Innovación

Historia de un sofá

Tecnologías como la inteligencia artificial, el internet de las cosas, la nube, la robótica o la conectividad móvil nos sitúan ante el mayor cambio económico-social de los últimos siglos. Ángel Bonet desgrana en ‘El tsunami tecnológico (¡y cómo surfearlo!’ (Ediciones Deusto) las implicaciones -presentes y futuras- que traerá consigo esta disrupción.

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30
abril
2021

Tendría unos diez años. Era por la tarde, después del colegio. Estaba tranquilamente sentado en el sofá del salón, en casa. No recuerdo qué estaba haciendo, supongo que tomando la merienda, entretenido con un cómic o simplemente pensando en mis cosas, es decir, en las cosas que piensa un chaval de diez años. Entonces llamaron a la puerta. Era algo habitual, así que no hice caso y seguí con lo mío, pero al cabo de un momento entraron en el comedor unos señores. Me dijeron que tenía que levantarme porque se iban a llevar el sofá. Atemorizado, me levanté y miré cómo lo cargaban y se lo llevaban. Nos acababan de embargar los muebles. Mi padre se había arruinado.

Antes de eso, mi padre trabajaba en una tienda de muebles, pero su espíritu emprendedor, que había heredado de mi abuelo y que luego heredé yo, le empujó a no quedarse quieto. Siempre tenía ideas nuevas y proyectos que poner en marcha, así que en la década de los setenta creó en Barcelona una cadena de tiendas de muebles a la que llamó ‘Hipermueble’. En aquel momento ya hablaba de sinergias, de la posibilidad de negociar precios con los proveedores, de ofrecer productos más asequibles gracias al volumen… La idea era buena, como se ha demostrado luego gracias al enorme éxito de Ikea, pero se adelantó a su época y resultó una empresa fallida.

Así que aquella tarde, ironías de la vida, nos embargaron los muebles porque mi padre había fracasado al intentar crear una cadena de tiendas de muebles. Y no quedó ahí la cosa: unas semanas más tarde nos embargaron la casa entera. Nos echaron del sistema y durante un tiempo tuvo que mantenernos mi abuelo.

Aquella experiencia me marcó. Estaba en pleno aprendizaje, tratando de ubicarme, y vino la realidad y me dio un bofetón que nunca ha dejado de doler. En cierta forma, no he dejado de preguntarme desde entonces cómo es posible que un día cualquiera, mientras estás tranquilamente en el sofá merendando o jugando, puedan venir a tu casa y quitártelo todo. Una respuesta a esa pregunta es que la gente humilde no tiene derecho al fracaso. Tanto mi padre como mi abuelo eran personas emprendedoras, con muchas ideas para mejorar su entorno, pero tenían un hándicap casi insalvable en aquella sociedad: eran de clase social humilde. No es lo mismo poner en marcha un proyecto con un colchón financiero detrás y una sociedad que te respalda que hacerlo poniendo en juego tu sofá y tu casa. No es lo mismo nacer en Guinardó que en Pedralbes, en Vallecas que en El Viso. Si formas parte de la mayoritaria masa trabajadora, el fracaso no está permitido y, por supuesto, no tienes derecho a una segunda oportunidad.

Heredé de mi padre y mi abuelo el impulso hacia el emprendimiento, hacia las ideas innovadoras; la misma necesidad de poner en marcha iniciativas que mejoraran no sólo nuestra situación familiar, sino la de todos aquellos que estaban alrededor: la gente del barrio, de la ciudad y de la sociedad en general. En mi caso, he conseguido encaminar ese impulso de forma más exitosa: me licencié en Dirección y Administración de Empresas y después de varias experiencia creé Daemon Quest, la primera firma de consultoría en España especializada en Customer Strategy & Intelligence, una empresa que acabó contando con una plantilla de doscientas personas, con una facturación de veinte millones de euros y oficinas en Madrid, Lisboa, México y Miami. Después la compañía se incorporó a la estructura de Deloitte y actualmente soy Chief Sales & Marketing Op. de Minsait, que forma parte de Indra, multinacional española de consultoría y tecnología con presencia en más de cien países. ¿Por qué me ha ido mejor? ¿Soy acaso más listo que mi padre o más hábil que mi abuelo? No, rotundamente no. Lo que ha cambiado ha sido el entorno.

El entorno social determina en gran medida las oportunidades de los individuos, y mi entorno es muy diferente al de mi padre y mi abuelo. ¿Qué ha cambiado? Algo fundamental: la socialización de la tecnología. El mundo de hoy, al menos el mundo desarrollado, ofrece grandes oportunidades a las personas emprendedoras gracias a la tecnología y a la generalización del conocimiento y de la información.

[…]

También quiero animar, a partir de mi vivencia y experiencia, a la acción, a estar atentos y aprovechar esta gran oportunidad. Porque hoy prácticamente cualquiera puede aspirar a cambiar el estado de las cosas y a mejorar su estatus. Una sola persona, de cualquier edad y de cualquier barrio, por humilde que sea, puede iniciar en internet una reivindicación y reunir una masa crítica suficiente como para obligar a una administración pública a cambiar una medida determinada. Cualquier joven, del barrio del Guinardó o de cualquier otro, puede tener una idea brillante y poner en marcha un proyecto con el que cambiar todo un sector, hacerse millonario y cambiar la vida de millones de personas. Esto era mucho más complicado hace treinta años.

Aquel niño al que un día echaron del sofá y de su casa creció con la inquietud de saber qué había pasado y cómo evitar que se repitiera la historia. Por eso se interesó desde muy joven por la innovación y la tecnología, que le abrieron las puertas a un mundo nuevo. Fundó una empresa de éxito y posteriormente creó una fundación, UnLtd Spain, para impulsar proyectos empresariales que contribuyan a mejorar nuestro mundo, a hacerlo más humano, más habitable y más sostenible.

Nuestro entorno ha cambiado radicalmente en las últimas décadas y lo hará todavía más en las dos o tres siguientes. El tsunami tecnológico ya está aquí y nos abre a un mundo de infinitas posibilidades, pero también de riesgos y amenazas. Si lo ignoramos, nos arrastrará; si lo surfeamos, puede ser una enorme oportunidad para todos, como individuos, como ciudadanos y, en conjunto, como humanidad. Me gustaría transmitirte en las siguientes páginas mi inquietud y mi visión ante este futuro que está a la vuelta de la esquina. Y animarte a la acción, porque el riesgo de no hacer algo es tan alto como la oportunidad de hacerlo. Y porque vivimos un momento privilegiado, único. Un momento de grandes retos y de grandes oportunidades.

Qué es y cómo nos afecta la tecnología disruptiva

En ocasiones abusamos del concepto «disruptivo». Se ha incorporado de golpe a nuestro vocabulario y, como suele ocurrir con las modas, ahora está omnipresente. Sin embargo, es la que describe de forma más gráfica y clara la idea a la que me refiero aquí, así que voy a seguir utilizándolo, aunque en ocasiones también hablaré de «tecnologías exponenciales», en el sentido de que tienen un potencial de crecimiento e implantación «exponencial». Esto quiere decir que irrumpen y muy rápidamente, en una curva de crecimiento prácticamente vertical, multiplican sus magnitudes (la facturación, el número de unidades o de usuarios, la capacidad de computación, etc.), pasando de una penetración en el mercado muy baja a una muy alta. Esto genera, por un lado, un cambio en los hábitos de consumo y en la forma de vida de los consumidores, y por otro lado transforma, transgrede y modifica todo un sector (o varios a la vez).

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define «disrupción» de una manera muy simple: «Rotura o interrupción brusca». Una tecnología es disruptiva cuando sus efectos cambian por completo nuestra forma de vivir de manera muy rápida y radical. La presencia ya hoy en nuestras vidas de tecnologías disruptivas está provocando una «rotura brusca» del mundo tal y como lo conocíamos hasta ahora. Basta recordar lo que comentábamos en el capítulo anterior: ¿quién podía imaginar hace tan sólo una década, por ejemplo, que la mayor empresa hotelera del mundo no tendría hoteles?

Si buscamos una definición un poco más detallada, podemos recurrir a la que hace la consultora McKinsey Global Institute en su informe titulado, precisamente, Disruptive technologies: Advances that will transform life, business and the global economy. Dice así: «Son aquellas innovaciones que transforman la vida, los negocios y la economía global». No se trata de simples evoluciones, sino de cambios de paradigma. No se trata, por ejemplo, de inventar un coche mejor que el anterior, sino de reinventar la idea de movilidad. Por ejemplo, en un futuro próximo los coches serán eléctricos, autónomos (sin conductor) y seremos en general más partidarios de pagar por su uso que de tenerlo en propiedad (lo veremos con detalle más adelante, en el capítulo titulado «Vehículos autónomos»).

Las compañías deben estar especialmente atentas a aquellas tecnologías que afectan o pueden afectar a su sector o a su ámbito de actuación. De su capacidad y rapidez para adaptarse dependerá su subsistencia, por lo que deben buscar nuevas formas de producir, nuevas formas de gestionar y nuevas formas de llegar y satisfacer a sus clientes, actuales y potenciales. Los líderes de las compañías tienen que estar preparados para saber cuándo, dónde y cómo ejecutar los cambios y preparar sus organizaciones para actuar de forma ágil y rápida. Una gran responsabilidad que requiere de líderes vigilantes, conocedores del entorno, sin miedo a tomar decisiones y con capacidad para adaptarse a los cambios. ¡Una tarea nada fácil!


Este es un fragmento del libro ‘El tsunami tecnológico (¡y cómo surfearlo!)’ (Ediciones Deusto), por Ángel Bonet.

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