Sociedad
El poeta, el grillo y el ruido
Para Juan Ramón Jiménez, hasta el simple chirrido del insecto trastocaba su metódico proceso para escribir poemas. Sin embargo, pocos pondrían ahora objeción a ese canto de la naturaleza: según la Agencia Europea del Medio Ambiente, la contaminación acústica provoca 12.000 muertes al año en nuestro continente.
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Un poeta que, aún envuelto en ruido, sea capaz de escribir versos sublimes, conmovedores, eternos. Es posible que esta resulte una imagen, no solo turbadora, sino de raíz imposible. La escritura –la poesía en particular– requiere de silencio para brotar. Bien lo sabía uno de los grandes autores del XX, Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1851- San Juan, Puerto Rico, 1958), tercer español en conseguir el Nobel de Literatura, después de Echegaray y Benavente. «Sí, silencio. Tan solo silencio. Que se callen/ que dejen a mi espíritu nadar en lo insondable…»
Ruido. Lo minusvaloramos porque sus efectos en la salud rara vez son dolorosos aunque, cuando se detectan los primeros síntomas, el daño en nuestro organismo ya se ha producido. Ruido. España es, detrás de Japón, el segundo país con más población expuesta a niveles de ruido. Silencio. El que convertía a Juan Ramón en neurótico de no sentirlo. De no habitar el silencio al escribir. Necesitaba «escuchar» sus pensamientos en absoluto silencio. Eso le llevó a mudarse con frecuencia, pues siempre acaba encontrando una fisura en cada casa por donde el ruido se filtraba.
Para conocer el alcance de su angustia ante la imposibilidad de silenciar, sirve de ejemplo la carta que escribió en 1920, instalado en su nuevo domicilio, a su vecino Narciso Clavería: «Perdóneme si me dirijo a usted sin tener el gusto de conocerle, y, sobre todo, para un asunto que, a primera vista, puede parecer infantil. Desde que ha comenzado el buen tiempo y, con él, a cantar un grillo que, según creo, está en uno de los balcones de la casa de usted, no es posible en la nuestra –y suya–, pared por medio, trabajar por las tardes ni dormir por las noches, pues el pobre e incansable animalito cumple su misión primaveral tan sonoramente, que resuena en nuestro piso como si estuviera dentro. He probado (…) una serie de remedios, y ninguno me ha dado, por desgracia, resultado. (…) Lo único que me atrevería a rogarle es que, si le fuese posible y no le causara la menor contrariedad, ya que su casa tiene balcones a la calle de Lagasca, más ancha, y donde tal vez no haya nadie, cerca, a quien moleste, tuviese la bondad de trasladar al animalito, con lo que proporcionaría usted un alivio considerable a mi cerebro (…)». La historia del poeta y el grillo puede leerse completa en Selección de cartas (1899-1958).
Juan Ramón Jiménez, hipersensible al ruido, hacía retiros en monasterios para disfrutar del silencio y rendir en su escritura
Un grillo en la ciudad resultaría, en la actualidad, tan bucólico que nadie podría poner objeción a su canto. Sobre todo porque no lo escucharíamos: la mayor fuente de ruido urbano es el tráfico. Pero también la actividad industrial y humana, la construcción de edificios, los aviones, los animales, las actividades lúdicas… Ese grillo se quedaría afónico tratando de hacerse oír en cualquier calle. Más allá de lo jocoso del asunto, debe recordarse que en Europa mueren alrededor de 12.000 personas al año por problemas de salud derivados del ruido, según la Agencia Europea del Medio Ambiente. Es el segundo factor de estrés ambiental más dañino en el Viejo Continente, por detrás de la contaminación atmosférica. Ruido.
El silencio es oro, se tituló uno de los poemarios póstumos del andaluz, escrito simultáneamente a Platero y yo. Silencio. «Sólo turban la paz una campana, un pájaro…/Parece que los dos hablan con el ocaso./ Es de oro el silencio. La tarde es de cristales./ Mece los frescos árboles una pureza errante./ y, más allá de todo, se sueña un río límpido/ que, atropellando perlas, huye hacia lo infinito…» Juan Ramón trató incansablemente de vivir en el silencio para, desde él, convertir vida en poesía. Tenía obsesión con el silencio. Y cuanto más silencio consigue, más depura su poesía («¡Oh pasión de mi vida, poesía/ desnuda, mía para siempre! más la desnuda»). Silencio.
Según la Agencia Europea del Medio Ambiente, el ruido es el segundo factor de estrés ambiental en el continente
Se dice que le molestaba hasta el vuelo de una mosca. Que forraba con corcho algunas habitaciones de su casa, que hacía retiros en monasterios por recibir la pureza exacta del silencio. Juan Ramón, cumpliendo las expectativas del escritor maniático y metódico. Era hipersensible al ruido. Ese ruido que origina desde una conversación normal (que alcanza los 60 decibelios), el motor de un autobús (70) o una calle escandalosa (hasta 90 decibelios, siendo 65 el límite que marca lo saludable de lo dañino).
Ruido: irritabilidad, estrés, aumento de frecuencia cardiaca, aceleración de la respiratoria, agresividad, alteraciones de sueño, falta de atención, cansancio, bajo rendimiento. «Ruido que derrumbas mis castillos de ensueño, / maldito tú, enemigo del silencio!». Silencio: equilibrio y paz interiores, fomento de la creatividad, regeneración de neuronas, disminución de la presión arterial y ritmo cardíaco. Silencio: poesía. «¡Oh, silencio, silencio! hermano del ensueño,/ príncipe blanco y oro, cargado de recuerdos!»
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