Opinión

Oficios y profesiones

No basta con presumir de ser líder o usar tal título sin hacer nada, y menos aún ante un desastre que ha puesto a la sociedad contra las cuerdas. Hay que tomar medidas, dar la talla, despertar esperanzas, aprendiendo lúcidamente de los errores para poder gestionar sin equivocarnos de nuevo.

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21
septiembre
2020

Cuentan las crónicas judiciales de mi tierra de Úbeda que, en ocasión de juzgarse a un experimentado raterillo local por un delito menor, el juez –al finalizar la vista oral y como es preceptivo– le preguntó al susodicho si quería añadir algo al alegato que su abogado defensor había hecho. El acusado, que intuía una condena sin remisión, se puso digna y solemnemente en pie y, dirigiéndose al magistrado, le dijo: «Señoría, si me llevan a juicio otra vez, me gustaría tener un abogado de profesión, no de oficio…». La cuestión en estos tiempos de incertidumbre – debida a la Covid 19, los rebrotes, la  segunda ola y la perenne y dura crisis económica– es si tenemos los sufridos ciudadanos dirigentes aptos, adecuados o idóneos para solucionar los problemas que nos agobian. La pregunta fundamental es si están suficientemente cualificados nuestros políticos, es decir, si son de oficio o de profesión.

Nicolás Maquiavelo nos enseñó en El Príncipe que «si quien gobierna un Principado no reconoce los males hasta que los tiene encima, no es realmente sabio; y esta comprensión es accesible para pocos». En los meses de pandemia, antes e incluso ahora, nos ha faltado prudencia para encarar la crisis. Digo bien, no imprudencia sino prudencia: la capacidad de anticiparnos, de pensar sobre los riesgos posibles que ciertos acontecimientos conllevan, adecuando nuestra conducta para no recibir o producir perjuicios y daños innecesarios. La pandemia no es un cisne negro del que no se tuvieran noticias, y nuestros dirigentes en el gobierno o en la oposición, políticos de oficio al fin y al cabo, se olvidaron de que el camino del liderazgo –y para su ejercicio los elegimos– tiene que ver más con el ejemplo y la acción que con la palabra. No basta con presumir de ser líder o usar tal título sin hacer nada, y menos aún ante un desastre que ha puesto a la sociedad contra las cuerdas. Hay que tomar medidas, dar la talla, despertar esperanzas, aprendiendo lúcidamente de los errores para poder gestionar sin equivocarnos de nuevo. Eso es dirigir. Me temo que, aunque la pandemia nos enseñó muchas cosas, no hemos aprendido nada, y menos aún los dirigentes que tienen la obligación de resolvernos los problemas y no lo han hecho, aunque hayan contado, eso sí, con la inestimable ayuda de muchos ciudadanos desenmascarados e irresponsables.

«Aunque la pandemia nos enseñó muchas cosas, no hemos aprendido nada»

Emilio Lledó ha calificado sabiamente esta situación de inexperimentada porque nunca antes la habíamos padecido. Y es cierto, pero no lo es menos que, después de casi nueve meses de pandemia, nuestros dirigentes han tenido tiempo para tomar decisiones que minimicen los daños y aporten tranquilidad a la ciudadanía. No es y no ha sido así. Atrapados en la incertidumbre, nos afligimos amargamente por lo que pueda pasarnos, sin saber qué pueda ser o si será; si ocurrirá algo o nada, si habrá vacuna o se retrasará, si encontraremos remedio para el coronavirus o pasaremos todavía años sin las medicinas que nos curen de esta enfermedad sin principio ni fin. Y, definitivamente, con dirigentes que no saben lo que hacen y tampoco lo que dicen porque parece que han decidido esperar a verlas venir predicando que «hay que saber convivir con la enfermedad». El llamado desconfinamiento mental, en feliz expresión de Antonio Huertas, que tanto debería habernos ayudado a iniciar la recuperación, no parece afectar a nuestros políticos y dirigentes, y así nos va: hospitales otra vez llenos, colapso de la atención primaria, déficit notorio de profesionales sanitarios, UCIs casi repletas, ausencia de rastreadores, medidas contradictorias, absurdos piques territoriales y competenciales entre mandamases, egos estúpidos, políticos ineptos en todos los ámbitos, ausencia de diálogo, calamitosa situación económica y miedo, mucho miedo, que no se nos quita de encima. Las situaciones excepcionales requieren trabajar de consuno con soluciones extraordinarias y, si fuere necesario, heterodoxas en lo económico; sin contradictorias improvisaciones y con comunicación, buena comunicación, y medidas concretas de inmediata aplicación, no con retórica, involucrando a todos en el proyecto común, inyectando esperanza en la ciudadanía, tirando del carro y también aportando sosiego en tiempos de tribulación como los que ahora padecemos. Me temo que no se ha hecho nada o muy poco.

No sé si los políticos, cuando pase la pandemia –que pasará–, serán capaces de sacar pecho. Es posible que se atrevan y hasta que presuman con desvergüenza porque saben hacerlo muy bien, pero tomaremos nota. Será entonces el instante en el que se cumpla la profecía de Borges –«con el tiempo, mereceremos que no haya gobiernos»–, aunque no será fácil. Pero no olvidaremos ni el dolor ni el sufrimiento ni las muertes porque, como escribió Benedetti en un maravilloso haiku, «tras el desfile/ qué solitaria viene/ la muchedumbre».

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