Salud

«El virus no es el único peligro: la soledad no elegida es dañina para la salud»

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10
diciembre
2020

Tras ejercer como cirujano general y del aparato digestivo en Estados Unidos y España durante un cuarto de siglo, Mario Alonso Puig (Madrid, 1955) decidió apuntar –de otra manera– al cerebro y al corazón. Así, lleva ya veinte años investigando y divulgando cómo desarrollar todo el potencial que los humanos atesoran en su cerebro, sobre todo en momentos de cambio e incertidumbre como los que hoy vivimos. Serenidad, ilusión y confianza son sus tres claves para hacer frente a una pandemia que nos ha puesto contra las cuerdas en el aspecto económico y sanitario, pero también anímico. «Olvidarnos del componente emocional es ser absolutamente ciegos a una realidad que tiene un impacto en los niveles de bienestar y felicidad de una persona, pero también en los niveles de conexión con los demás, en su salud física, en su productividad», insiste.


Como médico, ¿cuáles son las grandes reflexiones que haces en torno a esta crisis sanitaria?

Hay que saber anticipar la gravedad de algunas situaciones. Desde hace tiempo se viene alertando del peligro de las zoonosis –o de las enfermedades transmitidas por animales– y no da la sensación de que haya habido una anticipación clara frente a ello: nos ha pillado como nunca lo tendría que haber hecho. Pero también es absolutamente prioritario escuchar a los profesionales sanitarios, que tienen un auténtico conocimiento de las enfermedades, y a los gerentes de los hospitales. Es clave prestar atención a los profesionales que conocen, a pesar de que se trate de una enfermedad desconocida, los abordajes que tienen más sentido. Además, hay que conseguir como sea, siempre a través de la voz de la buena voluntad de encuentro, que los problemas se aborden de una manera unificada. No puede ser que cada uno tenga que hacer frente a semejantes desafíos sin tener una visión absolutamente compartida y aceptada por todos.

Si en marzo los expertos alertaban de consecuencias para la salud mental de la pandemia como el síndrome de la cabaña, ahora hacen hincapié en otras como el agotamiento, la ansiedad o la frustración. ¿Cuáles son las consecuencias psicológicas que veremos a corto, medio y largo plazo?

Tradicionalmente los seres humanos siempre hemos prestado más atención a aquello que era más fácil de ver y hemos ignorado, a veces con tremendas consecuencias, lo que no se veía a simple vista. Lamentablemente, se ha visto fácilmente la enfermedad, la muerte, la sobrecarga de los hospitales… y se ve claramente el daño económico. Lo que es más sutil o menos obvio es el daño psicológico. Las consecuencias emocionales de la pandemia son muy profundas, porque no solo ha habido, y hay, personas que se sienten profundamente solas –y la soledad no elegida es dañina para la salud de forma incuestionable–, sino que no ha habido una sensación de que hubiera una unidad de criterio en lo que se estaba haciendo. Esto genera una profunda desconfianza. La covid, además, al prolongarse en el tiempo, produce un enorme desgaste emocional. Hay muchos cuadros que pueden surgir de una situación así, desde el síndrome de estrés postraumático hasta ansiedad o depresión; cuadros que merecen atención porque generan un extraordinario sufrimiento en la persona y la predisponen a otro tipo de enfermedades.

«La época navideña tiene un tremendo componente emocional y es importantísimo que las personas no se sientan solas»

Aun así, el servicio público de salud español solo dispone de 10 especialistas en salud mental por cada 100.000 habitantes, muy por debajo de la media europea. ¿Crees que se reforzarán tras la crisis?

Tenemos que entender que la salud no se puede abordar solo desde la sanidad pública. Es un tema de tantísima envergadura y complejidad que ha de ser razón suficiente como para que se entienda el impacto favorable que tienen tanto la sanidad pública como la privada, entendiendo por sanidad todo lo que hace referencia a la salud física o psicológica de las personas. ¿Qué es lo que ocurre? Que tampoco da la sensación de que se estén reforzando sistemática o estratégicamente todos los recursos para hacer frente a una situación de tantísima complejidad. No podemos ir siempre detrás del problema, debemos tener esa capacidad o mirada con alcance que permita anticiparnos a situaciones como la actual.

Otro de los problemas que hemos sufrido en los últimos meses es la infodemia, la avalancha de noticias –falsas o no– sobre el coronavirus. ¿Cómo nos ha afectado la sobreinformación? ¿Ha agravado los problemas de ansiedad y nos ha vuelto más desconfiados?

Con el uso masivo de internet y de las redes sociales tal como están configuradas es impensable que alguien no pueda mandar, por ignorancia o por una intención oculta, noticias falsas. Lo que no se puede es estar todo el día intentando que eso no suceda, porque va a ocurrir se quiera o no. La cuestión es por qué las personas somos tan manipulables: muchas veces no nos fiamos de la información oficial que recibimos. Es decir, si la información oficial que recibo la considero fiable y verdaderamente legítima, las otras informaciones me pueden resultar anecdóticas, interesantes o curiosas, pero no alterarán mi criterio de una forma fundamental. Por ejemplo, el criterio de un médico del que me fío porque es una persona competente, responsable, a la que verdaderamente le importo, va a tener en mí mucho peso y las fake news sobre la covid no me alterarán tanto. Pero si no confío en la persona que me está ofreciendo información, ni creo que esté pensando en mí, ni que esté bien formada, es lógico que sea más susceptible de que noticias de todo tipo hagan mella en mi opinión.

Más allá las noticias falsas, la sobreinformación puede llegar a generar ansiedad. ¿Crees que estamos sobreexpuestos a demasiada información en nuestro día a día?

El cerebro humano está diseñado para que a la conciencia solo le llegue una determinada cantidad de información. Si nos llegara información de la velocidad a la que late el corazón, la frecuencia respiratoria, el grado de presión que hace el intestino delgado para avanzar los nutrientes, o si recibiéramos información a nivel consciente de nuestra presión arterial o de los niveles de oxígeno en sangre, nos volveríamos locos. No podríamos manejar semejante cantidad de información. El propio cerebro sirve de filtro para que llegue a la consciencia solamente aquello que me es útil a la hora de tomar decisiones. Pero cuando estamos expuestos a esa cantidad, tomar una decisión se convierte en tarea prácticamente imposible. Una persona se bloquea en presencia de la información, lo que tiene efectos muy negativos, tanto a nivel mental como a nivel de salud física: uno se siente impotente frente al reto y, por tanto, se genera ansiedad y, por supuesto, frustración. Necesitamos tener suficiente información para tomar decisiones, pero no tanta como para que nos bloquee la capacidad de decidir.

Más de la mitad de las personas que viven solas en España son mayores de 65 años, unos dos millones de personas, que se han visto especialmente afectadas por la covid-19. De ellas, unas doscientos mil son octogenarios. Ahora que se acercan las Navidades, ¿cómo afrontar unas fiestas como las de este año?

Estas Navidades hay que hacer un análisis muy cuidadoso de lo que es el elemento preventivo en el sentido de reducir la incidencia de la pandemia –eso es clave–, pero teniendo en cuenta que el ser humano es un ser de encuentro y que la soledad no elegida es dañina para la salud. No podemos pensar que lo único que daña la salud es el virus: también la daña una sensación de indefensión extrema. Por eso hay que ponerla en el balance para conseguir la solución menos mala o la más favorable. No es nada sencillo, pero hay que tenerlo en cuenta. La época navideña tiene un tremendo componente emocional y las personas, de alguna manera –sea presencialmente o con el uso de tecnología–, es importantísimo que no se sientan solas. En eso, todos debemos tener ese sentido de la solidaridad y esa sensatez para cuidarnos y así poder cuidar de otros.

«Las cosas salen adelante por el excepcional espíritu de sacrificio de los profesionales del sector sanitario»

Al enfrentarnos a ciertas enfermedades, incluida esta pandemia, ¿nos olvidamos del componente emocional?

Cuando hablamos del analfabetismo solemos referirnos a la incapacidad de leer y escribir y, sin embargo, se nos olvida que hay otro tipo de analfabetismo que no tiene consecuencias menos desfavorables: el emocional. Durante mucho tiempo hemos considerado las emociones como algo de muy poca relevancia, especialmente cuando lo comparamos con los procesos más intelectuales, racionales y cognitivos. Estamos cometiendo un gravísimo error: el ser humano es profundamente emocional; elige con el corazón y justifica con la razón. Olvidarnos del componente emocional es ser absolutamente ciegos a una realidad que tiene un impacto en los niveles de bienestar y felicidad de una persona, pero también en los niveles de conexión con los demás, en su salud física, en su productividad… Afecta a todas las dimensiones de la persona y sorprende que, con la cantidad de investigación médica que hay en el campo de la psicología, sigamos siendo tan analfabetos emocionalmente hablando.

Hace unos meses, en una entrevista decías que «una sociedad cooperativa y comprensiva genera salud, abundancia y felicidad». Con lo que hemos visto en los últimos meses, ¿vamos por ese camino?

Algunas personas van por ese camino y otras por el opuesto. El ser humano, por naturaleza, es un ser de encuentro. Le hemos dado todo el peso a nuestro cerebro como responsable de que hayamos podido llegar hasta donde estamos cuando muchísimas especies han desaparecido, pero no le damos suficiente valor a hasta qué punto la cooperación ha sido clave en nuestro proceso evolutivo. Hay personas o grupos que favorecen el desencuentro y el enfrentamiento, mientras que otras propuestas favorecen el encuentro. Lo que estamos viendo ahora son las dos polaridades, porque en situaciones de presión se hacen notar: en una situación difícil se ve cómo actúa cada persona. Esto es como un esquiador: cuando las condiciones de la nieve son ideales, todas las personas que descienden por una ladera parecen esquiar bien, pero cuando la nieve es dura o hay hielo se ve quién sabe esquiar de verdad. Ahí es donde se produce la división, la gran polaridad, y pasa exactamente igual con el virus: ante un desafío al que se enfrenta una sociedad en su conjunto, vemos clarísimamente aquellas iniciativas que están buscando el encuentro y el entendimiento y aquellas que dicen hacerlo, pero lo que buscan en realidad es el desencuentro.

El personal sanitario ha estado en la primera línea en un momento en el que han quedado patentes las grietas del sistema de salud en cuanto a recursos. ¿Cómo es posible que una actividad tan sustancial como la medicina se haya precarizado tanto en las últimas décadas?

Cuando el doctor Matesanz, que es una referencia mundial en el campo de los trasplantes, en una comparecencia ante una comisión del Congreso dijo que esta era la mejor sanidad del mundo teniendo en cuenta los escasísimos recursos que tenía, creo que puso clarísimamente el punto sobre la i. Nos obsesionamos con que tenemos la mejor sanidad del mundo, pero nos dejamos la otra parte: con los paupérrimos recursos que recibe. Se nos hincha la boca sobre la importancia de la sanidad o de la educación, pero el verdadero compromiso no se nota en las palabras, sino en los hechos, en las inversiones. La gente que de verdad prioriza algo, invierte en ello. Si realmente el mundo sanitario fuera prioritario se habría estado invirtiendo desde hace muchísimos años en él, igual que sucede con la educación. Lo que pasa es que aquí está la gran inautenticidad: decimos que es algo muy importante y, sin embargo, no es así. Las cosas salen adelante por la excepcional calidad y el excepcional espíritu de sacrificio de montones de personas en el sector sanitario, en el farmacéutico, en el de protección civil… todas esas personas que con los escasos recursos que pueden recibir ponen, con su profesionalidad, con su voluntad, con su capacidad de entrega y sacrificio, lo que el sistema no tiene. Si no fuera por ese esfuerzo humano descomunal, sería imposible haber conseguido alguna de las cosas que se han conseguido. Pero el ser humano tiene un límite en lo que puede aguantar.

¿Y qué papel juegan en este sistema de salud los pacientes?

Uno muy importante, lógicamente, porque un sistema de salud que no esté enfocado en el paciente no se entiende. Los pacientes han de ser siempre el foco en el que está alineado todo un sistema de salud. Son los que tienen, de alguna manera, que entender que cuando una cosa es banal no hay que sobrecargar al sistema, pero cuando algo es serio no hay que tener miedo de acudir al médico. Una de las cosas más preocupantes que ha sucedido durante esta pandemia es que personas con patologías cardíacas o de otro tipo no han ido a los hospitales por miedo al contagio y han tenido complicaciones muy graves. Los pacientes tienen, como todo ser humano, que ser conscientes de la sobrecarga del sistema sanitario e ir cuando realmente hay un elemento verdaderamente inquietante.

Durante estos meses de saturación hospitalaria, ¿cómo valorarías la colaboración que se ha producido entre la sanidad pública y la privada? 

Se ha tratado, en cuanto a reconocimiento, con gran justicia a la sanidad pública y con gran injusticia a la privada. Es decir, la sanidad pública y la privada están compuestas por extraordinarios profesionales y, por eso, todas las personas que trabajan en el sistema de salud han entendido que lo que tenían que hacer era ayudar a resolver un tema excepcionalmente complejo. No ha habido rivalidad entre ellas, sino que ha habido un esfuerzo compartido. Sin embargo, sobre todo por determinadas entidades y personas, el reconocimiento ha sido solo a la sanidad pública; la sanidad privada ha quedado olvidada. Tenemos que reconocer el trabajo excepcional que han hecho todos los profesionales de ambas.

Atención telemática, aplicaciones, consultas, resultados online… Se ha producido una digitalización exprés del sistema sanitario. ¿Qué se ha hecho bien y qué mal? ¿Cómo acelerarlo sin desplazar al paciente del centro de los cuidados?

Este es un tema clave que afecta no solamente a la sanidad, sino también a distintos estamentos de la sociedad. Por supuesto, lo que se suponía que iba a hacerse en cinco años, se ha hecho en unos pocos meses. La pandemia nos ha hecho ser conscientes de hasta qué punto la digitalización puede ofrecer alternativas en situaciones especialmente complejas. En ese sentido, el sistema sanitario ha hecho un esfuerzo espectacular, como lo han hecho muchísimos otros sectores de la sociedad, por modernizarse y por poder utilizar las grandes ventajas de la tecnología digital a la hora de servir a los ciudadanos o a los pacientes. La técnica, la modernización y la tecnología no tienen por qué ir enfrentadas al humanismo. En una consulta telefónica o por una plataforma digital, estamos utilizando una tecnología que está sustituyendo el encuentro directo entre un profesional de la salud y un enfermo. Sin embargo, esa conversación no tiene por qué estar deshumanizada. Lo debemos tener en cuenta como sociedad en su conjunto.

«No valoramos lo suficiente hasta qué punto la cooperación ha sido clave en nuestro proceso evolutivo»

En un momento tan excepcional como el que vivimos, vemos que está costando ponerse de acuerdo sobre cuáles son las mejores medidas para atajar los rebrotes. ¿Cómo crees que afecta la polarización política y científica al cumplimiento de las medidas por parte de la población?

Soy de los que piensan que hay que preguntar a los que saben, no a los que opinan. Las personas que saben tienden a tener conversaciones más enriquecedoras y a llegar con más naturalidad a un consenso que las personas que solo opinan. El que opina tiene más interés en opinar que en conocer la verdad, mientras que el que sabe, en general, tiene más interés en conocer la verdad. Si se generan foros de debate entre los que saben, de ahí puede salir una información riquísima que va a permitir que no sigamos la peor opción y que de las opciones que hay, escojamos una que por lo menos sea razonablemente favorable.

Para acabar, ¿cómo podemos superar lo vivido este 2020? Y, sobre todo, ¿cómo deberíamos enfrentarnos al 2021?

Hay tres cosas que como desaparezcan de nuestra vida vamos a tener problemas. La primera es la serenidad –no podemos perder el ánimo ni la paz interior– y la segunda, la ilusión –no podemos perderla porque tenemos otras razones para vivir a pesar de los tiempos difíciles que vivimos–. La pandemia se ha llevado unas cuantas cosas, pero ha dejado otras y algunas han surgido precisamente porque hemos tenido que espabilar. En tercer lugar, la confianza en que los seres humanos, sobre todo cuando estamos unidos, podemos hacer frente a todos los desafíos. Esta no va a ser la única pandemia que va a experimentar la humanidad, por lo que el gran drama sería que no aprendamos de esta; eso sería un fracaso. Tenemos que, como decisión vital, enfocarnos en esa serenidad, porque no todo es malo. La mente tiene una tendencia catastrofista impresionante, pero hemos visto unos ejemplos de grandeza humana que devuelven en gran medida la fe en la humanidad. Debemos tener confianza en que realmente los seres humanos, cuando estamos movidos por un ideal de encontrarnos, de ayudarnos mutuamente, somos capaces de hacerle frente a todo.

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