Sociedad
El club de los artesanos
El poder y la belleza de la artesanía está en la virtud de las manos de quien amasa, moldea o teje. Durante siglos, generaciones enteras han dado vida a miles de obras, dotándolas de una historia única. Ahora, algunas prácticas ancestrales como la alfarería o la cestería corren el riesgo de desaparecer por la precariedad del sector y el rápido avance de la tecnología. Mantener vivas algunas de estas tradiciones (y transmitirlas) está, una vez más, en manos de los artesanos.
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«Una vez el barro te toca las manos, se te mete por la sangre y ya no puedes parar». A sus 38 años, José Ángel Boix habla de su oficio como si de una droga se tratara. Lo hace desde la experiencia: lleva más de un cuarto de siglo creando vasijas a partir de amalgamas de tierra y agua. Primero por pasión, luego también por profesión. Con apenas diez años, recuerda el alfarero desde el otro lado del teléfono, él y su hermano pasaban los sábados en el taller de su padre ayudando a deshornar las más de tres mil piezas que por aquel entonces se cocían a fuego lento. Durante el verano, explica, dedicaba las horas de sol a practicar: hundía los dedos en el barro para tornearlo y darle la forma deseada. «Hasta que no creas una pieza de cero con tus propias manos no sabes lo difícil que es, pero tampoco lo satisfactorio y gratificante que puede llegar a ser», reconoce.
Este mensaje es el que intenta transmitir a todo aquel que se acerca a su taller de Agost, una localidad alicantina de menos de cinco mil habitantes que en sus mejores tiempos llegó a acoger más de treinta de estos talleres y que ahora solo cuenta con tres. Entre ellos está el de Boix, que lleva desde el siglo XIX especializándose en cerámica hecha con arcilla del lugar, cuya porosidad singular hace que las piezas sean únicas en nuestro país. En su caso, la tradición familiar ha jugado un papel crucial en su vocación, ya que le preceden cuatro generaciones enteras de alfareros. Pero no se trata de algo excepcional. Más bien al contrario, la mayoría de artesanos de nuestro país han heredado los saberes de sus antepasados directos, ratificando así lo que defienden el total de los entrevistados para este reportaje: que la artesanía se lleva en la sangre.
Cuesta: «Hay que conseguir que la artesanía se presente como una alternativa laboral real»
«Da igual en qué ámbito de la artesanía te muevas: es más que un oficio, es una forma de vida», explica Yaiza Rimada, quien creó junto a su padre Lácteos La Saregana, en Miyares, una aldea de poco más de una centena de habitantes en Sariego (Asturias). Para esta ganadera especializada en quesos y yogures, levantarse todas las mañanas para ordeñar a las vacas y, a partir de la leche, crear productos hechos a mano es un grato viaje al pasado. Pero también al presente y al futuro de una comunidad: «Es todo un orgullo poder producir alimentos como los de antes, cuando tenían más sabor, eran más naturales y no estaban ultraprocesados», sostiene. Una dedicación completa que pasa por cuidar a los animales 24 horas al día, 365 días al año, le ha permitido implicarse, con ayuda primero de su padre y ahora de su marido, en el proceso artesanal al completo. «Desde ayudar a nacer a la xatina hasta poner el producto en la tienda o en las manos del consumidor final, todo ello contribuye a intentar que este tipo de trabajos y la vida en la zona rural no se mueran, pero también a que la gente pueda todavía consumir productos de los de siempre, de los de verdad», detalla.
Recuperar (o mantener con vida) los productos de antaño implica también apostar por técnicas como las de antes, en esencia más respetuosas con el medio ambiente que las actuales. «Potenciar lo artesanal es defender y apoyar oficios milenarios sabiendo, además, que su producción es mucho más respetuosa con el medio ambiente que la industrial», reivindica Marisa Aldeguer, al frente de Gordiola, un taller de vidrio en el pequeño municipio de Algaida, Mallorca, en el que llevan tres siglos dando forma a este material. Se refiere a prácticas como la de recoger las botellas usadas de los establecimientos locales para convertirlas en nuevas piezas y reducir así el uso de recursos naturales que se emplean para crear otras desde cero.
Aldeguer: «Potenciar lo artesanal es defender oficios milenarios con una producción sostenible»
En el taller de la familia Boix también llevan años apostando por materiales sostenibles, aunque casi sin ser conscientes de ello. Como recuerda el alfarero, hasta no hace tanto, las vasijas de cerámica se empleaban no solo con fines decorativos, sino para servir alimentos. Así, devolver a este material a su lugar en nuestras cocinas permitiría recuperar antiguas experiencias gastronómicas e, incluso, sustituir esos envases de plástico que hoy inundan nuestros hogares.
En el caso de Rimada, la apuesta por la sostenibilidad radica en el hecho de alimentar a las vacas con productos naturales y eliminar los químicos de la composición. Y pone un ejemplo muy gráfico: «Los mayores prueban nuestros yogures y su paladar viaja en el tiempo hasta su infancia, cuando los alimentos eran más puros. Pero si a los niños de la zona, que están acostumbrados a nuestros productos, les das un yogur industrial, directamente te lo escupen, y eso dice mucho».
La importancia de conservar antiguas habilidades no está, contrario a lo que se pueda pensar, reñida con el imparable avance de la tecnología. «La artesanía surge por el impulso humano de crear, compartir y comunicarnos, por eso lo artesano perdurará en el tiempo adaptándose a las nuevas condiciones y a la tecnología del futuro», explica Luis Méndez que, junto a sus hermanos Jerónimo y Raúl, forma parte de la tercera generación de un taller de expertos en filigrana situado en Tamames, un pueblo de Salamanca. Una secuencia de verbos cuya realización la tecnología ha facilitado. Porque, más allá de automatizar algunos de los procesos más laboriosos, estos tres hermanos han entrado de lleno en la digitalización al apostar por las redes sociales para dar a conocer sus productos y venderlos online.
Por su parte, a Boix, la tecnología le ha permitido hacer todo el trabajo él solo; desde recoger el barro hasta poner a la venta sus piezas. «A pesar de que todo lo hago a mano, hay pequeñas cosas, como el horno –mucho más moderno que el que utilizaba mi padre–, que me facilitan el trabajo y me permiten ahorrar tiempo y dinero», reconoce. Pero si cualquiera de estos maestros puede aprovechar los avances que la Cuarta Revolución Industrial pone a nuestro servicio, en el mundo de la artesanía agroalimentaria lo tecnológico se torna vital para que el oficio pueda desarrollarse con normalidad. Al menos así lo afirma Rimada, quien reconoce que de no ser por la maquinaria que le ayuda a fermentar, pasteurizar e, incluso, controlar la temperatura de la leche, su día a día se haría cuesta arriba.
El (re)surgir de lo rural y lo artesanal
Actualmente no sabemos con exactitud el origen de las artes manuales, pero lo que sí es seguro es que la artesanía ha servido históricamente como reflejo de la cultura e identidad de los distintos pueblos. Ahora, se presenta como algo más: un aro salvavidas al que se agarran algunas de esas localidades que no quieren que sus tradiciones (ni su población) desaparezcan.
«Lo artesanal implica pequeñas producciones que suelen responder a unos circuitos delimitados de venta reducidos al consumo del entorno más próximo, o para gente visitante», explica Lluis Nel, cocinero y consultor gastronómico y experto en alimentación artesanal. Y añade: «Un producto artesano tiene que ser de temporada, de edición limitada, tiene que ser honesto, que no contenga ingredientes que tergiversen esa naturaleza artesanal y natural de este. Y, sobre todo, tiene que estar muy vinculado a lo ecológico, con y sin certificación».
En este aspecto, recuerda el gran papel que juega el turismo rural en la preservación de la artesanía local. «En Asturias, por ejemplo, hasta hace bien poco este tipo de turismo se reducía a alojamientos en el medio rural. Pero eso no deja de ser solo turismo en un pueblo. El turismo rural de verdad es aquel en el que el visitante descubre la producción local, las formas de vida y de trabajo de sus gentes y, en cierta manera, sufre una pequeña inmersión en ese mundo como experiencia vital que luego se lleva a su casa».
Pero los oficios de los artesanos no solo se presentan como un reclamo para los turistas que huyen de la masificación. También pueden convertirse, acompañados de las políticas de repoblación y empleo adecuadas, en un empuje económico para los municipios en los que se instalen aquellos que se atrevan a emprender como tales. Idoia Cuesta, bióloga de formación y cestera de vocación, reconoce que «la artesanía es una forma de volver a un entorno más sano, a otra forma de vida».
Eso sí, desde su taller situado en plena reserva de la biosfera en la parroquia de Cela, en Otero de Rey (Galicia), advierte que es imperativo huir de la imagen bucólica de la vida del artesano que reside en el imaginario colectivo: «Aquí hay que currar mucho y entregar en plazos. No es fácil trabajar con las manos ni hacerlo todo tú».
Nel: «El turismo rural es aquel en el que el visitante descubre la producción y las formas de vida locales»
Precisamente, el hecho de que sean labores duras que requieren de una gran dedicación es lo que ha provocado una pérdida paulatina de estos oficios. No vale culpar únicamente a la llegada de esa Cuarta Revolución Industrial que lo digitaliza todo y mecaniza procesos. Ya en la década de los 90, muchos padres artesanos decidieron ofrecerles a sus hijos lo que por aquel entonces se creía que sería una vida mejor y que implicaba normalmente estudiar en la universidad y desplazarse a una gran ciudad. Esa es la mentalidad que Cuesta cree que es necesario abandonar si queremos que la artesanía perdure en el tiempo. «Las obras hechas a mano siempre van a estar ahí, pero lo que tenemos que conseguir es que se pueda realmente vivir de ese saber que pasa de padres a hijos. Es decir, que la artesanía se presente como una alternativa laboral real», alega.
En un país como el nuestro, en el que durante demasiado tiempo lo hecho a mano ha quedado relegado a un segundo plano, impulsar a una nueva generación de artesanos no es tarea fácil. Para Macarena Navarro-Reverter, investigadora y directora del proyecto editorial España a mano. Guía de talleres artesanos de La Fábrica, la precariedad a la que se enfrentan estos es uno de los escollos que impide que nazcan nuevas generaciones de artesanos. Y la solución pasa por dar un impulso a lo local: «No podemos olvidar que la artesanía mueve dinero y da trabajo, es una industria y, por ello, es imprescindible apoyarla para que no desaparezca». En estos momentos, sostiene Navarro-Reverter, se está viviendo una auténtica revolución, lenta pero segura. Esto se debe a que han ido apareciendo nuevas generaciones de artesanos que no quieren abandonar su tierra y que son conscientes de la necesidad de una mayor profesionalización de sus oficios.
Ofrecer una formación integral que vaya más allá de la creación en sí y que integre herramientas de marketing o gestión de empresas son algunas de las propuestas de los entrevistados, que coinciden en que, aunque la artesanía requiere de años de especialización para su dominio, hay muchos aspectos que se pueden aprender fuera del taller y que ayudan a que el negocio prospere. Si no se conjugan todos los elementos necesarios –vocación, formación integral y visión empresarial–, la artesanía corre el riesgo de convertirse en un recuerdo del pasado. Así, la advertencia del alfarero José Ángel Boix cae como una losa: «Cuando no estemos será cuando más se nos echará en falta». ¿Vamos a permitirlo?
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