosión de los medios políticos fue más que igualada por la explosión de los medios que cubren mú- sica, televisión, dietas, salud, videojuegos, escalada, espiritualidad, las rupturas sentimentales de las celebridades, deportes, jardinería, fotografías de gatos, registros genealógicos… En realidad, todo.

«No hablamos lo suficiente sobre el abismo que separa a los interesados de los desinteresados»

El factor clave ahora, argumentaba Prior, no era el acceso a la información política, sino el interés por la información política. Desarrolló su argumento a través de la comparación con la televisión. Al igual que internet, la televisión multiplicó la cantidad de información disponible para la gente y se extendió como un reguero de pólvora. Pero, a diferencia de internet, la televisión, al menos los primeros años, ofrecía pocas opciones. «Durante décadas la programación de los canales evitó situaciones en las que los espectadores tuvieran que elegir entre el entretenimiento y las noticias –escribió Prior en su artículo News vs. Entertainment–. En gran parte, las noticias no estaban expuestas a la competencia del entretenimiento, porque tenían su lugar a primera hora de la tarde y de nuevo antes de los programas nocturnos. Hoy en día, cuando tanto el entretenimiento como las noticias están disponibles todo el tiempo en numerosos canales y sitios web, las preferencias de contenido de la gente determinan la mayor parte de lo que ven, leen y escuchan quienes tienen acceso al cable o a internet.

La política estuvo una vez agrupada junto con todo lo demás e incluso los no interesados fueron empujados a consumir noticias políticas. Usted podía suscribirse al periódico para leer la página de deportes, pero eso significaba que tenía que ver los artículos sobre política en la primera plana. Podía tener un televisor porque se negaba a perderse I Love Lucy, pero si encendía la televisión por la noche, terminaría viendo las noticias de todos modos. La revolución digital ofreció acceso a inimaginables cantidades de información, pero, de forma igualmente importante, también otorgó una capacidad de elección inimaginable. Y esa explosión de la capacidad de elección amplió la división interesado-desinteresado; una mayor oferta permitió que los adictos aprendan más y los desinteresados sepan menos.

Para probar esto, Prior encuestó a más de 2.300 personas sobre sus preferencias de contenido y su conocimiento político. Como realizó esta investigación en 2002 y 2003 –los primeros años de internet y todavía razonablemente temprano para el cable–, pudo encuestar a personas que tenían acceso a internet, a las que tenían acceso al cable, a las que tenían acceso a ambos y a las que no tenían acceso a ninguno de los dos. Las preferencias de contenido –es decir, cuánta información política quería consumir la gente en comparación con cuánto quería consumir de otras formas de entretenimiento– tenían poco efecto sobre el conocimiento de quienes no tenían acceso al cable ni a internet. Incluso si usted quería más información política, no tenía fácil acceso a ella, por lo que el interés no se traducía en in- formación. Pero entre los que tenían acceso a cable e Internet, la diferencia en el conocimiento político entre aquellos que mostraban mayor o menor interés por las noticias por cable fue del 27 por ciento.

Eso eclipsaba las diferencias de conocimiento político entre las personas con un nivel educativo más alto o más bajo. «En un entorno de muchas opciones, las preferencias de contenido de la gente incluso se convierten en mejores predictores del aprendizaje político que su nivel de educación», señaló Prior. Hablamos mucho sobre la polarización izquierda-derecha en las noticias políticas. No hablamos lo suficiente sobre la división que la precede: el abismo que separa a los interesados de los desinteresados. Pero no se puede entender la una sin el otro. En gran medida, la una existe debido al otro. Y recuerde que Prior realizó esta investigación a principios de la década de los 2000, antes de Facebook y Twitter, antes de internet en el móvil y los algoritmos de YouTube, antes del giro a la izquierda de MSNBC, antes de BuzzFeed y HuffPost, antes de Breitbart y la derecha alternativa. Internet es ahora mejor para aprender lo que queremos y nos ofrece más que entonces. La competencia por la audiencia y la amenaza a los modelos de negocio periodístico se han vuelto mucho más intensas desde entonces. Y todo esto ha cambiado cómo se producen las noticias políticas y cómo se consumen.


Este es un fragmento de ‘Por qué estamos polarizados’ (Capitan Swing), de Ezra Klein.

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