Opinión

¿Debe ser ‘punible’ decir lo que uno piensa?

El sonado caso de James Damore y Google –cuya resolución judicial está aún por concluir– o el de el editor de poesía, Chus Visor, son dos ejemplos más del recurrente conflicto entre el cultivo del disenso y la ‘cancelación’ de opiniones disonantes o polémicas.

Artículo

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
19
agosto
2021

Artículo

James Damore. ¿Le dice algo al lector este nombre? Este joven informático que en 2017 escandalizó a medio mundo por un comentario a propósito del programa de diversidad que ultimaba la empresa donde trabajaba, Google, para aumentar la presencia de mujeres tanto en plantilla como puestos directivos. Damore calificó la cultura de la multinacional de «cámara de eco ideológica» y, si bien reconoció que las mujeres sufrían discriminaciones estructurales, consideró «extremista» tratar de corregirlas con los conocidos como ‘cupos de igualdad’.

Fue más allá en su argumentación. Sostuvo que la poca presencia femenina en el sector de la tecnología se debía a «cuestiones biológicas». El informático mantuvo en un manifiesto esta idea, argumentando que las mujeres sistematizan menos y son más gregarias que asertivas, por lo que les resulta más complicado dirigir equipos en comparación con los hombres. Tras estas declaraciones –y pese a que el informe era de carácter interno–, Google despidió a Damore sin contemplaciones, aludiendo «una conducta intolerable contraria al código ético de la compañía», ya que «perpetúa los estereotipos sexistas». Era septiembre de 2017. Meses después, Damore denunció a Google. Por discriminar a los hombres blancos.

«Es cierto: hay una presencia escasa de mujeres en áreas científicas como las ingenierías»

Mientras esperamos la resolución judicial, cabe preguntarse si –más allá de lo desafortunado de sus opiniones– fue desproporcionada la respuesta de Google. Esa diversidad, tan en boga entre las grandes compañías, ¿no implica acaso cultivar (o, al menos, respetar) el disenso? ¿Y si Google hubiera despedido a uno de sus trabajadores por votar a Trump? ¿O por ser admirador de Kim Jong-un? ¿O por comprar Mein Kampf?

¿Qué se hace con alguien que está convencido de que la mujer no debiera de salir de la cocina? ¿Se le ajusticia en la plaza pública? ¿Uno no va a poder expresarse sin temor a represalias? Yendo a los datos, sólo el 20% de los puestos técnicos los desempeñan mujeres. Una de cada cuatro ocupa un puesto de mando y, una de cada cinco, plazas técnicas como las de programación. Es cierto: hay una presencia escasa de mujeres en áreas científicas como las ingenierías. De hecho, ellas representan el 28% del alumnado universitario que estudia carreras STEM (acrónimo inglés que aglutina ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), según datos de la Comisión Europea. Y no solo sucede en España, también en el mundo: según la UNESCO, menos del 30% de los investigadores del territorio STEM son mujeres.

Esto no puede explicarse por cuestiones biológicas. No hay estudios fiables que lo demuestren. E incluso en el hipotético caso de que Damore estuviese en lo cierto, los factores biológicos no son irrevocables. Por alguna causa a día de hoy desconocida (sobre la que existen distintas hipótesis que se resumen en cuestiones estructurales relativas al sexismo pero que siguen siendo insatisfactorias), las mujeres cursan estudios superiores de ciencia en un porcentaje muy inferior al de hombres. James Damore, que tenía conocimiento de ello de primera mano por trabajar en el sector, aventuró una explicación. Acaso –no lo sabemos–, sin mala fe. Desatinada, pero quizá inocente. Y fue despedido por ello.

«¿Qué hubiera ocurrido si, en vez de despedir a James, algún alto mando de Google le hubiera rebatido?»

¿Es lícito hablar de cultura de la cancelación o estamos ante un caso de censura o de clara justicia? También un verano, esta vez de 2015, una polémica similar dinamitó la paz en el mundo de la cultura de nuestro país. Uno de los grandes editores de poesía, Chus Visor, afirmó en una entrevista que «la poesía femenina no está a la altura de la masculina», refiriéndose a suelo patrio. Uf. Que le corten la cabeza. Sí. Pero no. Ustedes me entienden. Lo argumentaba ejemplarizándolo con tres generaciones: la del 98, la del 27 y la del 50. Arriesgada aserción para un periodo al que pertenecen María Zambrano, Carmen Conde, Rosa Chacel.

Y una provocación –o temeridad– teniendo en cuenta a poetas actuales de la altura (y hondura) de Clara Janés, Chantal Maillard o Ada Salas. Es una lástima que una de las personas más importantes y poderosas del sector de la cultura no solo piense así, sino que lo diga en voz alta. Pero ¿no tiene derecho a creerlo? ¿No se puede ser un provinciano intelectual? ¿Qué hubiera ocurrido si en vez de despedir a James algún alto mando de Google le hubiera rebatido? ¿O se trata de incentivar la hipocresía a costa de evitar al otro cuando es otro? Al fin y al cabo, en su buscador uno puede encontrar cientos de informaciones que van no solo contra toda ética, sino también contra el sentido común.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

(adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({});
SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME