Cultura

«Un país culto es un país moderno»

Fotografía

Víctor Vélez
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27
abril
2021

Fotografía

Víctor Vélez

A pesar de haber cumplido 56 años hace poco, la postura de Mikel Erentxun (Caracas,1965) hacia el hecho creativo sigue estando definida por la inquietud, el espíritu crítico y la curiosidad. Una actitud que le ha permitido afianzar el vínculo con sus seguidores y perdurar en el oficio tras el gigantesco éxito cosechado por Duncan Dhu, el grupo con que se instaló en la memoria colectiva de nuestro pop. El paulatino desplazamiento hacia los márgenes del negocio se tradujo en la conquista de un espacio expresivo genuino, libre de toxinas nostálgicas y de inercias vacuas. En septiembre publicará un álbum retrospectivo –con invitados– que le ha permitido reconciliarse con parte de su amplia obra en solitario.


¿Hacer una entrevista a esta hora de la mañana modifica mucho tu rutina?

No, qué va. Mi rutina es levantarme a las siete y media o así, tenemos tres niños pequeños en edad escolar y nos tenemos que repartir para llevarlos. Dos entran a las ocho, otra a las nueve. Cuando llego saco al perro. Soy muy de rutinas, me estoy dando cuenta en este año pandémico. Como antes no estaba en casa y ahora estoy siempre, sí que llevo una rutina. Cuando termine de hacer la entrevista me iré a hacer deporte. Así se me va la mañana. Sí que llevo un año y pico con una vida muy familiar.

¿Te está gustando el plan?

Estoy disfrutando muchísimo de mis hijos pequeños. Me doy cuenta de lo que me he perdido de mis hijos mayores. Evidentemente, echo de menos la carretera, pero me ha venido bien. Cambia mucho la perspectiva. Me voy antes a la cama, hago una vida más saludable. En los conciertos siempre acabas bebiendo, comes mal en la carretera. Llevo todo este tiempo comiendo en casa a horas normales, durmiendo las horas necesarias… también estoy mucho más en forma, me encuentro mejor. Llevo toda la vida con el mismo manager y en los últimos diez años no ha dejado de decirme que tenía que parar algún año, que parecía Bob Dylan, que me iba a venir bien a mí y a mi público. Nunca he querido. Y al final he tenido que parar sin tomar yo la decisión.

Tus problemas cardíacos de hace años no fueron precisamente leves pero, por lo que cuentas, no te han quitado la posibilidad de hacer deporte. 

No, al revés. Cuando tuve mi movida, en 2013, me recomendaron correr. Ya corría entonces, pero me hicieron correr de una forma más controlada, con pulsómetro, sin pasarme de ciertos parámetros de esfuerzo. Hacer ejercicio cardiovascular para problemas de corazón es casi obligatorio, además de llevar una dieta mucho más equilibrada. Desde que tuve lo del corazón mi vida es otra. A nivel personal, metafísico y físico. Ahora me cuido muchísimo más.

«Antes te preguntaban cuántos discos vendías, y ahora cuántos seguidores tienes en Instagram»

En septiembre vas a publicar un álbum retrospectivo, Amigos de guardia, en el que celebras toda tu carrera junto con un montón de invitados… pero recuerdo una conversación en la época de El corredor de la suerte (2006) en la que reconocías sentir cierto desencanto.

Hubo unos cuantos años y unos cuantos discos que creo que no fueron tratados con cierta justicia. Por los medios sobre todo. Ahora que miro atrás, porque para este nuevo disco he tenido que mirar atrás, a veces les doy la razón. Hacía cosas que en su momento me parecían geniales y que no lo eran tanto. Es agua pasada. Estoy muy contento con el rumbo que tomó mi carrera precisamente a partir de ese disco que has mencionado, que fue el último de una etapa que después cerraba el directo en el Teatro Victoria Eugenia. Ahí mi carrera cambió radicalmente y tomó un rumbo mucho más interesante para una persona de mi edad y con tantos años en la carretera. No podía seguir tratando de estar en todos los sitios y de medirme con gente de mucho más éxito. Voluntariamente me pasé a la segunda división musical del éxito, no de la calidad. Y me encuentro mucho más tranquilo. Ya no tengo que competir, no tengo que intentar que mis canciones suenen en Los 40, no tengo que convencer. Ni mi compañía ni mi management apoyaban el cambio y pronosticaron lo que iba a pasar. Me dijeron «vas a dejar de vender y vas a empezar a tocar en sitios mucho más pequeños». Y es lo que ocurrió. Pero me apoyaron aunque no pensaban igual que yo. Y ahora están encantados, porque creo que si no mi carrera habría muerto.

Cuando publicaste Detalle del miedo (2010), que es un disco crucial en tu trayectoria, decías esto de la ‘segunda división’, dando a entender que ibas a estar en otro sitio pero, al menos, ibas a estar a gusto.

Ese fue el disco. Cuando presenté las canciones me dijeron que estaba muy bien pero que me iba a dar una hostia curiosa. Y les dije que de acuerdo, pero que era lo que quería hacer y que era el comienzo de una etapa con más poso y más calidad y, si quieres, menos mainstream. El tiempo al final ha puesto a ese disco en su sitio, tuvo buenísimas críticas, y a partir de ahí mi vida ha cambiado. Para todo, ¿eh? La gente me mira de otra manera, toco en sitios más pequeños pero estoy encantado con lo que hago, puedo seguir viviendo de la música con la cabeza alta y haciendo cosas de las que no me arrepiento ni me dan vergüenza. Sentí que si seguía haciendo eso podía haber acabado en una caricatura, como algunos compañeros de generación. Creo que supe cambiar en el momento adecuado.

El éxito arrollador de Duncan Dhu os llegó siendo muy jóvenes, con veintipocos años…

¡No, no, cómo que veintipocos, si teníamos diecinueve o veinte años! Tengo un hijo de 26 años y no me puedo creer que yo con esa edad ya hubiese grabado Supernova (1991), y tres o cuatro discos de muchísimo éxito. Nos llegó pronto pero no de una manera inmediata. Y eso estuvo muy bien. Hubo un cierto recorrido. Grabamos Por tierras escocesas (1985) y el éxito vino con el siguiente disco, con Canciones (1986). Y ni siquiera con Cien gaviotas, sino con el segundo single, aunque luego Cien gaviotas se convirtiera en un himno. Tardamos desde la creación del grupo hasta el éxito masivo un disco y medio, dos años. Es rápido, pero no es inmediato. No fue sacar una canción y pum. Y pasamos por todos los estados en poco tiempo. Tocar en bares inmundos, viajar en el ‘cuatro latas’ de mi hermana con el contrabajo atravesado que casi ni entrábamos, viajar en compartimentos de literas… Pasamos de eso a la clase business y a tocar en plazas de toros. Pero fuimos por todos los escalones, no nos saltamos ninguno. Eso estuvo muy bien.

Ese tirón tan grande de Duncan Dhu te obliga a postergar los estudios de arquitectura. ¿Qué te fascina de ella?

Desde pequeño, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, decía que arquitecto. Y eso que ya tocaba la guitarra. Acabé mi carrera, me costó doce años, el doble de la duración normal. Siempre pensé que la música tendría un final y que acabaría en un estudio de arquitectura. En mis veintes, incluso en mis treintas, me decía que cuando llegara a los cuarenta colgaría la guitarra y pasaría a hacer lo que me gusta, que es la arquitectura. Cuando tenía cuarenta decía, «bueno, cuando lleguen los cincuenta». Y cuando llegué a los cincuenta me di cuenta de que lo demás era un espejismo. Espero no colgar nunca la guitarra, porque afortunadamente la música no tiene edad. Es un trabajo al que te puedes dedicar siempre. Ahí tienes los ejemplos: Leonard Cohen, Tom Waits, Bob Dylan, Lou Reed… Han hecho cosas brillantísimas a unas edades que antes parecía imposible. Eso me encanta y me da alas para pensar que yo puedo hacer cosas interesantes en mis setentas, con lo cual, todavía me quedan más de veinte años de carrera.

«Siempre pensé que la música tendría un final y que acabaría en un estudio de arquitectura»

El arquitecto construye teniendo en cuenta materiales, planos, números. El que hace canciones también tiene que tirar de este tipo de recursos. ¿Lo aprendido en tus estudios de arquitectura te ha ayudado a hacer canciones?

Pues probablemente. De entrada, las dos disciplinas requieren de una cierta sensibilidad creativa. El arte une, hagas escultura, cine, literatura, arquitectura o lo que sea. La disciplina del estudiante de arquitectura es muy dura, requiere de muchísimas horas y es muy parecida a la creación musical. Cuando estás con los proyectos de fin de curso esa tensión no desaparece nunca. No es un trabajo de oficina. Estás en tu casa en la mesa tratando de que salga algo, paseas al perro y sigues con el proyecto en la cabeza. Y te vas a la cama con él, no desaparece. Cuando estás escribiendo un disco es exactamente igual. Sobre todo con las letras, que a mí me cuesta una barbaridad escribir textos. Es lo mismo: esa tensión creativa no desaparece nunca.

El paso del tiempo es una constante en tu obra, un asunto que siempre está ahí. Pero siempre has preferido vivir en el presente y evitar la nostalgia, por eso puede llamar la atención un disco como Amigos de guardia. ¿Este ejercicio de vuelta sobre tu repertorio ha sido más satisfactorio de lo que esperabas?

Me he llevado muchas sorpresas porque las canciones las eligieron los invitados. Hay muchas canciones de las obvias de mi carrera, pero otras que no lo son. Por ejemplo Intacto, el primer single que hicimos con Quique González, una canción desconocida de un disco menor en mi carrera. Ocurre con bastantes y me he dado cuenta de que había mejores canciones de lo que pensaba. Cuando decidí cambiar mi rumbo con Detalle del miedo hubo un negacionismo hacia todo lo anterior, y durante muchos años recientes he pensado que mi carrera solo tenía sentido de ese disco en adelante, que lo que había hecho hasta entonces no merecía la pena. Y me he llevado grandes sorpresas porque he descubierto que había buenas canciones en mis primeros discos en solitario, a los que tenía bastante denostados. Con Duncan Dhu no ocurre eso, siempre he estado orgulloso. Ha sido muy bonito bucear en el pasado porque no ha sido un buceo nostálgico como «no me sale nada, voy a mirar atrás». Y se han quedado muchas canciones y muchos discos, como Te dejas ver (2000) que no tienen representación. Es curioso que el disco que más canciones aporta es Eléctrica PKWAY (2012), el más raro que hice en mi vida. Solo hicimos mil copias que regalamos a los primeros compradores de 24 Golpes (2012), un disco pequeño que hice en mi casa tocándolo todo.

Otra cosa apetecible es que el álbum tiene carácter intergeneracional, con gente de tu quinta, pero también con artistas muy jóvenes. Supongo que eso te hace sacar pecho.

Me enorgullece ver ese respeto de las nuevas generaciones, que pensaba que no tenía. En el disco hay mucha más gente joven que vieja como yo, hay pocos de mi quinta. Quitando a Calamaro o Bunbury y alguno más, el grueso es gente mucho más joven que yo que no pensaba que se iban a apuntar, que me imaginaba más alejados. Cuando conocí a Xoel López personalmente me dijo que la primera canción que aprendió a la guitarra fue Cien gaviotas. O Santi Balmes de Love Of Lesbian, que me decía que quería hacer En algún lugar, porque la oía desde no sé qué… historias muy bonitas. No ha habido ninguna imposición, no está nadie que no tuviera que estar, no están todos porque se ha quedado alguno porque no había más sitio ni más canciones.

Este último año te ha servido para vivir de otra manera. ¿Has reflexionado sobre la posición que ocupáis los músicos en nuestra sociedad?

La pandemia ha dado para pensar muchísimo. Todos los sectores han sido muy castigados, unos más que otros quizás, pero la cultura en general y la música en concreto es un sector terriblemente castigado. En este negocio vive mucha gente que lo está pasando terriblemente mal. La música es necesaria, siempre lo ha sido y siempre lo será. Si bien es cierto que se ha banalizado bastante, ahora mismo no tiene el peso específico ni se la valora como antes. Eso es muy malo. Que ahora la música no tenga el valor que tiene es culpa de todos, también de los artistas. Pero las cosas son como son, hay que adaptarse a estos medios y saber que un disco nuevo tiene una duración de apenas semanas, que sacas una canción y a los diez días ya ha pasado, que la gente no compra discos, que escucha la música en aparatos de mierda. Es lo que hay y lamentarse sirve de poco. Soy afortunado porque me he hecho mi nicho de mercado y saco mis vinilos y los vendo, y doy mis conciertos pequeños y la gente viene. No dependo tanto de que mi canción tenga dos mil millones de reproducciones en Spotify. Antes te preguntaban cuántos discos vendías, y ahora cuántos seguidores tienes en Instagram o cuántas reproducciones en YouTube. Es una guerra de la que no me apetece participar, lo cual no quiere decir que no tenga redes sociales o que no mire mis reproducciones, entre otras cosas porque la compañía solo habla de eso. Es lo que hay. Pero soy muy afortunado porque sigo grabando y pensando en esos pocos que quedan todavía que van a la tienda a comprar el disco o que vienen al concierto y esperan a la puerta para que se lo firme. Es mi objetivo prioritario. El día que eso desaparezca, que solamente grabemos y lo colguemos en una web, para mí se habrá acabado la música.

¿Esa perdida de peso especifico cultural de la música es uno de los motivos por los que vuestro sector en España no esté completamente regulado, o que no haya un Estatuto del Artista?

Da igual el partido que gobierne, no nos toman demasiado en serio, no somos un sector importante. Y eso que genera dinero esto, que es una industria. No somos Gran Bretaña, pero la música mueve dinero y debería tener una regulación mucho más coherente. Pero sobre todo la cultura. En un país la cultura debe ser capital y se debería invertir mucho en ella. No sólo en música, en general. Porque un país culto es un país moderno. Aquí se tiende a banalizar, a considerarla más entretenimiento, que también tiene de eso y de evasión. En las Olimpiadas de Londres quisieron enseñar al mundo sus grandes virtudes con conciertos de rock. Porque están muy orgullosos de ello. Y eso en España no ocurre.

Un poco de autocrítica. ¿Qué habéis hecho mal?

De entrada, no unirnos. El sector del cine lo está mucho más que el de la música. Ahora con la pandemia sí que ha habido movimientos, colectivos que se han juntado, manifestaciones para ayudar a técnicos de sonido, pero son cosas muy pequeñas si las comparas con el cine, que cuando se unen, se unen que te cagas. No sé qué hemos hecho mal, pero algo hemos hecho mal entre todos, porque no es normal que se valore tan poco la música, que en los debates políticos se hable tan poco de la cultura.

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