Internacional

¿Cómo debe reencontrarse Europa con Estados Unidos?

En su primera gira internacional, el presidente Biden pretende restaurar las relaciones transatlánticas. Europa se congratulará por ello, pero no debe apostarlo todo únicamente a la carta estadounidense.

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15
junio
2021

Una reunión del G7 en el Reino Unido. Una cumbre de la OTAN en Bruselas, seguida de una reunión con los líderes de la Unión Europea. Y, para terminar, un encuentro con el presidente ruso Vladimir Putin en Ginebra. Estos son los hitos principales de la primera gira internacional del presidente estadounidense Joe Biden, y el mensaje pretendido no podría estar más claro: Estados Unidos ha vuelto, las alianzas occidentales gozan de buena salud, y a las potencias revisionistas se les hará frente. Lo que está por ver es hasta qué punto Europa está convencida de todo ello, y cómo va a reaccionar ante los simbólicos gestos de apertura de Biden. Los viajes de los presidentes estadounidenses siempre han estado repletos de simbolismo.

Antes del siglo XX, estos viajes brillaban por su ausencia, de acuerdo con la línea aislacionista que Estados Unidos mantenía por aquel entonces. La visita de Estado del presidente Theodore Roosevelt a Panamá en 1906 rompió el tabú y todos sus sucesores (con la única excepción de Herbert Hoover) lo emularían. La mayoría de los presidentes de Estados Unidos realizaron su primer viaje internacional a Canadá o a México, y unos pocos se decantaron por otros países de América Latina o por Europa. Solo uno de ellos eligió un destino marcadamente distinto: Donald Trump, que visitó Arabia Saudí.

La elección más tradicional de Biden encaja a la perfección con su estrategia de presentar la anterior Administración como un fenómeno atípico en la historia estadounidense. Al ornar su gira internacional con elementos multilaterales, la Administración Biden también busca distanciarse del enfoque bilateral y transaccional a la diplomacia que adoptó Trump, y hacer borrón y cuenta nueva.

«No hay forma de saber quién terminará personificando más fielmente los Estados Unidos del siglo XXI: Biden o Trump»

Algunos europeos están realmente impacientes por inaugurar esta nueva era. Un argumento recurrente es que Estados Unidos no es simplemente un socio estratégico muy importante, sino un proveedor de seguridad insustituible. Ahora que el desdén manifiesto de Trump hacia la Unión Europea y la OTAN ya es historia, no hay motivo para no apostar todas las cartas a las relaciones transatlánticas. El pasado, pasado está.

Sin embargo, al igual que no habría sido acertado dramatizar ante la actitud de Trump, tampoco lo sería ahora interpretar la victoria de Biden como una panacea. La polarización ha ido en aumento en las últimas décadas en Estados Unidos, e incluso su política exterior ya no está tan basada en consensos como solía estarlo. Ciertamente, tanto la ambiciosa agenda económica de Biden como su énfasis en la «competencia extrema» con China pueden tener un efecto cohesionador sobre la sociedad estadounidense. Pero la cifra récord de acciones ejecutivas que emprendió Biden en sus primeras semanas de mandato hizo poco por mitigar el persistente bloqueo del Congreso.

Una desventaja evidente de las acciones ejecutivas es que puede revertirlas fácilmente el presidente sucesor, como ha demostrado el propio Biden. Y es de esperar que el Partido Republicano, que por ahora se mantiene muy fiel a Trump, recupere la presidencia tarde o temprano. Por incómodo que sea admitirlo, lo cierto es que no hay forma de saber quién terminará personificando más fielmente los Estados Unidos del siglo XXI: Biden o Trump.

Además, si bien el péndulo político de Estados Unidos ha vuelto a oscilar, el tiempo no va a dar marcha atrás. A fin de cuentas, los estadounidenses están expresando una clara preferencia por una política exterior más comedida y más orientada a satisfacer prioridades domésticas. O, como le gusta expresarlo a la Administración Biden, «una política exterior para la clase media».

Conforme a este lema, muchas de las políticas proteccionistas de Trump –incluyendo los aranceles que afectan al acero y al aluminio europeos– se han mantenido en vigor. Pese a que Biden discrepa de las toscas tácticas de su predecesor y pretende atraer a Europa a su contienda comercial y tecnológica contra China, no está dispuesto a hacer excesivas concesiones a las primeras de cambio. Otro ejemplo de ello es que Biden aún no ha levantado las sanciones secundarias que Trump impuso a las empresas europeas que quisieran hacer negocios con Irán.

En definitiva, la Unión Europea se enfrenta a tres grandes desafíos a la hora de revitalizar las relaciones transatlánticas. Primero, pese a las manifiestas ventajas que comporta la elección de Biden, Estados Unidos sigue estando muy dividido y su política exterior es propensa a cambios repentinos. Segundo, el escaso consenso que aún se atisba en la política estadounidense no siempre está alineado con los intereses de la Unión Europea (como ya era el caso en la era pre-Trump, pero ahora posiblemente de forma más clara). Y, tercero, aunque Estados Unidos sigue teniendo muchos activos geopolíticos y las continuas advertencias acerca de su declive relativo acaso sean exageradas, ya no es la fuerza dominante en el mundo que solía ser.

Al enfrentarse a profundas incertidumbres, la mejor alternativa suele ser mantener opciones abiertas y minimizar riesgos. Además, las distorsiones económicas masivas provocadas por la pandemia de la covid-19 han subrayado la necesidad de establecer salvaguardas y redundancias. La Unión Europea debería tener en cuenta estas dos lecciones a la hora de relacionarse con la nueva administración estadounidense; y, de hecho, con cualquier otro país. En concreto, ello significa que la UE debería abogar por una diversificación de las cadenas de suministro –más que un desacople– y evitar ser arrastrada excesivamente a la rivalidad entre Estados Unidos y China.

«El viaje de Biden refleja su mentalidad proeuropea y multilateralista, y la UE hará bien en acogerla con los brazos abiertos»

En materia de seguridad y defensa, la OTAN mantendrá su papel dominante, pero los países europeos pueden asumir una carga mayor reforzando sus capacidades conjuntas. Una Europa más dotada de recursos y «estratégicamente autónoma» (no solo en el terreno militar, sino también en otras áreas cruciales como la tecnología y la salud pública) no es ninguna quimera. En muchos aspectos, sería también consecuente con el interés a largo plazo de Estados Unidos.

Para ser claros: el viaje inaugural de Biden es un reflejo de su mentalidad proeuropea y multilateralista, y la UE hará bien en acoger esta buena disposición con los brazos abiertos. Es esencial nutrir las relaciones transatlánticas para promover la prosperidad económica, proteger la democracia y los derechos humanos, impulsar la tan necesaria reforma de la OMC y de otras organizaciones internacionales, y abordar desafíos globales como la proliferación nuclear, las pandemias y el cambio climático.

Sin embargo, el mundo del futuro no puede construirse con los planos ni con las herramientas de un pasado idealizado. Nos guste o no, Estados Unidos está experimentando cambios sustanciales y la nueva normalidad es la multipolaridad. Europa debe abandonar toda vana ilusión y forjar una estrategia acorde a las limitaciones y las oportunidades de esta realidad.


Óscar Fernández es investigador sénior del Centro de Economía Global y Geopolítica de Esade (EsadeGeo) y Ángel Saz-Carranza es el director de EsadeGeo. Ambos son miembros del consorcio ENGAGE, coordinado por EsadeGeo.

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