Cultura

Camille Paglia, la hereje del feminismo ortodoxo

Sus maneras impertinentes y su indómita reticencia a cualquier tipo de norma, canon o consigna hacen Camille Paglia una de las voces más insolentes que acampa en tierra de nadie: ella misma se define como «desagradable, estridente y molesta».

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17
marzo
2020

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Dos hechos renuevan la actualidad de Camille Paglia (Nueva York, 1947): la reedición por parte de la editorial Deusto, ampliada y revisada, de Sexual personae, su vademécum feminista de los noventa –título inspirado en la película de Bergman, Persona– y la cita de la portavoz del Partido Popular en Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, al proclamarse «feminista amazónica de la escuela de Camille Paglia». Pero ¿quién es y qué defiende esta profesora de la Facultad de Arte de Filadelfia, discípula de Harold Bloom y que detesta por igual a Lacan, Derrida y Foucault?

Incómoda, áspera, lenguaraz, descarada, atea, lesbiana… hereje entre las feministas ortodoxas, sus maneras impertinentes y su indómita reticencia a cualquier tipo de norma, canon o consigna hacen de ella, como en su día sucedió con Oriana Fallaci, una de las voces más insolentes que acampa en tierra de nadie: si la mayor parte de la intelectualidad de la izquierda no la acoge entre sus huestes, el pensamiento liberal, en principio más proclive a alguno de sus postulados, es incapaz de transigir con el grueso de los mismos, como el aborto, la prostitución –Paglia es partidaria de ambos– ni con su actitud libertina. No en vano, ella misma se define como «desagradable, estridente y molesta». Extrañas credenciales para ser ratificadas por uno mismo.

Ella misma se define como «desagradable, estridente y molesta»

De entre sus mentoras, con frecuencia nombra a Katherine Hepburn como ejemplo de mujer que hace de su capa un sayo, independiente, brillante y femenina, porque Paglia no renuncia a los cánones de belleza que, según una parte de las feministas, oprimen a la mujer. «La belleza es un valor humano eterno, no un truco inventado por un corrillo de publicistas», asegura al tiempo que no entiende «por qué a las feministas les cuesta tanto apreciar la belleza y el placer» calificándolos de «conspiración heterosexista de un puñado de hombres encerrados en una habitación para destruir el feminismo». Uno de los errores, a su juicio, del feminismo actual es «haber excluido la estética», tanto como haber renegado de Freud. «Sin que haya que consentirle todo, no se puede construir una teoría del sexo sin Freud, que es uno de los grandes analistas de la personalidad humana», afirma.

Entre sus postulados más irritantes para una gran parte del movimiento se encuentra aquel con el que acusa al feminismo de victimizar a la mujer, tratando de protegerla por medio de leyes frente a posibles agresores en vez de comprender que «el mundo sigue siendo una selva». «El precio de la libertad que pagan las mujeres hoy es su responsabilidad personal en cuanto a vigilancia y autodefensa. Las mujeres tienen que ser responsables de sus actos, sin culpar a los demás de sus problemas», sostiene contundente.

Contra la demonización del hombre que ella cree que traslucen ciertas corrientes feministas, Paglia reivindica el poder sexual de la mujer para doblegarlo y someterlo. Esta exaltación de la sexualidad femenina embiste el intento feminista por superar el cuerpo como elemento diferenciador, despojándolo de sexualidad alguna y criminalizando su venta, cosificación y explotación.

 Contra la demonización del hombre, Paglia reivindica el poder sexual de la mujer para doblegarlo y someterlo

A lo largo de sus casi ochocientas páginas, Sexual personae recorre la civilización occidental para restablecer el equilibrio entre los apolíneo y lo dionisiaco, legitimando prácticas poco dignas de nuestro actual sistema de valores bienpensantes como la agresividad, la pornografía, el sadismo o el vouyerismo, para llegar a conclusiones como que si no existe un equivalente femenino del alcance de Miguel Ángel no se debe tanto a que la mujer estuviera sometida y relegada hasta el extremo en prácticamente todas las esferas de la vida, como al hecho de que el hombre necesita «canalizar su desesperación y ansiedad», algo que las mujeres, en cambio y según ella, son capaces de controlar. «Los hombres tienen que demostrar constantemente su masculinidad, mientras que las mujeres son mujeres desde que les viene la menstruación», explica. «No hay un Mozart mujer, del mismo modo que tampoco hay un Jack el Destripador femenino». Palabra de Paglia.

Del sexo como yugo al capitalismo como senda de liberación, otra de sus incorrecciones es la defensa de las lavadoras como síntoma de la liberación de la mujer, –algo, que, además, hay que agradecérselo a ellos–. De la deriva del movimiento #MeToo al «estalinismo más absoluto, radicalmente incompatible con la democracia», a considerar «dañina y paternalista« la discriminación positiva, el arco intelectual de Paglia se tensa en todas direcciones. Ella es la auténtica amazona.

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