Economía

«No puede existir una democracia sana sin una economía sana»

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13
septiembre
2021

El economista José Carlos Díez Gangas (Palencia, 1974) considera que su papel va más allá de lo inherente a su profesión; entre sus tareas se halla también la divulgación de esta ciencia social, hoy desgastada por el impacto de dos recesiones en menos de veinte años. Sus libros, como ‘La economía no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla’ (Plaza Janés), guardan conceptos básicos que Gangas logra conjugar con sus propias creencias. La economía –a veces denostada por determinadas explosiones de rabia popular– le resulta algo fundamental; los Objetivos de Desarrollo Sostenible nunca conseguirán alcanzarán su cometido sin una intervención inteligente del Estado y un buen liderazgo político.


En su libro señala que «el capitalismo no funciona sin una intervención pública adecuada». Recientemente, sin embargo, saltó al debate público la discusión sobre la presión fiscal en España tras la partida de varios youtubers a Andorra. ¿Por qué hay quien defiende un sistema económico sin límites?

Ese libro se publicó cuando se aprobaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y, por tanto, yo lo escribí antes de verlos, pero creo que el mundo y el paradigma de las ideas se ha ido encaminando hacia esa clase de objetivos. La gente que está bien en el liberalismo extremo, o bien en el comunismo, se encuentra fuera de la nueva realidad: la economía de mercado no tiene sustitutivos. Pero sin una intervención inteligente del Estado y sin un ‘capitalismo de compromiso’, que es lo que buscan los ODS, también fracasará. Al fin y al cabo, los países que han intentado enfocarse hacia el liberalismo extremo han sufrido fuertes crisis sociales y políticas. La pregunta ahora recae en cómo combinar el capitalismo de compromiso con un sistema democrático, que es para lo que hacen falta buenos líderes políticos.

En términos de fiscalidad habla también de desigualdad y de progresividad impositiva, si bien menciona que esta última debería tener un límite. Sin embargo, ¿no fue el IRPF del 94%  lo que impulsó los ‘años dorados’ en Estados Unidos a partir de Franklin Delano Roosevelt?

Ese es un periodo de la historia no replicable porque llegó después de la Gran Depresión y de un mecanismo de fuerte represión financiera. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces existía un sistema de Bretton Woods con tipos de cambio fijo y controles de los movimientos de capital, lo que permitía ese margen de maniobra en la política tributaria. En estos momentos existe una perfecta movilidad de capitales y no hay cambios de tipo fijo y el problema, fundamentalmente, es que no estás solo en el mundo: tienes que poner un impuesto que te permita garantizar el pago de los servicios públicos y el Estado del bienestar; no obstante, debe fijarse de forma adecuada. En el caso de España, donde hay un gasto público por encima de los impuestos y un déficit estructural, terminas pagando un impuesto injusto, que es el aumento de la deuda pública, algo que lleva ocurriéndonos desde 2008. Pero, a la vez, si te pasas de impuestos, el capital se va a otro país.

¿Se dirige en ese sentido el impuesto mínimo de sociedades del 15% que ha apoyado Estados Unidos?

Este impuesto solo funciona si es global y coordinado. Ahora sí podemos esperar que se aplique correctamente porque lo ha propuesto Joe Biden y lo ha apoyado la Comisión Europea: si todos los países armonizan el impuesto no hay distorsión posible; el problema, como decía, viene del hecho de que lo intente establecer un solo país, especialmente uno relativamente pequeño como España.

«Si la educación se fijase por la ley de oferta y demanda, más de la mitad de la población se quedaría sin ser educada»

En el libro distingue entre un liberalismo que adjudica a John Maynard Keynes y otro que adscribe a Ronald Reagan y Margaret Thatcher. ¿Por qué en Europa ha triunfado (y triunfa) la segunda vía?

Keynes, en contra de la actual percepción, era miembro del partido liberal. De hecho, llegó a decir que en una eventual guerra de clases a él no le pillarían del lado de la clase obrera. Este es un liberalismo más próximo a lo que podría ser, hoy, la tendencia hacia el capitalismo de compromiso. Él creía en la economía de mercado y empezó a tener dudas en la Gran Depresión, renegando de muchas de las cosas que había defendido antes. Para su generación aquello fue una gran conmoción: la pobreza extrema, la tasa de paro de Estados Unidos… Las uvas de la ira de John Steinbeck. Aquello le impactó y cambió su forma de ver la economía, convirtiéndose en un activista y político, proponiendo políticas públicas para salir de la depresión. Creo que es algo bastante próximo a la situación en la que estamos ahora. Tenemos, por tanto, a Keynes, que prácticamente decía lo mismo que los socialdemócratas suecos, y a Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el otro extremo. Yo, personalmente, soy un gran creyente y defensor de los socialdemócratas suecos de la década de 1930. Ellos crearon la ideología que está detrás de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, del compromiso: tú crees que el comunismo lleva a la dictadura y asumes la economía de mercado, pero no crees que haya bienes que se tengan que gestionar en el mercado. Es el caso de la educación. Si fijases la educación por la ley de la oferta y la demanda, más de la mitad de la población se quedaría sin ser educada. Sería imposible tener un sistema democrático en una economía como esa. Por lo tanto yo, al igual que los socialdemócratas suecos, creo que el Estado tiene que tener una participación directa en asuntos clave como este.

En este sentido, Pablo Iglesias se declaraba recientemente como neokeynesiano. ¿Colocaría esta etiqueta a Podemos?

Pablo Iglesias es comunista, otra cosa es que no se declare como tal, porque en caso contrario no le votarían.

¿Entonces, según usted, su programa económico cómo se clasificaría?

¿Qué programa? Tenemos el de 2014, el de 2015, el de 2017… En realidad, ellos no son tanto marxistas como groucho-marxistas: si no le gustan mis principios, tengo otros. Yo creo que a Pablo Iglesias le importa más bien poco el debate económico. Él entiende la política como un ejercicio del poder y, cuando ha llegado a él, lo ha ejercido de manera obscena, algo por lo que le han rechazado posteriormente en las elecciones madrileñas. Lo demás le da igual porque lo que realmente le importa es el poder y, si pudiera, implantaría un modelo bolivariano como en Venezuela.

Volviendo a su libro, ya entonces señalaba que «la mejor manera de acabar con el Estado del bienestar es incurrir en déficits crónicos». ¿Es eso algo a lo que nos podemos enfrentar a la salida de la crisis provocada por la pandemia?

Sí, yo creo que ahí está la principal diferencia entre los socialdemócratas suecos y Keynes. Este último provenía de un mundo liberal, ortodoxo y especulador, pero después de 1929 rompe el paradigma de que era necesario que el déficit fuera cero todos los años: si el Estado baja el gasto en medio de la crisis para compensar la bajada de ingresos públicos, profundiza la crisis y aumenta la tasa de paro. La tesis keynesiana, por tanto, recaía en el hecho de que en las recesiones habría que compensar la caída del consumo y la inversión privada con el aumento del déficit público. La diferencia es que los socialdemócratas suecos sostuvieron que, tras las crisis, el Estado debía reducir el gasto público para, así, minimizar la deuda pública y tener una estructura de financiación estable. El mayor enemigo del Estado del bienestar es el defensor de los déficits públicos crónicos. Mucha gente de izquierdas, de hecho, coincide en este sentido con los ‘neocon’ cuyo lema, encabezado por Reagan, era el de «matar a la bestia de inanición». No obstante, ahora en Europa, hemos aprendido las lecciones de la crisis de 2008. Entramos en una fase de recuperación para la que el BCE ya dijo que iba a retirar los estímulos, algo que seguramente también anunciará pronto la Comisión Europea. Lo fundamental es hacerlo de forma gradual para que, así, no se provoque una caída de la economía.

«El modelo económico chino y el occidental son incompatibles»

Manteniéndonos en la actualidad, ¿como influye a la economía en términos de dinamismo el hecho de que los alquileres crezcan más que los salarios y requieran, así, destinar una gran cantidad del sueldo?

Es un gran problema en determinadas ciudades, especialmente en aquellas donde hay una presión del aumento de la población, como Madrid. Se ha heredado del franquismo, cuyo modelo económico fue un desastre. En una situación de posguerra se observa un sistema extremadamente intervencionista, falangista, donde se da una masiva acción pública en la vivienda. No tanto en la construcción, donde puede resultar positivo, como en el mercado del alquiler. Aquí se hizo una intervención extrema; es decir, fijar los precios para hacerlos accesibles, algo similar a lo que pide Podemos. Lo que pasó con esta medida, sin embargo, es que el alquiler dejó de ser rentable y se dejó de introducir oferta en este ámbito. Además, al introducir la regulación de renta antigua, los dueños de las viviendas no contribuyeron a mantener las casas, lo que llevó a que los centros de las ciudades terminaran en un estado lamentable. Hoy somos uno de los países del mundo con menor porcentaje de viviendas en alquiler. Si tomamos Madrid observamos que la ciudad va a tener nuevos desarrollos en vivienda, sobre todo en el sur, pero en estos casos, creo, se debería cambiar la legislación de las viviendas de protección pública: en lugar de que todo sea de compra, que la mitad de la promoción sea en alquiler. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que uno, siendo joven, no puede acceder a una vivienda de esta clase: primero te piden una entrada del 20%, luego una cuota mensual y, además, que te pagues un alquiler. Con una figura flexible que permitiera el alquiler con opción a compra, se pagaría un alquiler, pero se iría capitalizando parte de la compra de tal forma que podrías acabar por pedir una hipoteca.

Sin embargo, hay países que sí implantan controles de precios.

Sí, pero ningún modelo ha salido bien. Lo que han hecho muchos de los países ha sido limitar el crecimiento de los precios; es decir, que en una revisión pública, por ejemplo, no haya una subida del 5%. Aquí hay un margen, pero aquellos Estados que han fijado el precio directamente han provocado menos oferta. Hay precios más asequibles, sí, pero hay muy poca vivienda.

En este sentido, ¿estamos también ante un problema de salarios especialmente bajos?

Ante dos problemas. El Banco de España tiene una investigación donde explica especialmente bien la relación entre las ciudades y los salarios. Por ejemplo, si escogemos un municipio grande y dinámico como Madrid, que ya crecía con particular fuerza durante el gobierno de Manuela Carmena, a una persona con una cualificación media-alta le compensa mudarse a la ciudad. Es cierto que el nivel de vida es más caro, pero económicamente compensa. Sin embargo, a la gente que viene a por empleos de un segmento medio-bajo, no. Por eso creo que se tiene que diseñar una política de vivienda como la que he mencionado para este segmento de la población.

«No se puede separar la economía de la política y de la sociedad: las tres van unidas»

Hace años señalaba que las grandes potencias tienden a marcar los caminos del pensamiento económico. Si, tal como señalan algunos, China se convierte finalmente en la primera potencia mundial, ¿puede suponer un problema para las democracias occidentales?

El modelo chino y el modelo occidental son incompatibles. En un debate libre, el modelo chino no será nunca aceptado en Europa, pero al revés tampoco: es muy probable que el modelo occidental no pueda implantarse nunca por completo en China. Creo que la solución vendrá de un planeta multipolar en el que podamos encontrar puntos de encuentro entre Estados Unidos, Europa y China.

Antes de que ocurriesen fenómenos como el brexit o la victoria de Donald Trump ya comentaba la necesidad (y el deber) de los ciudadanos de estar informados. ¿Es la economía carne de populismo?

No puede haber una democracia sana sin una economía sana. Hoy aún quedan cicatrices causadas por la crisis del 2008, el impacto de China o el cambio tecnológico. La economía, cuando tiene problemas, termina por traducirse en la sociedad; por supuesto, también ocurre a la inversa. Esta es una visión muy marxista, pero no se puede separar la economía de la política y de la sociedad: las tres van unidas.

¿Es el futuro la nueva economía digital? Usted criticó recientemente la ‘ley rider’.

Lo que critiqué de la ‘ley rider’ no fue tanto el hecho de que haya que intervenir en ese mercado –sí hay que hacerlo, en términos de precariedad salarial– sino en cuanto al hecho de eliminar la figura del autónomo. Si es un trabajo temporal, definido por horas, y quieres ser freelance, no pasa nada. El problema no es ese, sino el hecho de que los trabajadores tengan un salario precario. Los socialdemócratas, la Segunda Internacional y Pablo Iglesias, fundador del PSOE, buscaban era la dignidad en el trabajo: tener salarios dignos. No tener un contrato indefinido, que es el modelo falangista. La clave de este ejecutivo, que tuvo un compromiso con el Pacto de Gobierno, era crear un nuevo Estatuto de los Trabajadores. Y este es un documento que, evidentemente, tiene que adaptarse a la nueva realidad digital, completamente diferente de la que existía en 1978, cuando ni siquiera había teléfonos móviles. Es decir, tienes que lograr tener la suficiente flexibilidad y, a la vez, hacer leyes y regulaciones del mercado laboral para que haya salarios y condiciones de trabajo dignas; las dos cosas son posibles. Los nórdicos, por ejemplo, tienen un coste de despido en Suecia de cero días y una tasa de paro del 5%. Tener un coste de despido tan alto como en España ni nos protege ni nos evita una de las tasas de paro más altas de Europa. Creo que hay que observar lo que ocurre en otros sitios y adaptar –no copiar– esos modelos a nuestra realidad.

«La transición tecnológica no es maravillosa, pero uno no se puede negar a la tecnología en un país donde viene determinada de fuera»

Aún así, ¿puede ser la flexibilidad de estas nuevas compañías –como Uber, Deliveroo o BlaBlaCar– inherentemente precaria?

Bueno, estamos en una fase de cambio de era y cambio tecnológico y eso, a corto plazo, genera costes de fricción.

Pero algunas han llegado a pagar menos impuestos que una pyme. ¿Cómo se defiende este modelo?

Deberíamos elaborar un acuerdo de cómo poner una tributación adecuada a este nuevo mundo. Por ejemplo, es fácil controlar en qué país están entrando las IPs, dónde se generan las actividades y los ingresos… Ahí se puede aplicar un impuesto, pero este, de nuevo, debe ser coordinado entre todos los países desarrollados. Si lo aplica un solo país, evidentemente, tendrá problemas. Son nuevos sectores que están definiendo un nuevo modelo de negocio, pero es verdad que un cambio tecnológico, lo que hace, es crear disrupciones: hay muchos puestos de trabajo que se quedan obsoletos y otros que comienzan a surgir como un nuevo tipo de empleos. Evidentemente, la transición no es maravillosa, pero uno no se puede negar a la tecnología en un país pequeño en el que, como en España, la tecnología viene determinada de fuera. Ahora bien, lo que se debe hacer es adaptarse, elaborar esquemas y redes de protección para aquellos que se vean afectados. Hay que vigilar los dos mundos: eso es la socialdemocracia.

Entonces, ¿estamos en una transición?

Es que los recursos son escasos. A largo plazo la tecnología siempre ha mejorado el nivel de vida del ser humano; a corto plazo, claro, tiene sus costes, pero para eso está la política y, sobre todo, el sistema democrático.

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