Opinión

Transformación digital y derechos humanos: una actualización necesaria

Antes de que sea tarde, el texto de 1948 necesita actualizarse para crear un nuevo marco que permita a la humanidad gobernar su propia creación: la tecnología.

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11
octubre
2019

Desde que la Asamblea General de la ONU aprobase la Declaración Universal de los Derechos Humanos –París, Resolución 217 A (III), de 10 de diciembre de 1948– hasta hoy, la humanidad ha cambiado en profundidad. En aquel momento, el mundo salía de un periodo que, en apenas 30 años, había sufrido dos guerras mundiales con más de 90 millones de muertos. Todos los países querían un nuevo orden para alcanzar la paz.

Hoy, más de 70 años después, han surgido nuevos desafíos globales. De entre todos ellos, junto con la crisis climática, el más disruptivo es la Revolución 4.0. Este cambio es tan profundo como lo fueron en su momento las revoluciones de la agricultura, de la imprenta o de la máquina de vapor. Por eso, como afirmaba José María Álvarez Pallete, presidente de Telefónica,  la digitalización «no es una época de cambio, es un cambio de época».

La Revolución 4.0 está impactando en todos los órdenes de la vida. En lo que respecta al proceso productivo, la industria 4.0 se caracteriza por la existencia de máquinas y sistemas interconectados de forma permanente. Tecnologías como la robótica, la inteligencia artificial (AI), el blockchain, el big data, el internet of things (IoT) o la impresión 3D, forman parte del ecosistema 4.0. Internet y los smartphones son vitales para un entorno de producción conectado. La captura de datos en tiempo real, la accesibilidad, el etiquetado de objetos y la tecnología cloud, permiten un flujo de datos sin fronteras como un aspecto vital de este nuevo ecosistema tecnológico.

El FMI predice que se perderán cinco millones de puestos de trabajo antes de 2020 por causas tecnológicas

El estudio Future of Jobs, del Foro Económico Mundial, predice que se perderán cinco millones de puestos de trabajo antes de 2020 a medida que la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología y otras tecnologías sustituyan la necesidad de trabajadores humanos. La buena noticia es que esos mismos avances tecnológicos también crearán 2,1 millones de nuevos puestos de trabajo en áreas más especializadas (informática, matemáticas, arquitectura e ingeniería). Sin embargo, es poco probable que los trabajadores manuales y administrativos que se encuentran sin trabajo tengan las habilidades necesarias para competir por los nuevos puestos.

La revolución digital tiene también el potencial de impactar en los derechos civiles, como los de pensamiento, conciencia, religión y libertades políticas, recogidos entre los artículos 18 a 21 de la vieja Declaración de 1948. No hay más que observar los casos Snowden (junio de 2013) y Cambridge Analytica (marzo de 2018) para comprobar este aspecto. El primero demostró que la agencia norteamericana NSA tenía acceso secreto a registros de millones de usuarios en Estados Unidos: Snowden puso en evidencia cómo un gobierno podía poner en peligro la privacidad y las libertades más básicas de ciudadanos de todo el mundo. El segundo caso dejaba al descubierto cómo una compañía privada podía influir en un proceso electoral, en este caso, el de Estados Unidos.

Mediante la explotación y venta de los datos personales de los usuarios de Facebook se ponía de manifiesto cómo los data brokers podían recopilar información y crear perfiles sobre los ciudadanos. Las empresas más ricas del mundo, Google, Apple, Facebook y Amazon, poseen la mayor cantidad de datos personales de millones de personas. Estas empresas tienen el control del nuevo petróleo: la información. Como platean varios investigadores en el artículo publicado en Scientific American Will Democracy Survive Big Data and Artificial Intelligence?, la transformación digital podría manipular los procesos democráticos de decisión política, dando lugar a una sociedad automatizada con tintes totalitarios.

Otro campo en el que la innovación tecnológica tiene un impacto claro es en la condición humana, ya sea haciendo uso de la biología sintética o de procesos cibernéticos. Es aquí donde se hace más patente la necesidad de elaborar un nuevo marco regulatorio a partir de la Declaración de 1948. Tal podría ser la capacidad de mejorar las capacidades de la persona que un visionario de la tecnología como Elon Musk ha afirmado que «urge regular la inteligencia artificial antes de que se convierta en un peligro para la humanidad». El científico Stephen Hawkins tenía la misma opinión.

Katja Grace, profesora de Oxford, estima que dentro de 120 años las máquinas automatizarán el trabajo elaborado hasta ahora por humanos

Esta posibilidad de transformación de las dimensiones del ser humano ha dado lugar a una nueva corriente cultural e intelectual, el Transhumanismo. Transhumanistas como  Nick Bostrom, cofundador junto a David Pearce de la Asociación Transhumanista Mundial –hoy, Humanity Plus–,  defienden la aplicación de la tecnología en la persona para superar los límites impuestos por nuestro patrimonio biológico y genético. Para Max More, filósofo transhumanista norteamericano, el ser humano actual es solo una fotografía fija de un proceso evolutivo que es posible corregir y reorientar. Usando la tecnología podemos llegar a transcender lo humano (de ahí la expresión trans), llegando a lo posthumano.

Con el uso de las nuevas tecnologías científicas podremos mejorar la salud, ampliar nuestras capacidades intelectuales y físicas y darnos un mayor control sobre nuestros propios estados de ánimo. Pero, para el resto de los pensadores humanistas, la educación y la cultura serían la mejor receta para mejorar la condición humana.

Como todos estos pensadores y científicos predicen, tal es el potencial de la tecnología que ya se habla del momento de la singularidad. Este acontecimiento se producirá cuando las máquinas, gracias a la inteligencia artificial, sean capaces de auto-mejorarse, creando una generación de computadores muy superiores a la inteligencia humana. En concreto Vernor Vinge estableció que la singularidad tecnológica llegaría en 2030. Raymond Kurzweil cree que será en el 2045. Y un estudio del equipo liderado por Katja Grace, profesora del Future of Humanity Institute de la Universidad de Oxford, estima que dentro de 120 años las máquinas automatizarán el trabajo elaborado hasta ahora por humanos.

Por último, y dentro del impacto de la tecnología en la condición humana, no podemos dejar de mencionar el CRISPR, una tecnología de biología sintética que suele resumirse como un corta y pega genético. Para su creador, el profesor Francisco Mojica, de la Universidad de Alicante, se trata de la herramienta de edición genómica «más eficaz, barata, específica y fácil de utilizar». Para él, sus «posibilidades son enormes y las sorpresas que quedan por delante son extraordinarias». El CRISPR permitirá desde el estudio de defectos genéticos hasta la curación de enfermedades neurodegenerativas y cáncer. Tanto se ha avanzado que ya se ha iniciado el primer ensayo clínico con CRISPR in vivo en pacientes.

La igualdad de todas las personas podría fracturarse con las nuevas formas de mejora de las características humanas

En esa línea reformista, nos parece destacable la denominada Declaración Deusto de Derechos Humanos en Entornos Digitales (noviembre de 2018). En ella se recogen los nuevos derechos inalienables para afrontar la Revolución 4.0. Son estos: derecho al olvido en internet, a la desconexión en internet, al «legado digital», a la protección de la integridad personal ante la tecnología, a la libertad de expresión en la red, la identidad personal digital, la privacidad en entornos tecnológicos, a la transparencia y responsabilidad en el uso de algoritmos, a disponer de una última instancia humana en las decisiones de sistemas expertos, a la igualdad de oportunidades en la economía digital, las garantías de los consumidores en el comercio digital, a la imparcialidad de la red y a que ésta sea segura. Esta es la situación ante la que nos encontramos hoy en día. Por ello, estamos firmemente convencidos de que, antes de que sea tarde, el texto de 1948 necesita actualizarse para crear un nuevo marco que permita a la humanidad gobernar su propia creación: la tecnología.

Aunque la transformación digital genera unas inmensas oportunidades para la humanidad, también puede traer consigo nuevas amenazas a los derechos humanos de una dimensión muy superior a lo vivido hasta ahora, lo que reclama la puesta en marcha de nuevas formas de medidas para proteger esos derechos. Además, en un mundo posthumano, cuanto mayor es la capacidad de desarrollar las capacidades tecnológicas, más importante será garantizar el derecho de igual acceso a las mismas oportunidades. Por ello, hay que subrayar de nuevo la dignidad universal de los seres humanos: la igualdad de todas las personas podría fracturarse con las nuevas formas de mejora de las características humanas, que podrían dar lugar a personas de segunda categoría, inferiores e imperfectas.

Por todo ello, hacemos, humildemente, un llamamiento al Gobierno Español a iniciar el proceso en el marco de las Naciones Unidas que culmine en una actualización y puesta al día de la Declaración de 1948, aprovechando el conocimiento acumulado ya en nuestro país en esta materia.


Alberto Andreu Pinillos es profesor asociado y director ejecutivo del Máster de Dirección de Personas de la Universidad de Navarra. Joaquín Fernández Mateo es profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos.

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