Opinión

Qué es ciencia y qué es mentira

Comer con ciencia y a conciencia es fundamental en el escenario sanitario actual. A través de ‘¿Qué comes? Ciencia y conciencia para resistir’ (Planeta), el doctor Miguel Ángel Martínez-González, acompañado de la periodista experta en nutrición, Marisol Guisasola, abordan cómo aprender a detectar los bulos en uno de los sectores más afectados por la desinformación: el de la alimentación y la salud.

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05
julio
2021

«Hay que hilar fino, Miguel». Esto es lo que me repetía Paco Mora Teruel como un mantra cuando acababa de volver triunfador de Oxford y comenzaba un laboratorio de Neurobiología en la Facultad de Medicina de Granada. Fui su primer alumno interno. Entonces yo solo tenía 19 años y empezaba mi tercer curso de Medicina. Ha llovido mucho desde entonces… Con Paco operábamos ratas para dejarles un gracioso sombrero de regalo. En ese sombrero había un enchufe hembra que permitía adentrar nuestros electrodos más allá del cráneo del animal. Sometíamos a estas ratas a autoestimulación cerebral. El animal descubría casualmente una palanca en su jaula y, si la operación había sido certera, empezaba el espectáculo de la autoestimulación. Una escena única y apasionante.

La rata se ponía como loca a hacer clics sin parar en la palanca. Cada clic enviaba un estímulo eléctrico a su cerebro a través del enchufe hembra conectado a la palanca. Así se producía lo que se conoce como retroalimentación positiva. El animal parecía perder el control y se apagaba su interés por todo lo que no fuesen esos clics.

—Oye, Paco, se ve que a la rata le gusta esto, ¿es ahora una drogata?

—No hables así, Miguel. Solo sabemos que el animal está recibiendo un refuerzo positivo. No se puede decir nada más. Lo añadido es mera especulación subjetiva, y eso no es ciencia.

Así era todo. Máxima prudencia. No concluir nada que fuese más allá del dato comprobado. No fantasear. Atenerse al puro hecho. Mi vocación científica se forjó en esos largos ratos en el laboratorio de Neurobiología de Paco. No solo se me quedó grabado el mantra de hilar fino, sino también el recuerdo de la dependencia de estos animales sometidos a autoestimulación cerebral. Ese recuerdo me ayuda ahora a profundizar en fenómenos como la dependencia de alimentos, bebidas y tabaco; la bulimia nerviosa; el alcoholismo; el uso compulsivo de la heroína, el cannabis, la cocaína y también las adicciones sin drogas, como la pornografía o las apuestas.

«El contrapeso a la investigación científica es la falta de tiempo, agravada por el crecimiento metastásico de la burocracia»

El refuerzo positivo ejerce un mecanismo cerebral –una especie de «chute» placentero, pero pasajero– que favorece la adicción y que causa daños a la salud pública. Pero ese recuerdo me lleva también a admirar cada vez más la verdadera libertad humana, que puede superar lo meramente animal y desprenderse con señorío de dependencias y esclavitudes, para hacer a la persona humana dueña de su propia conducta. Hoy se le llama a esto empoderarse.

En esos primeros años de mi inmersión en neurobiología no teníamos Internet. Recibíamos un folleto, el Current Contents, que simplemente incluía fotocopias del índice de contenidos de varios cientos de revistas. Entonces pedíamos por carta (¡por correo postal!) cada artículo interesante. Hoy, esto se resuelve en un periquete gracias al acceso en línea a las revistas en publicación anticipada.

Soy afortunado porque la Biblioteca de la Universidad de Navarra me permite acceder instantáneamente a miles de revistas científicas biomédicas a través de Internet. Para colmo, mi afiliación a la Universidad de Harvard me da acceso al sistema Hollis, uno de los más completos del mundo de bases de datos científicas y revistas biomédicas. Se han acortado los tiempos. ¡Una fortuna para los investigadores científicos! El contrapeso es la falta de tiempo, agravada por el crecimiento metastásico de la burocracia, las «reunionitis hipertróficas» y las incesantes entradas de mensajes en el buzón del correo electrónico.

Dicho lo dicho, hay que leer mucho. Hay que estar al día en ciencia para poder separar la verdad de la mentira. Para poder hacerlo, se requiere estar muy familiarizado con lo que ya es conocido y ha sido publicado en las principales revistas científicas del mundo. La mala ciencia o pseudociencia es, en cambio, una pobre caricatura de la ciencia. Para la pseudociencia, basta con aceptar sumisamente las primeras impresiones, sin filtro ni contraste alguno. En resumen, ignora lo que ya se sabe a ciencia cierta.

¿Por qué tanta gente se fía de los bulos?

La pseudociencia se basa en el último chismorreo, la típica leyenda urbana o el manido sonsonete del «siempre se ha dicho que…». Sabe que el público general va a sentirse más atraído por la noticia más reciente y polémica o por la declaración de una celebrity. En resumen, prefiere los bulos y mentiras a los datos empíricos. Así proliferan las mentiras interesadas.

Además de las redes sociales, esto también ocurre con los titulares de medios de comunicación que buscan tener gancho (los famosos «anzuelos» para que el lector pique), y con las noticias tendenciosas dirigidas a explotar la rentabilidad de una terapia o un remedio milagroso (dicho sea de paso, cuando leas la palabra milagroso en cualquier consejo de salud, no te lo creas. No hay milagros en ciencia). Al final, los consumidores y pacientes acaban pagando el pato, y son los que se incineran…, literalmente, a veces.

La reciente pandemia del coronavirus es un ejemplo claro de cómo gran parte de la población se fía más de bulos, propaganda y pseudociencia que de información constatada y fiable ¿Por qué ocurre eso? Según expertos en comunicación de diferentes universidades, una razón es la rapidez con que se difunden esos mensajes a nivel global, a veces en cuestión de segundos. Otra es su teatralidad y facilidad de comprensión. Otra más es que permiten mantenerte conectado en momentos de aislamiento social, lo cual es positivo a nivel psicológico.

«Otros signos sospechosos son que una noticia cite fuentes desconocidas, o que esgrima cifras de seguidores (‘likes’)»

Según estos especialistas, una constante de los bulos es que intentan provocar ansiedad, prestando más atención a los datos malos que a los buenos. Por eso es tan importante chequear los orígenes de las informaciones y noticias que circulan mediante la consulta de fuentes fiables, como webs de universidades, grandes hospitales y publicaciones de reconocido prestigio. ¡Seguro que te has fijado en que muchas de las fake news que han circulado sobre la pandemia del coronavirus han intentado sorprenderte o inquietarte! Cuando eso ocurre, lo mejor es desconfiar y chequear debidamente la información. Otros signos sospechosos son que una noticia cite fuentes desconocidas, esgrima cifras de seguidores (likes), proponga la compra de productos comerciales o que se note a la legua que forma parte de un relato que trasluce su finalidad de hacer política a favor o en contra de un partido o un candidato concreto.

Todo eso no quita reconocer que las redes sociales reflejan miedos y preocupaciones reales de la gente respecto a su salud. El problema es que el público acabe creyendo bulos solo porque le permiten intervenir en conversaciones sobre pandemias cuyas causas solo conocen expertos reconocidos o para acusar del problema a enemigos reales o irreales. ¡Ese es el germen de múltiples problemas de salud y de muchas teorías conspiratorias!

Este libro le planta cara de frente a la pseudociencia, especialmente en el terreno donde más abunda: el de la relación entre alimentación y salud.Es penoso ver cómo tantas personas siguen los dictados de bulos sobre lo que debe comer hoy para no enfermar mañana. En ningún otro campo hay más mitos y leyendas urbanas que en lo relativo a la salud. Por eso, no es de extrañar que cuando llegó la inesperada pandemia de la covid-19 abundasen también las informaciones falsas.


Este es un fragmento de ‘¿Qué comes? Ciencia y conciencia para resistir’ (Planeta), del Dr. Martínez-González con Marisol Guisasola.

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