Siglo XXI

Las señales del 15M, una década después

Diez años después del 15M, la politóloga Cristina Monge desgrana junto a los expertos en psicología José Ángel Bergua, Jaime Minguijón y David Pac en ‘Tras la indignación: los efectos del 15M’ (Gedisa) las consecuencias de este movimiento social en las dinámicas políticas, sociales y económicas de España.

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13
mayo
2021

Una crisis financiera que pronto se convirtió en económica. Una crisis económica que enseguida mutó en social. Una crisis social que no podía permanecer ajena a la política. Casi un 50% de desempleo entre los y las jóvenes, y severos recortes de lo público. En este contexto, en una situación de la que sólo nos separan diez años, el movimiento 15M, o movimiento de los indignados, catalizó reivindicaciones y malestares previos integrándolos con los propios de aquel momento.

La crisis, mostrando desde muy pronto su carácter multidimensional, puso de manifiesto el agotamiento de algunos de los conceptos e instrumentos políticos que habían cristalizado en la Transición española: el papel de los partidos políticos, convertidos entonces en protagonistas exclusivos de la democracia; el rol de la sociedad civil, mucho más endeble que en otros países del mismo entorno; y por supuesto la idea de participación, que jamás llegó a dar frutos suficientes como para implicar a una parte sustancial de la ciudadanía.

Tanto, que algunos expertos y activistas vieron en el 15M el inicio de una Segunda Transición, llamada esta vez a fortalecer la sociedad civil lo suficiente como para robustecer el sistema democrático. Los indignados hicieron esta lectura de la estructura de oportunidad política y la plasmaron en sus protestas y propuestas, dibujando lo que algunos analistas entendieron como un proceso constituyente para dar respuesta al momento destituyente que la crisis había instaurado.

El 15M fue el primer gran exponente de un modelo que iba aún más lejos que los nuevos movimientos sociales

Jóvenes a los que la sociedad había fallado en su promesa de bienestar, junto con otros no tan jóvenes que se consideraban a la par estafados y cómplices de la estafa, se vieron expulsados del mismo. «No somos antisistema, el sistema es antinosotros», decían. En el «sistema» no incluían sólo a los grandes poderes económicos, ni sólo a la clase política, sino al conjunto de actores percibidos como parte esencial del establishment, a los que más tarde Podemos denominaría «la casta». De ahí el «no nos representan» señalando a los líderes políticos, o la compleja relación con sindicatos y medios comunicación, entre otros. Se declaraba oficialmente inaugurada la crisis de la intermediación. No obstante, no se derivó de este discurso un cuestionamiento de la democracia ni un argumentario antipolítico. Más bien al contrario, el 15M apostó por más democracia y más política, de forma que ésta trascendiera los límites de lo institucional.

Desde el punto de vista de la movilización, el 15M fue el primer gran exponente de un modelo que iba aún más lejos que los nuevos movimientos sociales. El énfasis en la idea de multitud frente a la de colectividad, la demanda de repolitización de la sociedad, la unión de valores materialistas y posmaterialistas, y el hecho de poner en el centro de su atención la defensa de la democracia, la participación o la equidad eran algunos de los rasgos que lo pusieron de manifiesto.

Como movimiento social que fue, el 15M señaló las fallas de un sistema que mostraba a las claras «fatiga de materiales»

En cuanto a la estructura de movilización conviene recordar que se trataba del primer gran movimiento en red, con la indiferenciación interna como seña de identidad, una clara apuesta por la horizontalidad, la colaboración y la ausencia de liderazgos definidos, capaz de crear un espacio híbrido entre la red y el espacio público y de poner en práctica lo que Castells llamó la lógica «no productivista», aquella en la que el producto del movimiento es el propio proceso del mismo, haciendo del debate continuo una seña de identidad. Las redes sociales, que eclosionaron al ritmo de la movilización, tuvieron un papel esencial en la misma.

Como es propio de los movimientos sociales, el 15M no dispuso de una tabla de reformas que negociar. Su aportación hay que leerla más bien como el señalamiento de aquellos temas pendientes que, de hecho, han protagonizado buena parte del debate público español de la segunda década del siglo XX.

En la literatura especializada se habla de «efectos», «impactos» y «éxito» de los movimientos sociales. Respecto a los dos primeros, son muchos ya los trabajos que los equiparan. Más conflictiva, sin embargo, es la idea de éxito, que alude a la consecución de los objetivos propuestos. Objetivos planteados por el movimiento y que dan razón de ser al mismo, que son distintos de los éxitos que puede tener una movilización o una acción concreta. El éxito en la movilización es distinto al éxito en la consecución de los objetivos del movimiento. Del éxito en la movilización de los indignados nadie duda. La discusión sobre el éxito de sus objetivos, sin embargo, permanece abierta.

(…)

Como movimiento social que fue (en su momento esto generó un debate al respecto), el 15M señaló las fallas de un sistema que mostraba a las claras «fatiga de materiales», en expresión del entonces ministro del interior y líder socialista Alfredo Pérez Rubalcaba. Los indignados señalaron aquellas cuestiones que había que solventar para que el edificio de la democracia no fuera convertido en ruinas por una crisis que se llevó por delante años de lucha contra la desigualdad.

Una década después puede decirse que varias de esas señales repercutieron en el espacio político y social, y tuvieron ondas expansivas en distintos aspectos de la vida pública. Esto no significa que alcanzaran sus objetivos, pero sería injusto pensar que fueron inocuas para el sistema.

Muchos de los problemas de fondo que señaló el 15M siguen ahí. La falta de democracia interna de los partidos, la transparencia y rendición de cuentas de la política en general, la desorganización de la sociedad civil, la desafección ciudadana, el papel de las organizaciones sociales o la función de los agentes de mediación siguen siendo retos pendientes que avanzan a ritmo desigual.

Su resolución no es sencilla, y mucho menos en tiempos complejos, de incertidumbre y con disrupciones como la que ha provocado la pandemia de la covid-19; pero los indignados cumplieron con su papel: emitieron las señales para que la fatiga de materiales no afectara a los guardarraíles de la democracia.


Este es un fragmento de ‘Tras la indignación: los efectos del 15M’ (Gedisa), por Cristina Monge, José Ángel Bergua, Jaime Minguijón y David Pac.

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