Sociedad

Trasplantes en España: tres décadas de liderazgo

El sistema de donaciones español es un modelo para el resto del mundo: casi cincuenta personas de cada millón de habitantes son donantes, y nuestro país fue responsable del 20% de donaciones de órganos de la Unión Europea y el 6% a nivel mundial.

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26
febrero
2021

A finales de diciembre, mientras la pandemia seguía poniendo en la cuerda floja a la sanidad española, en el Hospital Virgen de la Arrixaca (Murcia), Esther Modéjar, de 43 años, recibía por primera vez el corazón de un donante que había dado positivo por coronavirus dos meses antes de la operación. A Esther le quedaban apenas unos meses de vida. No había tiempo que perder ni virus que frenase la carrera contrarreloj, por eso el equipo médico priorizó la urgencia sobre el protocolo anti-covid y se la llevó al quirófano. Para ella, la decisión de los sanitarios fue «el mejor regalo de Navidad posible» y, para España, otro de esos hitos que le hace revalidar su liderazgo mundial en donación de órganos una vez más, después de casi treinta años consecutivos como líder en el ránking mundial de trasplantes.

No es, precisamente, porque el coronavirus haya dado tregua a los quirófanos: la Organización Nacional de Trasplantes registró en 2020 un total de 4.425 donaciones, lo que supone un 25% menos que hace dos años, debido al retraso en las listas de espera provocado por la saturación del sistema sanitario. Pero esta es una de las actividades biomédicas de España que alcanza el mayor reconocimiento a nivel mundial sin importar los años que pasen, porque siempre es una historia de primeras veces: el primer trasplante de un enfermo de covid, la primera donación mundial de rostro realizada con éxito, el primer trasplante –y cuarto en el mundo– de un corazón en parada cardiaca…

En nuestro país existe una gran conciencia para darle una segunda vida a alguien: casi cincuenta personas de cada millón de españoles son donantes. Según los datos del Registro Mundial de Donaciones, en los últimos diecinueve años, los hospitales han realizado un total de 83.100 donaciones de órganos hasta alcanzar más de 4.300 trasplantes anuales en la última década. De hecho, en 2019, España fue la responsable del 20% de donaciones de órganos de la Unión Europea y el 6% de las registradas en el mundo.

Hace 50 años hubiera sido difícil de imaginar que los pacientes de trasplantes renales vivirían 43 años más. También que una persona recibiría un corazón sano y se aseguraría 27 años de vida, según datos del Ministerio de Sanidad, o que los trasplantes menos practicados  –como los de páncreas, pulmón o intestino– pudiesen garantizar una década de supervivencia. ¿Dónde está la clave del modelo que enorgullece al sistema sanitario español?

Todo empezó en 1963

Primero debemos mirar al pasado. Los nombres de Gilvernet y Caralps, del Hospital Clínic de Barcelona, y de Alférez y Hernando de la Fundación Jiménez Díaz (Madrid), fueron pioneros en la historia de la medicina tras practicar en 1965 los primeros trasplantes de riñón –los más comunes en nuestro país– realizados con éxito en España. Todavía quedaban tres lustros para que se aprobara finalmente la ley de trasplantes, por lo que la obtención de órganos para este cometido caía dentro de una alegalidad que a veces traía problemas. En algunas ocasiones, rememora la ONT en su informe El modelo español de trasplantes, los médicos llegaron a recibir querellas «por apropiación indebida de órganos» en su aventura científica.

La Organización Nacional de Trasplantes registró en 2020 un total de 4.425 donaciones, un 25% menos que hace dos años

Las dudas sobre la moralidad de estas prácticas con donantes vivos y, especialmente, con donantes ya fallecidos, sobrevoló la conciencia de la opinión pública durante años. Todo cambió con el primer trasplante cardíaco realizado por Christian Barnard, en Sudáfrica, a Louis Washkansky, un paciente de 53 años con una insuficiencia cardíaca en estadio terminal. La donante fue una mujer de 25 años que, tras sufrir un accidente de tráfico, entró en muerte encefálica. Su padre decidió donar sus riñones y su corazón. «Fue en ese momento cuando la sociedad empezó a ver que la vida no radica en el corazón, sino en el cerebro y que existe una situación llamada muerte encefálica que, desde el punto de vista científico y ético (y más tarde legal) significaba la muerte ‘clásica’ del individuo», explica la ONT en el documento.

Tras el hito histórico de Barnard, el trasplante de corazón llegó a España por primera vez en 1968 de la mano del doctor Cristóbal Martínez Bordiu. Su paciente murió horas después, pero sentó el precedente. Más tarde –y tras varios intentos fallidos–, fueron Josep María Calaps y Josep Oriol quienes lo consiguieron en 1984, consiguiendo alargar la vida del paciente nueve meses, un logro por aquel entonces. En ese mismo año, los doctores Carles Margarit y Eduard Jaurrieta hicieron el primer trasplante hepático de la historia española. Un año antes, Gil Vernet y Fernández-Cruz trasplantaron el primer páncreas y, en 1990, llegó la primera donación pulmonar exitosa gracias a Ramón Arcas.

La ciclosporina, un fármaco para minimizar el rechazo de órganos que mejoró los resultados en las cirugías, ayudó a incrementa su éxito cuando apareció en los ochenta. «Unido a las mejoras sanitarias de todo tipo –anestesia, antibióticos, etc–, el medicamento permitió volver a echar mano de los antiguos procedimientos de los sesenta para seguir trabajando en España y en el mundo», apunta el documento.

El modelo español

La Ley de Trasplantes de 1979 ayudó a encajar la pieza que faltaba en la ética de las donaciones en España. Reconoció la muerte encefálica como equivalente a la muerte del individuo, aprobó la donación altruista y el anonimato del donante, incluyó la lista de espera por criterios médicos y estableció la legalidad de la «extracción de órganos de fallecidos con fines terapéuticos o científicos, en caso de que no hubieran dejado constancia expresa de oposición», aunque en la práctica no se efectúa ninguna extracción si los familiares se niegan.

Tras su aprobación, el nacimiento de la ONT en 1989 fue fundamental para hacer crecer el ritmo de donaciones hasta el punto en el que nos encontramos hoy. La institución, dependiente del Ministerio de Sanidad, apareció con el objetivo de «promover la donación altruista con el único fin de que el ciudadano español que necesite un trasplante tenga las mayores y mejores posibilidades de conseguirlo» y terminar con la escasez de órganos para trasplantar.

Gracias a la cobertura sanitaria universal y a la legislación específica sobre la muerte encefálica y las condiciones de las donaciones, como reconoce la ONT en su página, ha sido posible construir el conocido como Modelo Español sobre los pilares que lo diferencian de los de otros países. Uno de los aspectos clave que agiliza el sistema de donación es que el transporte, el manejo de las listas de espera y cualquier aspecto que contribuya al proceso dependa, únicamente, de la propia ONT. Además, la coordinación en tres niveles –nacional, autonómico y hospitalario–, el nombramiento de un coordinador por hospital –normalmente médico intensivista– o la formación continuada también han contribuido a la hora de conectar a donantes con pacientes y salvar vidas.

El modelo español, como cualquier otro, nunca se había enfrentado a una pandemia. Las donaciones también han tenido que adaptarse a las circunstancias y aprender a salir del paso. Entre otros cambios, la obligatoriedad de realizar una PCR a donante y donado –a excepción del caso de Esther Modéjar con el que abríamos este reportaje–, la derivación de los médicos coordinadores a las UCI para evitar la saturación del sistema y el colapso en algunos centros han llevado a mantener solo los trasplantes urgentes y pediátricos. Pero, aún así, el sistema ha sido capaz de mantener casi el 80% de las donaciones en comparación con el año pasado: otra primera vez que pasará a la historia.

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