Desigualdad

¿Entienden las epidemias de clases sociales?

Las epidemias no surgen de la nada: parten de unos contextos sociales y políticos concretos, y entenderlos es clave para analizar cómo afectan y cómo pueden solucionarse. ¿Quién está más expuesto a enfermar? ¿Quién es más vulnerable a sus consecuencias sociales? ¿Qué respuestas políticas sanitarias (y no sanitarias) tenemos para actuar? Javier Padilla y Pedro Gullón intentan responder en ‘Epidemiocracia: nadie está a salvo si todos no estamos a salvo’ (Capitán Swing).

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03
septiembre
2020

«La muerte nos iguala a todos»; ese dicho popular, casi transformado en un meme en nuestros días, se transportaba recientemente a la epidemia del coronavirus transformado en «el coronavirus no entiende de clases sociales»; esa frase negacionista del impacto de clase de la epidemia del coronavirus retumbaba de igual forma en las televisiones de los chalés de 200 metros cuadrados de las urbanizaciones de la periferia de las grandes ciudades y en las de los pisos de 30 metros cuadrados donde habitan seis personas en algún municipio del extrarradio obrero de esas mismas ciudades. Esa frase la escuchaba en la radio un consultor de Price Waterhouse Cooper mientras teletrabajaba desde su casa y una cajera del supermercado mientras cogía el transporte público de camino al trabajo.

Las epidemias y las pandemias raramente afectan a toda la población de la misma forma. Desde la peste negra, se conoce que las epidemias afectan más a las personas con más desventaja en el orden social. Además, sabemos que la salud no (solo) se juega en el sistema sanitario, que se juega en la calle, en los barrios, en el trabajo y en la política. Por supuesto, las condiciones políticas, económicas y sociales en las que vivimos nuestras vidas no son las mismas para todo el mundo, y esto provoca que existan desigualdades sociales en salud.

[…] Las situaciones de epidemia y, sobre todo, nuestra respuesta a ellas exacerba y saca a la luz situaciones de desigualdad de clase. Por ejemplo, un mapa interactivo de Barcelona muestra cómo los casos positivos de COVID-19 se ceban especialmente con los barrios más populares; la incidencia en Roquetes (Nou Barris) es hasta siete veces superior a la de Sant Gervasi-Galvany. A pesar de que estos datos deban ser tomados con cautela, se han encontrado en EE UU resultados similares sobre mayor incidencia de CO- VID-19 en barrios más desaventajados, en un estudio de Nancy Krieger y Jarvis Chen. Sin embargo, esta desigualdad no se trata de un proceso natural, biológico o genético: es la consecuencia de la estratificación social y las políticas económicas, sociales y sanitarias que se han llevado a cabo en los territorios. Por tanto, se trata de un fenómeno evitable, y es clave comentar algunos de los mecanismos por los que se pueden producir estas desigualdades por clase o posición socioeconómica en situación de epidemia.

Por un lado, las personas de diferentes clases tienen diferente exposición a las enfermedades infecciosas. Si asumimos que el contagio en las epidemias depende, en gran medida, de la cercanía de los infectados, las personas de barrios más vulnerables tienen más riesgo de sufrir contagio. El tamaño de los hogares, su calidad y las condiciones del barrio convierten el distanciamiento social requerido durante las epidemias en una cuestión de clase. Fuera del hogar, además, la posibilidad de aislarse socialmente cuando las recomendaciones son de trabajar en casa es menor: ¿qué tipo de trabajos son los que permiten teletrabajar? ¿Qué servicios son esenciales durante un confinamiento y qué personas lo sostienen? ¿Quiénes siguen llevando comida a domicilio? ¿Quién trae los paquetes de las compras on-line? Aparte de las posibles reflexiones sobre el valor del trabajo y el conflicto capital-vida, de nuevo esto es una respuesta de clase. El periódico The New York Times publicó una visualización de datos de teléfono móvil en la que mostraba que el transporte al trabajo se reducía antes y de forma más intensa en las personas de mayor nivel socioeconómico.

«Desde la peste negra, las epidemias afectan más a las personas con más desventaja en el orden social»

Por otro lado, no todo el mundo tiene la misma susceptibilidad a las epidemias. Las enfermedades infecciosas tienden a ser más letales en las personas que tienen enfermedades o condiciones previas que alteran la respuesta a la enfermedad (enfermedades respiratorias crónicas, la diabetes, el tabaquismo, la obesidad…). A menor nivel socioeconómico, menor es el acceso y la capacidad para usar sus recursos en bienes y servicios saludables. En un fenómeno global, todas esas condiciones atacan más a las clases más populares. De hecho, en España, según los datos de la Encuesta Nacional de Salud de 2017, la prevalencia (% de casos) de diabetes u obesidad se dobla entre las personas de clase ocupacional I (mánagers y empleados de alta cualificación) y VI (trabajadores sin cualificación específica).

Asimismo, hay que tener en cuenta diferencias en el acceso al sistema sanitario. A pesar de que vivimos en un sistema casi universal (en el acceso) en España, en algunos otros países con sistemas de salud más cercanos al mercado (como EE UU) el acceso a los test o a los tratamientos exacerba las diferencias por nivel socioeconómico, más aún cuando la posibilidad de acceso al sistema sanitario está marcada por la posibilidad de trabajar, y las situaciones de crisis epidémicas aumentan el número de personas sin empleo, sobre todo las que están en situación precaria. En España, aun a pesar del sistema cuasi-universal en el acceso, nos enfrentamos a diferentes barreras que marcan diferencias por posición socioeconómica en el uso del sistema sanitario durante una pandemia, tales como la discriminación de las personas menos privilegiadas o el precio de los tratamientos fuera del hospital. Asimismo, las situaciones de crisis, que ponen a prueba los límites de la capacidad del sistema sanitario, pueden tener como salida más hospitalocentrismo, tal y como ocurrió en Madrid durante la epidemia de COVID-19, donde más de la mitad de los centros de Atención Primaria, especialmente en las áreas rurales, cerraron para derivar profesionales a atención hospitalaria. La respuesta sanitaria a las crisis epidémicas también entiende de clases sociales, y el debilitamiento de la respuesta centrada en la Atención Primaria, la comunidad y la atención domiciliaria de las personas más vulnerables supone una acción regresiva y potencialmente generadora de mayores desigualdades.

Una vez instaurada una epidemia, también hay que señalar cómo afectan las medidas de control y mitigación en diferentes clases sociales (la capacidad de respuesta). Las pandemias del siglo XXI han instaurado las medidas de distanciamiento social como una de las medidas efectivas para luchar contra la propagación de los contagios. Como ya hemos comentado antes, esto tiene consecuencias en quién se ve expuesto y quién no en situaciones de confinamiento. Pero más allá de eso, también es una cuestión de clase quién sufre las consecuencias económicas más graves; las personas en situación más precaria son las que padecerán los efectos de la crisis económica debido a la parada de producción. De hecho, y como comentaba un editorial en la revista Lancet, hay que identificar bien y redefinir las situaciones de vulnerabilidad para dar una respuesta que no repercuta negativamente a las personas en situación de vulnerabilidad previa. Por ejemplo, el cierre de los colegios conlleva también el cierre de los comedores escolares, y la alternativa que se ofrece puede tener efectos perjudiciales para la salud de los niños que precisamente estaban en situación de más vulnerabilidad. Otros ejemplos son las personas sin hogar, olvidadas en principio por casi toda política pública, que son tratadas frecuentemente como un «foco de contagio» más que como seres humanos que tienen que vivir en la calle; o las personas con empleos informales, que es probable que se queden fuera de toda ayuda de los gobiernos para las personas que pierden su trabajo durante una crisis epidémica. Que esto se produzca es una decisión política que está más allá de la historia natural de la epidemia, y como tal, el rol de las políticas públicas como amplificadores de la vulnerabilidad y la desigualdad estructural previa debería ser un asunto fundamental sobre el que actuar desde las instituciones.


Este es un extracto del libro ‘Epidemiocracia: nadie está a salvo si todos no estamos a salvo‘ de Javier Padilla y Pedro Gullón (Capitán Swing).

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