Opinión

El Gobierno difunde el bulo de que el Gobierno combate el bulo

El bulo atenta contra el derecho a la información, sí, pero más daño le hace a este derecho el secuestro de informaciones verdaderas que, sin duda, cualquier gobierno querría mantener bajo llave.

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24
abril
2020

Permitir que el Gobierno distinga por el ciudadano la verdad y el bulo sería tan inteligente como confiar a una urraca un collar de plata. Una mostraría tanto interés por devolver la joya como el gobierno en compartir toda la verdad. Sin embargo estos días, cuando la pandemia nos azota y los mentirosos hacen rugir las calderas de la propaganda y la pseudociencia, el Gobierno se atreve a colocarse esa corona que no le pertenece.

La verdad es importante, quizás más importante ahora, cuando la amenaza está entre nosotros, que en ningún otro momento. Pero la verdad es, por el mismo motivo, escurridiza. La ciencia la busca y no la encuentra. Los responsables de sanidad dan un consejo (no uséis mascarillas, no saquéis a los niños) para dar el contrario a continuación. Sin llegar al extremo de sugerir al contribuyente que se inyecte desinfectante, como pasa en otras latitudes, se aprende mientras se anda y no termina de alcanzarse la verdad.

«El gusto del poder por la mentira no es un asunto de siglas, y tampoco es cuestión de honestidad».

El ruido en las redes sociales y los medios sensacionalistas da miedo en lo tocante a la mentira. Por todas partes surgen voces interesadas en fomentar el pánico que chocan contra otras que animan a la gente a rebelarse contra el confinamiento. Mentiras aquí, mentiras allá, contra el Gobierno y contra los partidos de la oposición: todo mezclado con verdades en un potaje de caos. Alguien tendría que hacer algo, ¿verdad? No lo negaré todavía (sí más adelante), pero de todas las instituciones poderosas, el ejecutivo es la última a la que la deberíamos permitirle establecer el límite de la verdad.

Pensemos en España: la iniciativa gubernamental de utilizar las fuerzas del orden para escanear la red en busca de mentiras ¡ni siquiera ha sido confesada! A través del lapsus, como en una sesión de psicoanálisis, la verdad incómoda que guarda el Ministerio del interior se insinúa por medio de un cargo de la Guardia Civil con poca experiencia en ruedas de prensa. Después, a cuentagotas, los políticos -profesionales de la mentira- han permitido que su intención vaya asomando la patita, pero en el momento en que escribo esto seguimos sin confirmación.

¿Cómo puede luchar por la verdad un Gobierno que ni siquiera te aclara que piensa hacerlo? Ya en ese tira y afloja entre el poder y los periodistas ha quedado claro que el lenguaje del Gobierno es el eufemismo, que su retórica es el ocultamiento y que su estrategia ante la pregunta incómoda es la evasión y la escaramuza. Queda claro, pues, que para el Gobierno una parte de la verdad es material prohibido, tabú. No es la mejor carta de presentación para salir a prohibir mentiras.

Sin embargo, sería limitado quedarse en el plano español cuando ningún Gobierno en la historia de la humanidad ha sido digno de ese trabajo. No tengo aquí espacio suficiente, pero si repasáramos la historia del poder político constataríamos que el engaño empieza a leerse en escritura cuneiforme, que luego pasa al griego y al latín, y que finalmente siguen enredando lenguas vernáculas sin que apenas un puñado de césares haya dicho un puñado de verdades. Desde la arcilla tallada de Gilgamesh hasta la prensa digital, el poder siempre se ha caracterizado por ocultar información. Decidme un solo Gobierno que haya reinado sin dejar tras de sí un reguero apestoso de mentiras y encontraré, en los manuales de Historia, la forma de demostraros que mentís.

El gusto del poder por la mentira no es un asunto de siglas, y tampoco es cuestión de honestidad. Pensemos en un presidente honrado: dejaría de serlo en cuanto las circunstancias lo obligasen a encubrir a su ministro de economía ludópata, a su vicepresidente corruptor de menores o a su asesor de cultura que no sabe leer ni escribir. Ante las preguntas del periodista sobre cualquiera de estos temas, respondería con cara de circunstancias que eso no le consta, eufemismo de «no pienso contestar a eso porque ya sabéis que es verdad».

Porque todo Gobierno es el resultado de una lucha de poder y ha de mantenerse en pie en medio de esa batalla que nunca termina. Sus enemigos buscarán cualquier información que le perjudique, así que todo Gobierno tendrá un gran interés en controlar el flujo libre de la verdad. Porque el poder sabe que la verdad es, en muchos tramos, incompatible con su propia supervivencia. Dicho en pocas palabras: si quieres gobernar tendrás que decidir qué es lo que nosotros no hemos saber sobre ti, y ocultárnoslo. De lo contrario, lo utilizaremos contra ti.

Una lucha del Gobierno contra el bulo no sería solamente una cruzada contra la propaganda negativa, sino contra cualquier descubrimiento científico que pudiera perjudicar su reputación. En el ámbito de la libertad de expresión, cada uno tiene que hacer su trabajo. El del ciudadano es no creerse todo lo que parezca apetecible, el del periodista no venderse ni a sí mismo y el del Gobierno ocultar información. Si el precio de la libertad es vivir rodeados de basura informativa, como hoy día, yo mismo pagaré esta ronda.

Es preferible vivir entre mentiras que vivir controlado por el poder. El bulo atenta contra el derecho a la información, sí, pero más daño le hace a este derecho el secuestro de informaciones verdaderas que, sin duda, cualquier Gobierno querría mantener bajo llave. Así que mejor tolerar la mentira que privarse de un solo gramo de la verdad.

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