Sociedad

Jovellanos: vida de un ilustrado inmortal

Jovellanos, uno de los grandes ilustrados españoles, creía en la razón como factor clave en el desarrollo humano. Suyo es, en parte, el mérito de que hoy vivamos en un Estado moderno.

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09
septiembre
2021

Un día, en marzo de 1810, una intensa tempestad obliga a un navío a atracar en el puerto de Muros, en Galicia. La embarcación ha logrado recorrer la costa esquivando buques enemigos y atesorando la bravura de las olas. De entre los pasajeros que acaban de tomar tierra se encuentra Baltasar Melchor Gaspar María de Jovellanos, que a sus sesenta y seis años regresa de Cádiz tras sumar una desilusión más a su haber: los aristócratas, entonces, habían vuelto a bloquear la posibilidad de que los diputados centrales reuniesen las Cortes y, como premio a su labor, lo habían acosado con injurias que le habían obligado a abandonar la que por entonces era la principal ciudad de oposición al imperio francés. Un hombre que ya entonces conocía el destierro en Mallorca y la estancia en prisión y que, a pesar de todo, había renunciado a aceptar un cargo en el gobierno del nuevo rey, José I Bonaparte, aún convergiendo en ideas acerca de las necesarias reformas que pedía el país. Jovellanos fue uno de esos intelectuales admirables que trascendieron el discurso de su propio pensamiento para –desafiando la célebre opinión de Karl Marx sobre los filósofos– luchar por ser útil con fidelidad a sus compatriotas y a su tierra de origen, Asturias, a la cual otorgó un importante legado en favor de la cultura de la región. Unas ideas que superarían las limitaciones del contexto de su periodo histórico y sembrarían un trascendental precedente en las décadas y siglos posteriores.

España, una nación anquilosada

La nación que conoció Jovellanos era un país joven en unidad, pero detenido en una noción imperial que ya no se ajustaba a la realidad de la época. Hacía tiempo que la extraordinaria abundancia de oro y plata de las Américas se había evaporado, al igual que lo había hecho su hegemonía en Europa. Mientras España se dedicó hasta el siglo XVIII a extraer recursos transatlánticos, los países adversarios del viejo continente, desde sus colonias, se habían dedicado al estudio y al desarrollo de la economía privada para cubrir la amplia demanda del mercado.

El problema era construir una sociedad preindustrial con desventaja frente a naciones como Inglaterra

Con la victoria del bando borbónico en la Guerra de Sucesión y la unificación del país, el sueño de multitud de intelectuales de hacer de España un Estado acompasado en términos sociales, jurídicos y económicos se habría paso en el horizonte. El problema era edificar –y con rapidez– los cimientos de una sociedad preindustrial con desventaja frente a naciones poderosas de la talla de Inglaterra, Holanda y Francia, tal y como expone Pablo Junceda en Jovellanos y la economía: la actualidad de las ideas del ilustrado.

La expansión de las ideas emanadas de la Ilustración –e incluso el desarrollo de las ciencias experimentales– comenzarían a calar también en el reacio tradicionalismo español de la mano del rey Carlos III, cuyo modelo de construcción se erigía sobre el despotismo ilustrado. La anquilosada maquinaria del Estado, aún vertebrada por el régimen estamental de aristócratas, clero y plebeyos, fue tomando camino hacia el futuro Estado burgués mediante la mejora de la infraestructura del país, los cambios en la educación y la discusión de ideas sobre cómo podría reformularse la economía para hacerla más competitiva. Ello, claro, no sin graves conflictos para los referentes del progreso de esta época, como los Condes de Floridablanca y de Aranda, que tuvieron que lidiar entre dos aguas: el sostenimiento del status quo aristocrático y un creciente reformismo.

Futuro, educación y economía

Jovellanos se sumergió en este contexto sociopolítico con dos líneas muy definidas de actuación, una sobre la educación y la otra sobre la economía. Para el intelectual gijonés, convertir a España en una nación industrial se había postulado como un objetivo imprescindible para el buen funcionamiento del país, y ese cambio pasaba necesariamente por una transformación en la mentalidad de todos los estamentos sociales. En este sentido, debía ser el Estado quien lo agitase mediante profundas reformas, tal como se expone en la obra de Ignacio Fernández Sarasola, El pensamiento político de Jovellanos. Seis estudios.

Para Jovellanos, convertir a España en una nación industrializada era imprescindible para el buen funcionamiento del país

A partir de su nombramiento como Ministro de Gracia y Justicia del gobierno de Manuel Godoy comenzó a aplicar algunas de las ideas sobre la reforma de las cárceles, los hospicios o la abolición de la prueba del tormento, aplicada todavía en esa época por la Inquisición. Sus acciones, sin embargo, conllevaron que tuviera que cesar tras nueve meses en el cargo y retirarse de nuevo a Asturias, logrando tan sólo unos hitos muy parciales. Una vez de nuevo en su tierra, Jovellanos se dedicaría a trabajar en beneficio de la lengua asturiana –y de su historia– a fin de conservarla. Algo semejante a su actuación durante 1790, cuando analizó la minería del carbón en la cornisa cantábrica y promovió, mediante sendos informes, la llamada «carretera carbonera», la cual estaba destinada a agilizar la industria y su liberalización en un intento de generar competitividad de mercado. Dos propuestas que, sin embargo, verían la luz tan solo tiempo después de la muerte del erudito. Sí vería nacer, en cambio, el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, centro educativo que contaría actividad desde su creación, en 1794.

Para Jovellanos, la razón era clave en el devenir y desarrollo del ser humano. Entre su legado en la educación destacan las ideas recogidas en Bases para la formación de un plan de instrucción pública, del año 1809, donde establece que la educación ha de aspirar a la universalidad y debe centrarse en la educación física, una buena enseñanza de la lengua castellana para reforzar la capacidad de pensamiento, el plurilingüismo y el estudio de las ciencias aplicadas. Todo ello, además, en un contexto de libertad de opinión que facilitaría el correcto desarrollo intelectual del estudiante.

Junto a la educación, el desarrollo de la economía pasaba por la creación de industria y esta, a su vez, por la existencia de una génesis de materias primas que le permitiesen producir sin dificultades. Además de su breve incursión intelectual sobre la minería, Jovellanos centró sus esfuerzos en emular las reformas emprendidas en Gran Bretaña, tal y como recoge en su Informe sobre la ley agraria: disoluciones de los baldíos comunales y de la Mesta, cercado de tierras, liberalización del suelo, construcción de caminos y vías hídricas que facilitasen el acceso al agua para las propiedades y una reforma de los impuestos, entre otras medidas. En cuanto a la industria, el Estado debía impulsar la mejora de vías y estimular que aristócratas y burgueses invirtieran en la creación de plantas mecanizadas que sustituyeran progresivamente las manufacturas, apostando para ello en el desarrollo de las ciencias puras y en la acogida sin reparos de los nuevos inventos que de ellas fueran surgiendo.

Jovellanos, quien había dedicado su vida al estudio, la intelectualidad y su aplicación práctica mediante la política, falleció en 1811 sin poder ver cómo la mayoría de sus propuestas educativas, económicas y jurídicas irían viendo la luz durante los siguientes siglos. Apenas unos meses después, la Junta Central que había defendido promulgó la primera Constitución del país, la cual iniciaría un sinuoso proceso hacia el Estado burgués y, finalmente, a las bases de la España de hoy.

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