Sociedad

«La Cañada demuestra cómo los derechos pueden quedarse en papel mojado»

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29
marzo
2021

Agustín Rodríguez Teso (Madrid, 1962), más conocido como ‘el cura de la Cañada Real’, lleva trece años al frente de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada, la iglesia del poblado chabolista más conocido de España y el mayor asentamiento irregular de Europa, habitado por más de 8.000 personas -mayores, jóvenes, niños y niñas-. La Cañada se reparte principalmente por el término de Madrid capital, pero también abarca parte de los municipios de Coslada y Getafe. En el pasado mes de enero, fue noticia por la ola de frío y nieve provocada por Filomena que puso en jaque al barrio debido a las condiciones de las infraviviendas, la falta de urbanización en parte del territorio y la ausencia de suministros básicos, como la luz y el agua. Ahora, Agustín Rodríguez pide terminar con la «bronca política» y abrir un debate sobre el chabolismo «que busque soluciones y no le eche la culpa a otro».


Quizá esté cansado de que le preguntemos siempre lo mismo. Pero, ahora que ha pasado la resaca de Filomena, momento en el que se puso el foco un poco más sobre la Cañada, ¿hemos vuelto a mirar para otro lado?

Sí, claro. La Cañada es una realidad que lleva ahí más de ochenta años. Filomena ha sido tan solo una cuestión puntual, en un momento concreto, de más de cuatro décadas de historia.

¿Ha mejorado la situación de alguna manera tras la polémica? ¿O, simplemente, han mejorado las temperaturas?

La cuestión de la mejora es relativa. Yo tenía un compañero que decía «no hace frío» y le respondía «tú es que eres de al lado de Molina de Aragón [un municipio aragonés incluido en el ‘triángulo del frío’ de España, donde las temperaturas pueden alcanzar los -20 grados]». Pero por debajo de quince grados hace frío en cualquier lado, y las temperaturas que tenemos ahora [esta entrevista se hizo a principios de marzo] son de dos grados. Hace frío y el problema sigue siendo el mismo: seguimos sin luz y no hay visos de que esto tenga arreglo.

«La Cañada se trata con una condescendencia ‘naif’ que, en el fondo, la ridiculiza»

¿Por qué cree que no se llega a una solución administrativa, a pesar de que La Cañada Real lleve décadas así?

A ver, aquí verdades absolutas no existen. Durante muchos años ha habido una situación de irregularidad en toda la Cañada Real. Aquí antes la gente pagaba su IBI y tenía posibilidad de hacer contratos de agua y de luz hasta que, en un momento determinado, se empezó a plantear que esto no podía seguir así porque chocaba con las normativas que se iban creando en Madrid en los ochenta. Por aquel entonces, Madrid tenía todo un cinturón de chabolismos y de vivienda precaria que venía de la emigración de los años sesenta, tras el gran éxodo rural. Había mucha gente viviendo en condiciones precarias y la Cañada Real era solo un barrio más de ese tipo, solo que había sido el primero: se creó en los cuarenta y luego creció en los sesenta.  El que llegaba y no tenía otro sitio donde quedarse cogía un terreno y, en la medida que sabía o podía, se montaba una chabola. Cuando en los años ochenta el primer Gobierno de la Comunidad de Madrid se plantea regularizar toda esa situación, desaparecen todos los ‘poblachos’ y se regularizan todo tipo de conexiones. ¿Todo? Todo no. La Cañada Real no se reformó ni regularizó. ¿Por qué? Pues posiblemente porque, como su propio nombre indica, era una cañada real. Yo recuerdo una vez que le dije a Joaquín Leguina –ex presidente de la Comunidad de Madrid– «pero esto, ¿por qué no se arregló entonces? Si se arreglaron cientos de miles de viviendas». Y él me admitió: «Es que no te sabría dar una explicación racional». Hablando algún tiempo después con algunos de los consejeros que estaban en ese gobierno, me explicaron que, al ser una cañada real, no había posibilidad de intervención.

¿Y qué ocurre después?

El barrio se queda ahí, nadie toca nada. Ahora, toda la legislación impide que se pueda reordenar. Resulta que la mayoría de estas personas no pueden legalmente ni tener instalación eléctrica porque para tenerla necesitan una cédula de habitabilidad, y esa no se puede dar porque resulta que la vivienda no está construida sobre un suelo de uso habitacional. Con el famoso Pacto Regional se sentó alrededor de la misma mesa a todas las administraciones: el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid, los ayuntamientos vecinos… y ahí lo se dijo: «Hagamos de esto un proceso, vamos a ver qué es lo que se puede ir haciendo en cada uno de los puntos, uno a uno». Es entonces cuando se observa que, por ejemplo, el sector 1 puede consolidarse como suelo urbano a diferencia del sector seis, que está sobre una zona calificada como Parque Natural y, a ojos de la ley, nunca va a ser suelo urbano. Esta es una de las razones por las que ha costado tanto intervenir: hay que ir muy al límite de lo que la legalidad permite. Así, no se puede hablar del tema de la Cañada Real en términos absolutos, ni criminalizar al que está sin luz, ni culpar a la administración desde un punto de vista general.

Ahora mismo, ¿en qué situación deja todo esto a la Cañada Real?

La situación que estamos viviendo ahora mismo no es que no se haya hecho nada. En los años anteriores se han hecho muchas cosas, desde derribar casas hasta intentar que no se derribe ninguna. El problema es que se ha creado una legislación para que no exista el chabolismo sin tener en cuenta lo que ya estaba creado desde hace décadas. Y eso dificulta las condiciones de vida de un lugar como este, que urbanísticamente no existe, pero donde viven cientos de personas. Hay que aclarar algo: los problemas de habitabilidad no son solo de energía. En el sector 6, por ejemplo, hay problemas de suministros de agua y luz, pero también de atención sanitaria: la atención primaria se realiza con una unidad móvil que pasa por allí todos los días, pero en el momento en el que alguien tiene que salir a médico, a la ambulatorio o al especialista, el asunto se complica.

«La gente pagaba su IBI y tenía posibilidad de contratar agua y luz hasta que la situación empezó a chocar con la normativa»

¿Ese aislamiento marca?

Claro que marca. Marca para todo. Para vivir. Para los estudios de los niños, por ejemplo. Este año se ha conseguido colocar un autobús lanzadera que permite llevar a los chavales de secundaria hasta Vallecas. Antes solo había uno y estaba pensado para estudiantes primaria pero, como no coincidían los horarios escolares ni las rutas, muchos no podían ir porque no tenían forma de salir de la Cañada. En cuanto a las condiciones de la vivienda, eso ya depende de la zona, porque hay casas que son absolutamente infraviviendas, pero otras son normales.

¿Cree que influye en esta situación la mala imagen que se ha dado del barrio?

La criminalización ha hecho mucho daño, y la estigmatización también. Los medios de comunicación tendrían que darse una pensada sobre los estereotipos que generan porque la Cañada se trata bien para criminalizarla, o bien con una condescendencia naif que, en el fondo, la ridiculiza. Por ejemplo, hay una sobreexposición a la miseria que me parece deleznable. A veces parece que en la Cañada todo es delincuencia y droga. Al revés: eso es lo menor. Lo que pasa es que si tú pones el foco solo sobre esas características, como en cualquier barrio de Madrid por pequeño que sea, eso afecta a la vida de esas personas. Lo complica todo. El famoso problema de las plantaciones está pasando en barrios de toda España, no solo en la Cañada. Pero las condiciones de vida que hay aquí lo potencian. La gente se viene arriba… hay mucho periodista al que le encanta escribir sin enterarse de nada. He llegado a leer barbaridades, como que la Policía no se atrevía a entrar porque había yihadistas.

¿El estigma afecta también a la autoimagen de la gente del barrio?

Claro. Los vecinos de la Cañada, si salen, viven con miedo a decir que son de aquí. Ese estigma se interioriza. Hace ya años que he dejado de poner en contacto a la prensa con vecinos porque puede hacer peligrar sus puestos de trabajo. En alguna ocasión ya ha ocurrido que alguien ha salido por televisión como vecino de aquí, y lo han echado. Soluciones como «vamos a derribar todas las casas» vienen también porque la imagen de criminalidad ha llegado hasta la Administración que, si bien cuenta con personas muy inteligentes y empáticas, también tiene otras que son auténticos zoquetes, aunque ostenten un cargo público. No obstante, ha habido muchos políticos, de todos los partidos, que han hecho un esfuerzo grande por enterarse de lo que iba el tema. Algunos han acertado con sus medidas y otros, claramente, fracasaron. Pero sí hubo un intento de mejorar las condiciones de vida de la gente. Hay que recordar a quienes han querido hacerlo bien.

«Hablamos sobre el derecho a una vivienda digna, pero no sobre cómo conseguirla»

¿El enfrentamiento político entre administraciones ha perjudicado a la Cañada Real?

Cuando hay una situación como la de la Cañada Real, en la que no es fácil encontrar una solución, se busca la confrontación para no parecer responsable. Buscar un chivo expiatorio es una condición humana: cuando lo mío no funciona, la culpa tiene que ser de otra persona. En la política española, desgraciadamente, adolecemos de un gran ‘postureo’. Hay que estar permanentemente dando cera. No entiendo por qué: es un tipo de acción política que me aburre y me repulsa. No aporta absolutamente nada a la hora de resolver… pero es el contexto en el que vivimos.

¿Nos está faltando que el debate se centre más en derechos humanos y menos en la legalidad?

El problema con los derechos humanos es que no están reglamentados. Decimos: «Existe el derecho a una vivienda digna», pero no hablamos sobre cómo se consigue. «Existe el derecho a un trabajo digno», y resulta que, de entrada, hay cuatro millones de españoles pidiendo trabajo y muchos más exigiendo que su trabajo sea digno. En la Cañada se ve que el problema de los derechos humanos es que, fácilmente, se terminan quedando en papel mojado. Los legisladores tendrían que plantearse seriamente cómo seguir avanzando para que todos esos derechos fundamentales se hagan realidad.

¿Cómo definiría el papel de la Iglesia en la Cañada?

La Iglesia está, como otra mucha gente, aportando lo que puede y lo que sabe. Para nosotros todo tiene que ver con la dignificación de las personas y los entornos en los que viven. Creemos en esa ecología social, en que, cuando el entorno es facilitador, la gente termina viviendo de una manera más sencilla. Pero la Iglesia no pretende ser ni la salvadora de nadie, ni la máquina de ningún tren. Vamos haciendo un camino junto a otras entidades sociales y los vecinos de la Cañada.

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