Medio Ambiente

Capitalismo verde: la sutil (y última) sombra del negacionismo

Las emisiones de gases de efecto invernadero han ayudado a erosionar el medio ambiente poco a poco. Pero, ¿somos nosotros los culpables de la futura crisis climática o, por el contrario, lo es el propio sistema?

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02
septiembre
2021

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La recuperación económica tras la covid-19 será verde, verde como los fondos europeos, verde como la revolución que augura una reconstrucción sostenible. Verde que te quiero verde. De un tiempo a esta parte, el adjetivo está cosido a la boca de los políticos, a las acciones de bolsa de los altos directivos de las multinacionales y al discurso de los próceres mundiales, vengan de la esfera que sea. Hasta el capitalismo es de este particular color.

Es un juego de trileros, sí, pero de consecuencias irreparables. Trileros de las palabras que hablan de conceptos como neutralidad climática, parques fotovoltaicos, ciudades y coches sostenibles, estrategias verdes y emisiones neutralizadas. Con ello ocurre que se posponen las necesarias y eficaces acciones que podrían evitar el desastre. Y mientras, la máquina del sistema sigue devorando el planeta para expurgar los últimos dividendos.

El cambio climático no se contrarresta con un ajuste aquí, un arreglo allá: el sistema no es viable. Hasta que no se acepte esta demoledora realidad seguiremos deambulando en un perverso negacionismo verde, dedicando recursos a proyectos que inciden y agravan la crisis climática, como la decisión del Gobierno de ampliar los aeropuertos del Prat y el de Adolfo Suárez, algo a lo que se destinará, respectivamente, inversiones de 1.700 y 1.600 millones de euros. Los técnicos y responsables nos hablan de que serán dos aeródromos «sostenibles», es decir, benévolos con el medio ambiente. «El aeropuerto más verde de Europa», calificó al primero el vicepresidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Puigneró. Pero para que eso fuera cierto, tendrían que despegar de sus pistas aviones de papel porque, por muy verdes que sean, hablamos de tráfico de aviones; es decir, de artefactos que producen emisiones de gases de efecto invernadero.

La estrategia de vender como ecológico lo que no lo es, se llama ‘greenwashing’

Según la investigación –la más completa, sometida a la métrica del IPCC– efectuada por la Universidad Metropolitana de Manchester, el transporte aéreo mundial representa el 3,5% del calentamiento climático. Ampliar estos aeropuertos es actuar como si el sistema en los términos en los que lo conocemos fuera viable, después de todo. Esta estrategia, la de vender como ecológico lo que no lo es, se llama greenwashing. Porque la cuestión, en definitiva, es que hay que reducir los vuelos y, por tanto, el espacio y el número de aeropuertos.

Hay un turismo verde (como el que desea Venecia, que cobrará una entrada para acceder al centro urbano, convirtiéndose en un triste parque temático),  pero verde es también la renovación de las licencias de las nucleares y la celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno. Todo es tan verde que, paradójicamente, resulta inocuo, pero en realidad termina por cronificar un modelo económico que mata.

Según Jason Moore, historiador medioambiental, la mayor parte de las emisiones provienen de la producción, algo que depende del capital privado

Lo que no es verde, en ningún caso, son las acciones de nuestro día a día, lo que los expertos –del vocabulario circense– han denominado como «antropoceno». Algo semejante a decir que es la sociedad en su conjunto la responsable de todos los males: el cambio climático, por supuesto, pero también la pobreza, el hambre o el analfabetismo. Usted y yo entre otros, en efecto. Pero a poco que nos pongamos a pensar y a buscar el sentido real –harto difícil en un momento en el que la información aparece fragmentada, de manera que nada parece tener relación con nada–, caeremos en la cuenta de que no es la humanidad, sino el sistema la causa original del calentamiento global, el cambio climático o la crisis climática (pues, aunque parezca lo mismo, ningún sinónimo es inocente).

Jason Moore, historiador medioambiental y economista político en el Departamento de Sociología de la Binghamton University, reivindica un nuevo concepto: el ‘capitaloceno‘. Argumenta en numerosos textos e intervenciones que la mayor parte de las emisiones globales provienen de la producción, algo que depende del capital privado, no de «la gente». De esta manera, no habría que producir no lo más rentable, sino lo mejor para la sociedad (y, por tanto, el planeta).

Que alguien ponga en duda que el planeta agoniza ya no se estila. Las estrategias son mucho más sutiles. Hay que apostar por los coches verdes, se nos dice. Pero conviene recordar que tampoco hay coches verdes: esos automóviles «sostenibles» utilizan baterías de litio, un recurso altamente contaminante que es aún más escaso que el petróleo.

Como cantaba Serrat, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. ¿O sí lo tiene?

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