Opinión

Nueve miradas a la Constitución de 1978

La Constitución española cumple 40 años. Juan Luis Cebrián, Adela Cortina, Pablo Simón, Yolanda Gómez, Félix de Azúa, Carolina Bescansa, Antonio Garrigues Walker, Cristina Monge y Rosa Martínez comparten con Ethic sus reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de la Carta Magna.

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05
diciembre
2018

España celebra 40 años de la aprobación de la Constitución de 1978. De acuerdo con el barómetro del CIS de septiembre, casi el 70% de los ciudadanos está a favor de iniciar un proceso de reforma. Dentro de este grupo, uno de cada dos quiere que se lleve a cabo un cambio importante, mientras que el 33,2% se inclina por pequeños retoques. Los jóvenes entre 18 y 24 años se sitúan como los más reformistas, ya que el 17,8% apuesta por una revisión casi total del texto de 1978.

Más allá de los datos estadísticos, lo cierto es que nuestro país ha sufrido una gran transformación en estos 40 años y, en la actualidad, España se enfrenta a importantes desafíos, como el procés, y a nuevas demandas sociales, como la feminista y la medioambiental. Políticos, periodistas, politólogos y catedráticos comparten con Ethic sus reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de la Carta Magna.


Juan Luis Cebrián

Periodista, académico y expresidente del Grupo Prisa

«El Estado de las Autonomías es lo más confuso de la Constitución»

La Constitución supuso el final de la dictadura y la reconciliación entre los españoles, los vencedores y los vencidos en la Guerra Civil. Esto es algo que las nuevas generaciones no perciben bien, pero la Transición se hizo por las dos partes. Fue un proceso de reconciliación nacional. La Guerra Civil fue un trauma histórico para este país y para Europa en general, y para la generación de quienes no hicimos la guerra, pero nacimos inmediatamente después. Es cierto que en estos 40 años ha habido muchos errores y fracasos, pero yo me quedaría con que lo peor ha sido el olvido por parte de las generaciones jóvenes de ese proceso de reconciliación. No se puede entender cuál es la arquitectura política del país sin comprender que aquello fue un proceso de pacificación de un conflicto que, psicológicamente, había durado cuatro décadas, porque los que no participamos teníamos una constante propaganda en los medios. Conocíamos la guerra tanto o más que quienes participaron en ella; la dictadura se encargó de ello: de mantener viva la memoria de la guerra como una forma de subsistencia del propio dictador.

¿Respecto a si creo que el modelo del 78 está agotado? Creo que es un modelo de democracia liberal clásico, tampoco es un invento muy especial. Donde más innovación hubo, y debemos tener en cuenta que es una de las últimas constituciones democráticas, fue en el Estado de las Autonomías. Se hizo así por no crear un Estado federal, ya que aquello era de la República y estaba reinstaurándose una monarquía. Y al margen de eso, para no soliviantar al Ejército.

Volviendo a los jóvenes, creo que no se hacen una idea de lo que era el Ejército en los años setenta y ochenta. Los intentos de golpe de Estado que se dieron respondían a una configuración del Ejército muy concreta. Y la idea de un federalismo no era bien recibida por los militares. Y tal vez eso, el Estado de las Autonomías, es lo más confuso de la Constitución. Pero, por lo demás, es una constitución democrática como cualquier otra, y funciona bastante bien.


Adela Cortina

Catedrática de Ética en la Universidad de Valencia

«Fue el inicio de una ética común a todos los españoles»

Antes de la Constitución de 1978, los estudios de los márgenes de la ética y la filosofía estaban dominados, por una parte, por los positivistas de estricta observancia, que decían que la única racionalidad posible era la científica. Por otra parte, estaban los marxistas fundamentalistas, que asociaban todo lo que se saliera de sus fundamentos con la pequeña burguesía. Y tercero, los escolásticos de manual, que por supuesto no habían leído la obra de los clásicos y estaban encerrados en sus manuales. Era un ambiente poco prometedor para la ética.

Por eso con la Constitución se produjo algo muy importante, el paso de una sociedad franquista a una democrática, que produjo una situación de gran interrogante: ¿qué pasaría en el cambio de la transición democrática a una sociedad en la que la ética preponderante no iba a ser la que imponía el nacionalcatolicismo, sino una ética común? Mucha gente decía que eso no era posible, pero hoy sí podemos hablar, al fin, aunque con matices, de una ética comúnmente aceptada por todos.


Pablo Simón

Politólogo y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid

«Si la Constitución no se reforma, terminará perdiendo capacidad»

Esta Constitución es un logro histórico por dos razones fundamentales: es la primera vez en 200 años que tenemos una Constitución normativa, es decir, una de la cual se desprende todo el ordenamiento legal liberal-democrático asimilable al resto de países de nuestro entorno. Además, no persigue un programa ideológico concreto, sino que es lo suficientemente abierta y flexible para que todos los actores se sientan cómodos y, por lo tanto, pueda haber este marco de competencia democrática y electoral. El balance general de estos 40 años es, sin duda, bastante positivo, entendiendo, eso sí, que se hizo en unas circunstancias muy complejas en las que hubo bastante tensión tanto social como política.

La Constitución española no tiene una rigidez para su modificación muy superior a la de otros países democráticos, a pesar de lo cual en España solo se han hecho dos modificaciones. Esto hace que exista una creciente desafección hacia la Constitución que, además, tiene un importante sesgo generacional. Si miras los datos más recientes del CIS, mientras que el 40% de los mayores de 65 años quieren reforma, entre los menores de 35 años el porcentaje sube al 65%. Eso ya indica que esta Constitución está empezando a sufrir una fatiga de materiales porque viene de un momento político concreto, no se han ido adaptando sus instituciones al funcionamiento y las nuevas demandas sociales y, si no se reforma,  terminará perdiendo capacidad.

¿Cómo creo que se deben hacer las reformas? Con normalidad y sin impugnaciones a la totalidad. Creo que el consenso entre los partidos políticos está lejos, pero es el punto de llegada, no de partida. Es decir, todos tienen posiciones diferentes sobre este tema, es normal, pero hay que empezar a dialogar sobre ello porque hay varias modificaciones importantes. Por ejemplo, la del título octavo, por lo que toca a la clarificación el modelo competencial y del desarrollo autonómico. También soy partidario de quitar cosas de la Constitución que ya no sirven, como las vías de acceso a la autonomía, porque ya están formadas.

En el caso de que fuéramos a una reforma a mayores, podríamos empezar a hablar de la forma de Estado y, sobre todo, sobre los derechos que queremos constitucionalizar. Es decir, si creemos que es relevante o no incorporar nuevos derechos en la Constitución. En cualquier caso, yo creo que una reforma constitucional no va a solucionar los grandes problemas que tenemos en el país, pero sí puede permitir que los políticos tengan más instrumentos, mediante leyes orgánicas, para alterar algunas cuestiones que pueden ser relevantes.


Yolanda Gómez

Directora del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales

«El régimen del 78 y el texto constitucional no están agotados»

La Constitución de 1978 es la mejor de las que ha tenido España. Gana en derechos democráticos a todas las demás porque se redacta a finales del siglo XX y, por tanto, es heredera de los textos de su área y su tiempo como la Constitución alemana, italiana, portuguesa, etc. Además, no solo ha sido la más larga, sino también la que ha tenido la vigencia jurídica más plena. Durante estos 40 años, la sociedad española se ha transformado en todos los sentidos, incluso, a pesar de los avatares que ha tenido el país. Yo logré votar la Constitución, por poco, en el 78, y como tengo recuerdos de la sociedad anterior, soy capaz de ver las transformaciones que han sido posibles gracias a ella.

En el presente, la Constitución de 1978 sigue valiendo. Creo que el régimen del 78 y el texto constitucional no están agotados. Podrían seguir, y seguirán, rigiendo la vida de los españoles, pero tampoco descarto la posibilidad de que se hagan reformas y de que se mejoren algunos aspectos, bien porque ya no se pudo hacer más entonces, o bien porque han cambiado circunstancias sociales, políticas y económicas y conviene introducir esos aspectos en la Constitución, siempre con el necesario consenso.

Ahora bien, me inclino más a que se hagan reformas concretas y sucesivas a que se abra un período de reforma constitucional en el que prácticamente todo el texto se reabriera y reformulara. En este sentido, creo que no se puede hacer ninguna reforma constitucional que no cuente no solo con una mayoría parlamentaria, sino también con una mayoría social. La ciudadanía tiene que identificarse con la que se haga.

Si se abriera un proceso de reforma, sería ineludible tocar algunos derechos de los que aparecen en el Título I de la Constitución, para que lo que ahora son principios de política social y económica, como el derecho a la salud o a la vivienda, pasaran a ser derechos fundamentales con todas sus garantías. La segunda cosa importante en materia de derechos fundamentales sería modificar el artículo 14, el de la igualdad, porque la redacción, aun habiendo sido útil para la redacción de la Ley de Igualdad, debe ser mejorada. También hay que abordar la eliminación de la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión a la Corona: no plantearía una reforma de la monarquía en ningún sentido, pero sí eliminaría la desigualdad entre el hombre y la mujer.

La formación de los órganos constitucionales como el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial es otro aspecto sujeto a transformación. Aquí habría que tocar específicamente el artículo 99, porque ya se ha visto que, cuando hay elecciones y no hay una mayoría muy clara, tal y como está planteado el artículo y con los plazos que establece, se producen disfuncionalidades, como ocurrió en las Generales de 2015.

Por último, me parece inevitable abordar la situación del Estado descentralizado. Aquí sería más complejo emprender una reforma, porque es donde el consenso me parece más difícil. Este asunto es el que, además, seguramente lastrará el no hacer otras reformas.


Félix de Azúa

Escritor y miembro de la Real Academia Española

«Supone la instauración de la civilización en España»

Hay cada vez más gente que pone en duda la Transición y, por ende, la Constitución. Y, o bien son extraordinariamente ignorantes, en caso de que sean mayores, o, si son jóvenes, son perfectamente estúpidos. Basta mirar un poco lo que ha sido este país para darse cuenta de que las décadas tras la Transición han sido el único periodo en los últimos tres siglos en el que se puede vivir en España con cierta tranquilidad.

Desde Carlos IV, este país es un desastre. Una catástrofe. Y de repente, por puro milagro, en el año 78 empieza a forjarse eso que llamamos la Transición. No son una Transición y Constitución como tal, sino la instauración de la civilización en España. España no era antes un país civilizado, sino un país domesticado. Ahora, podría llegar a ser civilizado, pero todavía no lo es. Por el momento, ya tenemos una España liberal, ilustrada y laica, que no es poco.


Carolina Bescansa

Diputada de Unidos Podemos

«La Constitución tiene que garantizar una inversión pública mínima»

La Constitución del 78 es la columna vertebral de la democracia y ha cumplido un papel trascendental en la consolidación democrática de España. Dicho esto, es imprescindible proceder a su reforma. La Constitución española es la menos reformada de Europa y, por tanto, la menos adaptada a los problemas de una sociedad que, 40 años después, es muy distinta a la de la década de los 70.

Creo que hay que reformar la Constitución del 78 en cinco aspectos fundamentales. Tenemos que asegurar una inversión mínima en el ámbito de lo social. La Constitución tiene que garantizar un porcentaje de inversión pública mínimo en educación, en sanidad y en servicios sociales. Además, tiene que asegurar la transición energética y la sostenibilidad del modelo productivo español. En tercer lugar, hay que hacer una reforma que garantice la transformación del modelo productivo español.

Asimismo, es importante que la Constitución garantice la igualdad del voto. Actualmente, el voto de algunas personas, dependiendo de dónde vivan, vale casi la mitad que el de otras. Y, por último, la Constitución tiene que ser capaz de construir una nueva estructura territorial de España que sirva para resolver los problemas que enfrentamos en este ámbito.


Antonio Garrigues Walker

Presidente de honor del Despacho de Abogados Garrigues

«La Constitución tiene un grado de flexibilidad que permite resolver todos los debates»

En España se ha dado mucha importancia, que la tiene, a la transición política y al papel de los políticos, pero la ciudadanía en su conjunto cumplió un papel tremendo: los empresarios, los sindicatos, los intelectuales, las mujeres… Se han producido una serie de transiciones tremendas, hasta en el mundo religioso. No se puede hacer mejor una transición sindical, una transición democrática, económica y sociológica. Realmente es una maravilla.

En aquel entonces, España tenía dos temas pendientes: integrarse en Europa y restablecer la democracia. Temas tan importantes que generaban un cierto idealismo que empujaba a la gente a hacer cosas admirables sin buscar ninguna rentabilidad propia, sino lograr un esfuerzo colectivo. Eso derivó en una Constitución que sirve para todo, que está muy bien redactada y que tiene un grado de flexibilidad en el terreno económico, cultural, etc., que permite resolver todos los debates o tensiones que surjan. Es una Constitución liberal.

Respecto a su reforma -por ejemplo, para solucionar el problema de Cataluña-, creo que modificarla para ir hacia un modelo más federal o menos federal a lo mejor sí soluciona algo, pero hay que dialogar antes de meterse en reformas. La democracia es diálogo y, cuando ya no hay nada más de lo que dialogar, hay que seguir hablando.


Cristina Monge

Politóloga y directora de Conversaciones de Ecodes

«Un medio ambiente sano tiene que ser un derecho fundamental»

La Constitución fue el punto que llevó a un proceso de Transición que nos permitió pasar de una dictadura a una democracia y que nos ha posibilitado tener 40 años de paz, prosperidad y democracia. Su valor es innegable. Ahora bien, esa transición, y por tanto esa posibilidad, por el momento histórico en el que se llevó a cabo, dejó cuestiones sin resolver. Probablemente porque en esa época no se podía y también porque en estos años han surgido cuestiones nuevas.

Por todo esto, lo mejor que podemos hacer por la Constitución es intentar solucionar las cosas que en el 1978 quedaron cojas, si es que se puede, y sobre todo, dar cabida a los nuevos desafíos que han aparecido en este tiempo. Entre las tensiones que quedaron sin resolver en el momento constituyente, el mayor ejemplo, aunque no el único, es el modelo de organización territorial del Estado.

Además, hay que hacer una relectura, con participación de mujeres, que elimine todas las instituciones patriarcales de la Carta Magna y alumbre un pacto constitucional con perspectiva de género que dé respuesta a todas las demandas que el movimiento feminista está poniendo en evidencia. Por otro lado, también haría una reforma en clave ambiental. El artículo 45 de la Constitución se limita a reconocer «el derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona», algo que resulta hoy insuficiente para los retos a los que se enfrenta el planeta. Yo abogo por introducir el derecho a un medio ambiente sano y equilibrado que se contemple como uno de los derechos fundamentales, de tal forma que el título sobre derechos y deberes constitucionales aúne el progreso social, el económico y el ambiental, asumiendo así el principio de sostenibilidad y reconociendo la necesidad de una transición ecológica justa que no deje a nadie atrás.


Rosa Martínez

Diputada de Equo por Bizkaia

«Los retos del Siglo XXI no entran dentro de un pacto de hace 40 años»

La Constitución ha servido para establecer un pacto social por el cual nos hemos regido estos 40 años. Ha sentado las normas de convivencia, desde la Jefatura del Estado, el Poder Judicial, la política territorial, los derechos, etc. Ha cumplido con su papel, en algunos casos con más éxito y en otros con lagunas. Pero, a medida que la sociedad española y el mundo han avanzado, la Constitución se ha mostrado insuficiente. Yo creo que la perspectiva debe ser esa, los retos a los que nos enfrentamos en el siglo XXI no entran dentro de un pacto constitucional, social y político hecho hace 40 años.

Además, hay una cuestión generacional. El 70% de la población española no votamos esa Constitución, así que es lógico, legítimo y normal que haya cuestiones que se pidan cambiar. La crisis del 78 -en cuanto a la cuestión territorial y toda la renovación y restructuración del sistema judicial y de partidos- nos está diciendo que habría que retocar algunos puntos. No se trata tanto de una confrontación, sino de mirar al pasado para avanzar.

El debate territorial creo que es inevitable. Primero, habría que tener un debate constituyente territorial y luego ver a qué acuerdos se llega y si es necesario tocar la Constitución, que seguramente sí. Creo que reformarla nos daría también la oportunidad de crear una justicia más independiente, aparte de todo lo que se refiere de dotar a los derechos de una mayor protección y consolidación. Y, por supuesto, hay que incluir los llamados derechos de cuarta generación, que son los que tienen que ver con el medio ambiente -no podemos tener un pacto social de espaldas a la naturaleza-, los derechos digitales y tecnológicos, el derecho a la ciencia, etc.

¿Ahora es el momento de reformarla? Creo que es el momento de empezar a tener debates que lleguen a acuerdos para décadas, pero el problema es que no estamos debatiendo. Reformar la Constitución sin unos debates profundos previos, será poner parches o simular que hacemos algo.

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