Medio Ambiente

Pandemia ambiental en la nave Tierra: todos somos tripulantes

La cooperación y el multilateralismo se presentan como la única solución a la emergencia climática que vive el mundo y que seguirá ahí una vez pase la pandemia.

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11
marzo
2021

Las pandemias se caracterizan por su alcance mundial y por la ocurrencia de rebrotes que las recrudecen periódicamente. Son estas propiedades inherentes tanto a las pandemias víricas como al resto de crisis globales o epidemias que afectan a la humanidad, incluida la ambiental. Más que a un proceso de calentamiento global o de cambio climático, la Tierra y la humanidad se enfrentan a un proceso de deterioro ambiental: se encuentran ante una pandemia ambiental que tiene causas antropogénicas bien documentadas.

Dichas causas están estrechamente relacionadas con los modelos de desarrollo tecnológico, energético y económico de la especie humana. Pero también con la capacidad que nos proporciona la tecnología para (sobre)explotar los recursos del planeta, con el modelo energético basado principalmente en la quema de combustibles fósiles. Y con la economía extractiva y explotadora basada en un crecimiento continuo que solo considera las mercancías que tienen un precio y se intercambian de acuerdo con el mercado.

El resultado conjunto se prolonga hasta límites poco tolerables al acudir a una medida del progreso a través de un indicador extremadamente parcial –y hasta falaz– como es el Producto Interior Bruto (PIB). Hasta ahora, los intentos de reducir la importancia de este indicador para establecer políticas que tengan en cuenta el valor de la naturaleza, traten de corregir la desigualdad o afronten valores como la protección de la salud han sido inútiles. Han sido en vano propuestas como la del expresidente francés Nicolas Sarkozy o voces como la de David Pilling que han denunciado un PIB ciego ante el deterioro ambiental porque «mide la producción de cualquier clase, sin importar si es buena o es mala». Porque, como apunta Pilling, «al PIB le gusta la contaminación, en especial si es necesario gastar dinero para combatirla». Las evidencias del deterioro ambiental son inequívocas, difícilmente rechazables. Más cuestionado es, por parte de algunos sectores de la sociedad, el diagnóstico de la influencia antropogénica en este deterioro.

«Al PIB le gusta la contaminación, en especial si es necesario gastar dinero para combatirla»

El filósofo Herbert Marshall McLuhan dijo aquello de «no hay pasajeros en la nave espacial Tierra. Todos somos tripulantes». Esta metáfora –que se utilizó para referirse a las interacciones en lo que denominó aldea global‒ podría entenderse, en este contexto, como una atractiva incitación a la acción. Pero realmente no resulta muy apropiada para reflejar nuestra actual actitud frente a esta pandemia ambiental. Existen viajeros que deciden ignorar las evidencias, acomodarse en su butaca y disfrutar de un plácido viaje sin preocuparse de su efecto sobre el planeta. Otros optan por negarlas y disfrutan igualmente del viaje, en el convencimiento de que dicho efecto es nulo. Y, finalmente, cabe la opción de tripular, de prestar servicio en la nave, de implicarse en su rumbo y destino, su conducción y su funcionamiento óptimo. Una implicación que apela a la ciudadanía, la institucionalidad y el multilateralismo.

El poder de la cooperación y el multilateralismo

La acción de tripular la nave Tierra se plantea necesariamente como un acto eminentemente cooperativo. Las pandemias no dejan lugar para el egoísmo, y sí para la cooperación, uno de los mimbres fundamentales con los que se ha tejido la evolución de la especie humana. La cooperación internacional y su interpretación geoestratégica contemporánea, el multilateralismo democrático, son herramientas sociales y políticas irrenunciables para luchar contra la pandemia ambiental, un fenómeno complejo que no puede circunscribir a las fronteras artificiales. Y, por tanto, no puede ser abordado desde el populismo simplificador, de recetas fáciles, ni desde los nacionalismos. Este fenómeno afronta conflictos –parafraseando el trilema planteado por Dani Rodrik desde la economía política– que se encuentran entre la democracia, la soberanía nacional y la economía global. Nos enfrentamos, si se establece la comparación desde la ecología política, al dilema entre la globalización económica y la sostenibilidad ambiental: entre la navegación por el espacio de la economía y por los océanos de la ecología.

«El multilateralismo democrático es una herramienta social y política irrenunciable para luchar por el clima»

La transición de 1989, tras una salida sin conflicto de la Guerra Fría, proporciona un ejemplo de cómo la cooperación internacional, cimentada en el consenso y la negociación y apoyada por liderazgos orientados a una acción colectiva en la búsqueda del interés común, puede resultar en iniciativas y soluciones innovadoras en un mundo en rápido cambio y altamente interconectado. Sin embargo, el problema es que el multilateralismo iba a tropezar con el fenómeno de la globalización y con los intereses económicos y geoestratégicos de los grupos G plutocráticos de un reducido número de países, y las doctrinas de organismos económicos internacionales. Pero, aunque se pueda pensar que la magnitud del deterioro ambiental es muy grande y avanza a mayor velocidad que los logros de la cooperación internacional, hay espacio potencial –sin caer en concepciones naíf– para el optimismo y el esfuerzo colectivo.

La conciencia ambiental y el multilateralismo liderado por Naciones Unidas

El último tercio del siglo XX asistió al desarrollo de una creciente conciencia ciudadana y política en torno a los efectos dañinos para el medio ambiente del desarrollo industrial. Y también de los hábitos de consumo que se estaban estableciendo en las sociedades posmodernas que se instalaban en los países más prósperos. Una concienciación que, paradójicamente, se produjo en el seno de una sociedad cada vez más individualista y menos propensa a apreciar los valores colectivos.

El multilateralismo desempeñó ya en esos momentos un notorio papel a través de las primeras reacciones de la Organización de las Naciones Unidas para salvaguardar la biodiversidad y el medio ambiente. En 1972, durante su Conferencia sobre el Medio Ambiente Humano ‒conocida como Cumbre de la Tierra de Estocolmo‒, estableció su Programa para el Medio Ambiente. Paralelamente, la conciencia ciudadana fue apelada por la fundación, en 1971, de la organización ecologista internacional Greenpeace. Esta, con su estrategia de visibilización y comunicación, contribuyó decisivamente a internacionalizar el problema del daño medioambiental, en otro ejemplo de cooperación internacional, en este caso desde el lado del ecologismo y el activismo. Una década antes, la defensa de la naturaleza encontró un ámbito de participación de la sociedad civil en la organización no gubernamental internacional World Wildlife Fund (WWF).

En los ochenta, numerosos informes comenzaron a mostrar datos que evidenciaban la magnitud del problema medioambiental. En 1987, el informe Nuestro Futuro Común de Naciones Unidas ‒conocido como Informe Brundtland‒ plantea por primera vez de la necesidad de un desarrollo sostenible, menos destructivo ecológicamente, que –y esto es muy importante en términos sociales, éticos y evolutivos‒ satisfaciendo las necesidades del presente, no comprometa la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias.

Por su parte, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) es el organismo dependiente de la ONU creado para facilitar «evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta». Desde su creación en 1988, ha emitido hasta cinco informes de evaluación.

En 1992, Naciones Unidas celebra en Río de Janeiro la Conferencia sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, tras la cual se han celebrado varias Conferencias de las Partes (COP), en las que se desarrollan distintos programas de trabajo y documentos estratégicos. Más recientemente, el Acuerdo de París sobre Cambio Climático de 2015 (COP21) y la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Agenda 2030 (Objetivos de Desarrollo Sostenible) se han propuesto ambiciosos objetivos de reducción de las emisiones de dióxido de carbono y del incremento de las temperaturas globales.

«La pandemia ambiental debe tener en cuenta organismos multilaterales con ámbitos de interés y actuación diversos»

Aparte del papel central de Naciones Unidas, un análisis más detallado y con mayor profundidad del multilateralismo ligado al medio ambiente, el cambio climático y la pandemia ambiental debería tener en cuenta otras instituciones y organismos multilaterales con ámbitos de interés y actuación diversos. No hay que olvidar que el tema ambiental tiene vínculos y ramificaciones científicas, tecnológicas, culturales, económicas, industriales, energéticas y geoestratégicas. De tal modo que no puede obviarse el papel de otras organizaciones como la Unesco (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), la Onudi (Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial), AEI (Agencia Internacional de la Energía), la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) o el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC), entre otras.

Los acuerdos y tratados internacionales tienden a plantear objetivos ambiciosos que son a menudo observados con escepticismo por la población. Y su cumplimiento no suele, ni mucho menos, alcanzarse en su totalidad, ya que son reos de los ciclos económicos, de las crisis y de las coyunturas políticas. La crisis económica y financiera de 2008, la pandemia de la covid-19 y la legislatura de presidencia norteamericana de Donald Trump han supuesto una traba para la causa medioambiental y la aplicación de los acuerdos internacionales. No obstante, una mirada retrospectiva permite valorar la verdadera magnitud de los logros obtenidos. Algunos se consiguen, y en ello ha tenido sin duda un relevante papel la colaboración multilateral. Un ejemplo es la recuperación de la capa de ozono, proceso en el que se le atribuye un papel decisivo al Protocolo de Montreal.

Pero 2021 trae aires de optimismo: el presidente estadounidense Joe Biden, a las pocas horas de tomar posesión, firmó una orden ejecutiva para volver al Acuerdo de París, que su antecesor ordenó abandonar en 2017. Además, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, anunciaba el pasado enero el impulso económico que la ONU pretende dar en 2021 a La gran muralla verde, un proyecto fascinante cuyo objetivo es frenar el avance hacia el sur del desierto del Sahara. Mediante la plantación de una hilera de árboles de 8.000 kilómetros que atravesará África de Oeste a Este, se favorecerá el almacenamiento en el subsuelo del agua de lluvia y la absorción del CO2 de la atmósfera.

Trasposición del multilateralismo al ámbito nacional y local

Uno de los grandes retos del multilateralismo es extender la experiencia, las decisiones y la capacidad de actuación a todos los países del planeta. Todo ello sin comprometer su desarrollo ni la legítima aspiración de progreso y bienestar de su población.

La cooperación a menor escala, en entornos cercanos, produce resultados sobre el terreno. La dualidad del ser humano hace que, mientras que la Amazonía y otras selvas del planeta están siendo deforestada a un ritmo vertiginoso a causa de la agricultura, la ganadería, la minería y la expansión urbana, en otros lugares se ponen en marcha proyectos de reforestación y regeneración ambiental.

«Mientras la Amazonía es deforestada, en otros lugares se ponen en marcha proyectos de reforestación»

Como señala la investigadora Olivia Muñoz-Rojas, «la necesidad de implicación emocional explica que nos resulte más fácil reaccionar y movilizarnos en el ámbito local respecto a problemas medioambientales que nos afectan directamente y a favor de iniciativas ecológicas que mejoran nuestra calidad de vida». El multilateralismo y la cooperación internacional tienen una trascendencia adicional al trasladar sus avances al ámbito de las legislaciones nacionales y de sistemas de gobernanza y proyectos focalizados en el ámbito regional o local.

Una política para la cooperación internacional climática

La cooperación requiere grandes dosis de una política que, retomando sus orígenes, vele por los intereses de la ciudadanía –los intereses de la ciudad, la polis, y de los ciudadanos, polites, origen griego de la palabra política–, de la comunidad de habitantes del planeta y de su hábitat, el planeta Tierra. Una política conocedora de la ecología global, de los ecosistemas y seres vivos del planeta, y consciente de que todos ellos, incluidos los seres humanos y los ecosistemas por ellos creados, están relacionados entre sí. Sin lugar a duda, con la covid-19 la naturaleza nos lo está recordando y demostrando una vez más.

Martin Rees, astrónomo británico, ha destacado el triunfo para la ciencia que ha supuesto el exitoso amartizaje del robot Perseverance, cuya misión podría descubrir profundas verdades sobre el planeta rojo y nuestro lugar en el universo. Advierte Rees que no es buena idea apostar contra los juicios de la ciencia cuando está en juego la vida humana, amenazada por la covid-19 o el cambio climático. «Si se quiere propiciar un debate auténtico, es imprescindible que toda la sociedad esté bien informada», asegura. Ese debate será cada vez más necesario por la presión, cada vez mayor, de los problemas medioambientales.

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