Soluciones frente al turismo de masas
El año pasado, más de mil millones de personas viajaron a otro país en vacaciones. Las ciudades más visitadas toman medidas urgentes y extremas ante la avalancha: desde poner tornos en la calle hasta prohibir el uso del palo ‘selfie’.
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Tres escenas separadas en el tiempo y el espacio, pero que tienen mucho que ver entre ellas. El 8 de agosto de 2017, una ola de calor a la que se llamó, con tino, «Lucifer», arrasaba Europa. El sofoco no solo era térmico: también afectaba a los ánimos de la población de Barcelona. Nuestro país marcaba un récord histórico de visitas, más de 75 millones de turistas, de los que una porción significativa se concentraba en la capital catalana. El ala juvenil de la CUP fue filmada por una cámara de seguridad mientras rasgaba neumáticos de las bicicletas de una empresa de alquiler y de un autobús turístico. Sin duda, aquellas acciones fueron extremas y desafortunadas, pero no hacían sino reflejar una realidad preocupante, resumida en un reciente neologismo: la turismofobia, como reacción a la llegada masiva de visitantes a nuestro país.
22 de mayo de 2018. Al norte de Inglaterra se encuentra la Muralla de Adriano, una construcción defensiva levantada por los romanos en la isla de Britania para contener los ataques de las tribus de los pictos, procedentes de la actual Escocia. Lo que no lograron las embestidas de los bárbaros, ni los casi 2.000 años de historia del muro, lo están consiguiendo los turistas: los habitantes de la zona denunciaron a los medios que las piedras que lo componen se están desprendiendo en varios tramos porque los visitantes se suben para hacerse selfies. El hecho de que allí se rodaran algunas escenas de Juego de tronos ha convertido a la histórica muralla en un foco de turismo masivo.
Venecia, con apenas 50.000 residentes, recibe más de 30 millones de visitas cada año
23 de mayo de 2019. Una imagen de la policía expulsando a Banksy de una calle de Venecia recorre medio mundo. El artista callejero, con la cara convenientemente tapada para seguir preservando su identidad, había plagado las fachadas con pinturas inspiradas en las del paisajista Canaletto en el siglo XVIII, solo que con motivos menos hedonistas: un niño inmigrante que envía una señal de socorro junto a enormes cruceros que, a modo de góndolas monstruosas, atraviesan los canales. El irreverente Banksy se había colado en la Bienal de Venecia para denunciar el turismo masivo que cada año hunde un poco más (literalmente) la ciudad italiana, declarada Patrimonio de la Humanidad.
El año pasado se llegó, por primera vez, a los 1.400 millones de desplazamientos internacionales por vacaciones, según la Organización Mundial del Turismo. Doscientos millones más que en 2016. El turismo crece como una hidra, azuzado por nuevas realidades de este siglo: la multiplicación de la población mundial, el abaratamiento de los transportes y servicios, y el aumento del poder adquisitivo. Una suerte de democratización viajera que amenaza con la práctica saturnal de devorar al propio turismo. Hace tan solo un año, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, declaraba en rueda de prensa que «la masificación de visitas va a perjudicar a los propios visitantes». Una frase que resume a la perfección la situación de insostenibilidad turística a la que nos enfrentamos.
Esto ha provocado la proliferación de medidas urgentes en numerosos focos vacacionales, denominadas técnicamente «de descarga». Son fórmulas inmediatas para descongestionar zonas arrolladas por el turismo en las que se desnaturaliza el día a día de sus habitantes, e incluso se pone en peligro su propia integridad física y la del medio ambiente. Limitar el acceso a determinados lugares con barreras físicas u otras figuradas como aumentar el precio de las entradas son algunas de ellas. Pedro Bravo, periodista y autor del libro Exceso de equipaje, en el que repasa las consecuencias y el origen de un turismo desbocado, recela de algunas de estas medidas: por ejemplo, la reciente instalación de tornos para controlar los accesos al centro de Venecia, ubicados en plaza de Roma y en el puente de los Descalzos. Una fórmula de contingencia en una ciudad de apenas 50.000 residentes que recibe más de 30 millones de visitas cada año: cuando la afluencia diaria es inasumible, los tornos se cierran. «Es una idea de bombero», opina Bravo, «un parche que no soluciona un problema mucho mayor, que habría que atacar de raíz: por ejemplo, limitando los turnos de aterrizaje de los aviones en el aeropuerto, o de los cruceros en el puerto». El autor añade: «En un destino continental es mucho más complicado restringir los accesos por carretera, pero en Venecia, los dos focos de llegada, por aire o por mar, están mucho más localizados».
Holanda ha dejado de promocionarse como destino vacacional, sobre todo en lo relativo a sus principales atracciones turísticas
Hay otras soluciones menos radicales, como la decisión del Ayuntamiento de Ámsterdam de limitar ciertos negocios turísticos en el centro, tal es el caso del alquiler de bicicletas. También ha lanzado una aplicación de móvil que realiza un seguimiento del tiempo de espera en las principales atracciones turísticas y envía notificaciones automáticas a los usuarios advirtiendo de largas colas y sugiriendo alternativas. En un sentido más amplio, Holanda ha dejado de promocionarse internacionalmente como destino. «Son medidas que pierden eficacia si, al mismo tiempo, Ámsterdam está ampliando su aeropuerto para aumentar su capacidad y el número de aterrizajes», considera Bravo. Y pone otro ejemplo de contradicción: «El plan de Ada Colau en Barcelona para contener la afluencia de foráneos, como la moratoria de los hoteles o el control de los pisos turísticos, es acertado, pero al mismo tiempo están ampliando las instalaciones de la Fira, y no debemos olvidar que los congresos y eventos también se consideran turismo».
Existen medidas de largo recorrido para descongestionar los focos de afluencia. El Ayuntamiento de Madrid, una ciudad que batió récords en 2018 con la llegada de 10,2 millones de turistas, lleva tiempo organizando eventos culturales y de ocio gratuitos y abiertos al público en zonas alejadas del centro. «A diferencia de otras capitales, aquí el turismo se concentra casi exclusivamente en un solo foco, la almendra de la ciudad», explica al teléfono José Manuel Calvo del Olmo, ex delegado del Área de Gobierno de Desarrollo Urbano Sostenible del Consistorio capitalino. «El objetivo es diversificar el turismo, descentralizarlo y descongestionarlo, dando a conocer otras zonas atractivas para el visitante en otros distritos».
En este mismo sentido, la ciudad holandesa de Róterdam ha optado por una fórmula colaborativa: por medio de crowdfunding promovido entre sus ciudadanos, se ha construido un puente peatonal que comunica el centro con los barrios periféricos del norte. Fue levantado con tablones de madera sellados con los nombres de los donantes.
Existen otras medidas más inmediatas y llamativas. En Roma se prohíbe a los turistas comer cerca de las fuentes y monumentos para evitar las paradas demasiado largas, y en Milán incluso se multa a quienes usen un palo selfie en ante los canales del barrio de los Navigli durante los meses de verano.
Por medio de ‘crowdfunding’, Róterdam ha construido un puente peatonal que comunica el centro con los barrios periféricos
En la croata Dubrovnik, otra ciudad donde los cruceros descargan miles de turistas cada día, el alcalde ha introducido cámaras para monitorizar la cantidad de visitantes en su casco antiguo (que figura en la lista de la Unesco), para que el flujo de personas que ingresan pueda disminuir, o incluso detenerse, una vez que se alcanza un cierto número. Y en la isla Hvar se han intensificado las multas ante comportamientos de turistas que puedan resultar «molestos para la población».
Aumentar los precios, ¿aumentar la desigualdad?
Atacar el bolsillo del turista como medida disuasoria es una práctica cada vez más extendida que, según Bravo, «puede llevar a situaciones de desigualdad según el poder adquisitivo». El Ayuntamiento de París va a sufragar las obras de mejora de la Torre Eiffel con un aumento en el precio de las entradas. También en el Panteón de Roma, uno de los monumentos mejor conservados del mundo antiguo que atrae a siete millones de turistas cada año, se ha empezado a cobrar por primera vez a quienes lo visitan. Y el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos está considerando la opción de duplicar las tarifas de acceso para costear su mantenimiento.
Las medidas de descarga son variadas, pero en ningún caso parten de una visión holística del problema, como alerta la propia OMT: «Son positivos algunos métodos para gestionar las multitudes en destinos, como alentar a los turistas a visitar más allá de los lugares de interés principales, reducir la estacionalidad y, lo que es más importante, atender las necesidades de la comunidad local». Pero zanja: «El foco no debería ser, simplemente, detener a visitantes que llegan, sino un plan global para fomentar el turismo sostenible».
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