Bolsonaro, una termita en la Amazonia
Desde el inicio del Gobierno del actual presidente brasileño, la desforestación amazónica ha alcanzado niveles alarmantes. Los expertos señalan a sus políticas anti-ambientales como impulsoras de la tala indiscriminada de árboles que ponen en peligro el futuro del pulmón del planeta.
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Desde tiempos inmemoriales, la Amazonia ha sido considerada «el pulmón del planeta»: un órgano de seis millones de kilómetros cuadrados que extiende su exótica biodiversidad por áreas de nueve países diferentes. Se trata de la mayor selva tropical del mundo, pero también de una de las más debilitadas. ¿Su enfermedad? La deforestación, un problema que ha acabado ya con cerca de un millón de kilómetros cuadrados de masa forestal. Y las cifras van en aumento.
Solo en en el último mes, el Instituto Brasileño de Investigación Espacial (INPE) ha registrado una pérdida de 739 kilómetros cuadrados, lo que supone un aumento de 550 respecto al mismo mes del año anterior. En cuanto al motivo, la institución apunta directamente al Gobierno del presidente Jair Bolsonaro quien, con sus políticas, habría alentado a los madereros a aumentar la tala de árboles.
El Instituto Brasileño de Investigación Espacial (INPE) ha registrado una deforestación de 739 km2
Si algo ha estado en el ojo del huracán político desde la constitución de la nueva Administración brasileña ha sido la gestión de la Amazonia. A inicios del 2019, Brasil vio como su nombre se sumaba al de la lista de potencias vencidas por el nacionalismo. Con un 55,54% de los votos, el exmilitar ultraderechista Jair Bolsonaro asumía el cargo de presidente del país gracias a un polémico programa electoral que le mereció calificaciones de homófobo, racista y machista. Entre las promesas estrellas del entonces candidato brasileño destacan la liberalización de armas, el endurecimiento de las políticas migratorias y la prohibición del aborto. Sin olvidar la propuesta que reza: «Ni un milímetro más de tierras indígenas» .
Esta última medida, que pretende paralizar y revocar las concesiones de tierra a los más de un millón de indígenas que viven en el país, según la ONG Survival, ha hecho saltar todas las alarmas. Pocos días después de jurar su cargo, Bolsonaro firmó un decreto por el que otorgaba al Ministerio de Agricultura el poder de delimitar las reservas indígenas, hasta el momento competencia de la Agencia para los Asuntos Indígenas Funai. Así, la división administrativa se convertía en responsable de gestionar los intereses de la industria agrícola y los de los pueblos indígenas, lo que supone un peligroso cóctel para la supervivencia de la selva. Asimismo, durante los cinco meses que lleva en el cargo, Bolsonaro –que en repetidas ocasiones se ha mostrado escéptico sobre la lucha contra el cambio climático– ha desmantelado las agencias de conservación de la Amazonia y ha recortado el presupuesto de fiscalización verde. Sin ir más lejos, hace apenas unas semanas el presidente brasileño dirigió su arsenal antiambiental hacia el Fondo Amazonia, una plataforma que desde hace una década financia proyectos para frenar la deforestación de la región.
El ministro de Medio Ambiente ha pedido reformar el Fondo Amazonia para la lucha contra la deforestación
Fue Ricardo Salles –ministro de Medio Ambiente rencientemente condenado por la justicia brasileña por falsear un plan ambiental cuando era secretario regional–, quien denunció que había «inconsistencias en algunos proyectos del Fondo» e instó a Noruega y Alemania, principales inversores, a cambiar las pautas generales del organismo. Expertos en medio ambiente, entre ellos ocho de los exministros del área que ha tenido Brasil desde el fin de la dictadura, han advertido que el plan del Gobierno actual de abrir las tierras indígenas a la actividad comercial no solo tendría efectos devastadores en el futuro del planeta, sino que destruiría la cultura e idiomas nativos de las tribus.
Aunque diversas ONG señalan que, desde 1090, la Amazonia brasileña ha sido víctima de un 20% de deforestación en interés a la expansión de terrenos de pasto y a la plantación de soja (principal exportación del país), el aumento de la tala y quema indiscriminada de árboles. Estos factores, unidos al creciente calentamiento global, podrían tener consecuencias inmediatas en la región, que ya ha sufrido tres de las sequías más intensas del siglo.
¿Y qué pasará ahora? La pregunta clave es si las administraciones y entidades internacionales comprometidas con la preservación del medio ambiente y la identidad cultural lograrán frenar esta amenaza o si, por el contrario, el Gobierno de Bolsonaro terminará por dinamitar la bioreserva más grande del mundo, convirtiéndose en una de las termitas más peligrosas de la historia de la Amazonia.
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