Economía

Escuelas de negocios: ¿dónde quedó la ética?

Tras el estallido de la burbuja y el fin de la ‘cultura del pelotazo’, algunas escuelas y universidades reconocen su parte de responsabilidad por haber pecado de laxas con la cultura del dinero fácil o por haber menoscabado el valor de los mecanismos de control.

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09
marzo
2020

«La única responsabilidad social que tienen actualmente los empresarios es la de aumentar sus ganancias». No, no se trata de una airada acusación de un dirigente político contra la última ocurrencia del IBEX-35. Estas palabras las escribió, sin ningún atisbo de sarcasmo, el premio Nobel de Economía, Milton Friedman, en un artículo para The New York Times en el que exponía sus ideas acerca de cuál debía ser la dimensión ética de las organizaciones.

Pero entonces era otra época. Friedman, uno de los economistas más influyentes de los años 70 y 80, daba rienda suelta a su neoliberalismo en plena era Reagan y con Wall Street erigida en la Capilla Sixtina del triunfo profesional. Si bien hoy pocos se atreverían –por mucho que íntimamente alguno todavía lo piense– a enarbolar la bandera del culto a los beneficios con tanta relajación, Friedman y sus colegas de la Universidad de Chicago no dudaron en hacerlo durante las lecciones magistrales que impartían en la prestigiosa escuela de negocios Booth School of Business.

Luego llegó la crisis económica y financiera mundial de 2008, que dejó profundas heridas. Los analistas, tras culpar a los grandes (y quebrados) fondos de inversión, comenzaron a preguntarse de dónde habrían sacado los ejecutivos del país aquellas ideas tan dañinas basadas únicamente en la búsqueda de un beneficio económico. Con el tiempo, muchos llegaron a la conclusión de que las universidades y las escuelas de negocios tenían mucho que explicar al respecto.

Se critica a estas instituciones que abordasen las figuras financieras como instrumentos técnicos

Está claro que la codicia o las actuaciones fraudulentas nunca van a formar parte del programa de estudios de un MBA, pero sí podría decirse que, a finales del siglo pasado,  desde estas instituciones educativas se fomentaron entonces ciertas prácticas que de algún modo podrían haberlas alentado. Al fin y  al cabo, conceptos como apalancamiento, especulación, crecimiento ilimitado, plusvalía, offshore, ingeniería fiscal o hipotecas subprime no surgieron de la nada. La conocida como cultura del pelotazo –un plan de negocio donde lo importante es obtener el máximo número de beneficios en el menor tiempo posible sin importar si la calidad–o algunos referentes poco edificantes –solo hay que echar un vistazo a la lista de honoris causa de algunas universidades españolas durante los años antes de la crisis– completan el cuadro.

Una de las críticas más fundamentadas apunta a que desde muchos de estos centros académicos se abordó la enseñanza de las figuras financieras como meros instrumentos técnicos. Es decir, que se instruía en el funcionamiento de los mecanismos crediticios como quien enseña a un ingeniero a tensar el sistema de apuntalamiento de un dique: de una forma aséptica y científica, pero sin detenerse ni siquiera un instante a considerar las consecuencias que podría tener un uso indiscriminado en la vida de las personas.

Elena Herrero-Beaumont, consejera de la Fundación Compromiso y Transparencia, cree que «la ética corporativa ha sido tradicionalmente un componente secundario en los programas de las escuelas de negocios». Sin embargo, puntualiza, «la tendencia está cambiando y cada vez hay mayor interés por esta cuestión, que empieza a revelarse como primordial».

Ya a finales de aquel funesto 2008, 250 decanos de escuelas de negocios de todo el mundo se reunieron en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York, para empezar a definir un nuevo modelo de formación ejecutiva que ayudara a los líderes corporativos del futuro a incorporar la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) a sus modelos de gestión.  Desde entonces, las referencias a códigos éticos, transparencia, sostenibilidad, cumplimiento normativo, impacto social, liderazgo ejemplar o buen gobierno han ido paulatinamente tomando posiciones en los programas de las instituciones académicas. Algunas veces de manera transversal y no explicita; otras como asignatura con entidad propia.

Las referencias a códigos éticos han ido ganando terreno en las entidades académicas

Una corriente que, estima Herrero-Beaumont, es un reflejo de la desafección ciudadana al modelo clásico de negocio y a la gran campaña mundial en favor de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. «Asistimos a un cambio de paradigma. Los líderes son cada vez más sensibles a las demandas de la sociedad y las están incorporando a sus decisiones empresariales». ¿Cuál sería la mejor manera de trasladar esta realidad a las aulas? En opinión de esta experta, «diseñando buenos sistemas que contemplen el liderazgo ético y un enfoque ESG (factores medioambientales, sociales y de buen gobierno)».

Algunas escuelas y universidades incluso reconocen abiertamente su parte de responsabilidad por haber pecado de laxas con la cultura del dinero fácil o por haber menoscabado el valor de los mecanismos de control. El mejor acto de contrición que pueden hacer ahora es el de asegurarse de que sus actuales docentes les explican a los alumnos que operar en los mercados no puede ser como jugar al Monopoly, donde una mala tirada queda olvidada una vez se recogen el tablero y las fichas.

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