Cultura

El silencio de Scorsese

«La película ‘Silencio’, con una intensidad dramática extraordinaria, nos enfrenta con los interrogantes de la Fe, con la duda, la debilidad y las contradicciones de la libertad humana», escribe el abogado Luis Suárez Mariño.

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31
enero
2019

«El arte resiste y, cuando todo vuelve a su cauce, sigue allí, todavía en pie, todavía presente, al margen de las influencias y las modas populares. El arte con mayúsculas funciona al margen de contexto. La obra se mantiene por sí misma, sigue siendo el presente, y en última instancia, también la necesidad de crear obra nueva en respuesta a eso». Esas palabras fueron pronunciadas por el cineasta norteamericano Martin Scorsese al recoger el premio Princesa de Asturias de las Artes, donde reflexionó sobre la función del arte en la sociedad.

Durante la semana de los premios, la fábrica de armas de La Vega, en Oviedo, se convirtió en un gran centro cultural donde se desarrollaron más de treinta actividades que tuvieron por eje central la obra y el legado del director, a quien tuvimos la oportunidad de conocer más de cerca.

«La búsqueda de la revelación y de la libertad es lo que ha hecho Scorsese a lo largo de su carrera»

Scorsese llamó la atención sobre la vital importancia de «mantener el arte en un lugar de honor y estima en nuestra cultura; siendo aún más importante –subrayó– respetar la libertad de elección, pensamiento y acción que conduce a la creación del arte. Ahí es donde comienza la verdadera lucha: la lucha por el espíritu». Y rememorando a Don Quijote –añadió–: «Por supuesto, él luchó contra los molinos de viento. Se ha dicho que los molinos de viento pueden haber representado la tecnología de su época. Así que, para preservar el espíritu, luchó contra esa tecnología. Y con esa imagen en mente, una de las grandes y duraderas imágenes de nuestra civilización, podemos encontrar la manera de conquistar nuestra propia tecnología para que los artistas puedan usarla en lugar de que suceda al contrario, donde la tecnología utiliza al artista».

Para Scorsese, la libertad –y la cultura y el arte como sus manifestaciones más elevadas– nos acercan a la revelación. Precisamente en nombre de la libertad y de la revelación Scorsese aceptó el premio, como expresamente reconoció, al término de su discurso. «La libertad de encontrar la tranquilidad y el enfoque para no dejarse llevar por todas esas categorías absurdas actuales, o por los juicios triviales, los sistemas de calificación y los pronunciamientos de moda, para poder llegar a ver todo el camino que conduce a la revelación de lo que no se puede nombrar, sino solo sentir y –para aquellos de nosotros que encontramos la gracia– expresar a través del arte».

Precisamente esa búsqueda de la revelación y de la libertad es lo que ha hecho Scorsese a lo largo de su carrera, cada vez con más sabiduría y con menos ataduras, hasta su última obra de arte Silencio. En la entrevista que mantuvo durante esos memorables días con Isabel Coixet, el director reconoció: «Cuando terminé Hugo pensé que la única película que quería hacer verdaderamente era Silencio, pero no veía que eso fuera a ser posible. Y no pensé que la industria que estaba y está cambiando a una velocidad increíble estuviera interesada». Desde luego Silencio resulta ser, al menos para mí, una película extraordinaria que vi y escuché como una revelación compartida. La película desnuda –creo- la fe en la duda del propio Scorsese, y lo hace a partir de la novela del mismo título del japonés Shūsaku Endō, que recibió el premio Tanizaki.

«La película desnuda la fe en la duda del propio cineasta»

En el siglo XVII, dos jesuitas deciden afrontar el riesgo de ir al rescate del padre Ferreira –una figura histórica, que apostató después de ser torturado y más tarde se casó con una japonesa y escribió un tratado contra el cristianismo– del que corren rumores de que abandonó la Fe. La película muestra la llegada de los dos jóvenes sacerdotes, de su ocultación ante la represión que sufren los cristianos en la isla asiática y del consuelo que llevan a los creyentes ocultos. También refleja su traición –fiel reflejo de la que sufrió Jesús por manos de Judas–, la tortura ejercida por el inquisidor, en sus propios cuerpos y más duramente en el del pueblo que les acogió, sus dudas ante el silencio desesperante, la no respuesta a sus oraciones. De la misma forma, se recogen la apostasía y su vida, vulgar y socialmente acorde con el budismo, hasta la muerte, con una escena final de una belleza y sincretismo magistral.

Scorsese en todo momento juega con la sutil línea que separa la fe de la razón, la alegría del dolor, la libertad del determinismo, la vida de la muerte, el silencio del ruido… Haciéndolo con una mirada a veces compasiva y a veces cruel, pero siempre bella. La película no deja indiferente, sobre todo a quien, como Scorsese, mantiene su fe en la duda. La película, con una intensidad dramática extraordinaria, y una gran fuerza expresiva, nos enfrenta con los interrogantes de la Fe, con la duda, la debilidad y las contradicciones de la libertad humana, a través de la belleza de sus imágenes y de una música perturbadora. La respuesta a todas estas cuestiones solo se encuentra en el silencio, precisamente algo muy difícil de conseguir en esta sociedad, tan llena de ruido vacuo y estéril.

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