Siglo XXI

«No soy partidaria de las cuotas obligatorias»

En 1981, Soledad Becerril se convirtió en la primera ministra desde la Segunda República. Más tarde, en la primera alcaldesa de Sevilla y en la primera Defensora del Pueblo. Treinta y siete años después, se retira de la vida política.

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Alejandra Espino
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23
octubre
2018

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Alejandra Espino

Está leyendo a Bauman, un filósofo al que admira, pero regresa por las noches a la poesía, a los hermanos Machado, principalmente. Soledad Becerril (Madrid, 1944) es licenciada en Filosofía y Letras, especializada en filología inglesa por la Universidad Complutense. Dio clases en la Universidad de Sevilla, pero cambió las aulas por el Congreso de los Diputados, convirtiéndose en la primera ministra desde la Segunda República en 1981. Después sería la primera alcaldesa de Sevilla y la primera Defensora del Pueblo. Tras casi cuarenta años de vida pública, se retira. Y presenta una suerte de memorias urgentes: ‘Años de Soledad’ (Galaxia Gutenberg).

¿Por qué cambió la filología inglesa por la política?

Porque era el momento, se daban las circunstancias objetivas para dar un paso hacia la política por parte de cuantos teníamos la suerte de poder hacerlo; teníamos formación suficiente para darnos cuenta de que era un momento decisivo para España. En mi caso, desde luego, consciente de que no muchas mujeres tuvieron la posibilidad de ir a la universidad, por ejemplo, de que tuvieron que abandonar los estudios de manera temprana, de que era difícil, siendo mujer, dedicarse a la vida pública. En las primeras elecciones, en 1977, había en el Congreso 350 diputados, y sólo 21 mujeres (y seis senadoras). Tomé conciencia y me comprometí políticamente.

¿Por qué escogió el centro-derecha y no el centro-izquierda?

Antes de formar parte de Unión de Centro Democrático (UCD), conocí a Joaquín Garrigues Walker en Sevilla. Él y algunos amigos comunes me convencieron de su proyecto y de sus ideas respecto a la democracia que querían, basándose en la defensa singular de las libertades «de todos los días», como él decía, de las libertades cotidianas, y de los derechos; así que me afilié a su partido, Partido Demócrata y Liberal.

«No son suficientes los procedimientos que tenemos para evitar la violencia contra las mujeres»

Fue una de las fundadoras de la revista La Ilustración Regional, que reivindicó el historicismo andaluz…

Fue una iniciativa de un grupo de sevillanos a principios de los 70; casi todos los implicados trabajaban en el Servicio de Estudios del Banco Urquijo, como Ricardo Sánchez de la Morena, dirigido por el catedrático de Hacienda Jaime García Añovero. Decidimos fundar un revista basaba en la defensa de la democracia, de las libertades, del Estado de derecho. El régimen anterior estaba agotado. En la revista hice de todo, desde labores de secretaria hasta buscar financiación. El director fue un sevillano que había estado exilado en Francia, Ignacio Romero. Sí, abordamos lo que entonces se llamaba «la cuestión regional», las aspiraciones, deseos, la cultura, los rasgos, la identidad, historia, esperanzas y ambiciones de Andalucía. Después, con las primeras elecciones, los fundadores y colaboradores tomaron una u otra dirección política, pero mantuvimos la amistad.

Hablando de «la cuestión regional», ¿la situación en Cataluña tiene solución?

Espero que sí, espero que se encuentre la manera de que los ciudadanos de Cataluña vuelvan a sentirse satisfechos con el proyecto común de España, que seamos capaces de lograrlo. La situación es grave, muy difícil, por varios motivos. Uno, porque hay un gobierno en Cataluña que atiende a menos de la mitad de los votantes y actúa desde ahí, sin pensar en la totalidad de los ciudadanos. La sociedad es plural y diversa, y no se debe gobernar nunca pensando solo en un sector. Después, porque se están utilizando símbolos, como ese lazo amarillo, que parecen indicar que quien lo porta es mejor, más auténtico, más de la tierra, mejor ciudadano, y esa manera de identificar a las personas no me gusta, e históricamente ha sido nefasta.

Soledad Becerril

¿Qué podemos hacer el resto de españoles?

Animar a aquellos grupos sociales que están silenciosos para que se expresen, para que hablen, para que hagan públicos sus sentimientos, que no tienen por qué concordar con las directrices del Gobierno. Son una mayoría silenciosa. Por otro lado, hay que apoyar al Gobierno de la Nación en aquellas medidas procedentes, medidas que sirvan para unir y respetar la ley, prioridad en el Estado de Derecho.

¿De qué depende que haya políticos como usted, como Suárez o Anguita, pocos, en cualquier caso, que susciten un respeto unánime del contrincante?

Llegar a acuerdos en la vida pública es bueno, mantener siempre un respeto mutuo también, en la vida en general, hacia los amigos y los adversarios. Hay que tratar de mejorar la convivencia, aunque no pensemos igual, eso nos hace mejores, más serenos, menos violentos, menos feroces, menos agresivos. Cuando uno trabaja en esa dirección, y lo hace convencido, sin que esto suponga decir que uno nunca se equivoca, se gana el respeto ajeno. La democracia es eso, convivencia. Y eso solo se hace posible si respetamos las reglas del juego, al adversario, al prójimo…

«Espero que se encuentre la manera de que los catalanes vuelvan a sentirse satisfechos con el proyecto común de España»

Durante esto años en política, ¿de qué se siente más orgullosa?

Han sido muchas etapas… tengo muy buen recuerdo de mis años de alcaldesa. La alcaldía permite un contacto con la ciudadanía tan fácil, directo, sencillo y espontáneo por ambas partes… guardo muy buen recuerdo de los vecinos de Sevilla, fue una etapa muy bonita, a pesar de los momentos durísimos que viví cuando el atentado en el que murieron dos compañeros míos. Fue una etapa vivida con la alegría de poder solucionar pequeñas cosas que facilitan la vida a muchas personas, sin mucha burocracia. También guardo muy grato recuerdo de la Transición, de todas las decisiones tomadas por el rey Juan Carlos, al que siempre agradecí su labor, del presidente Suárez, de Calvo Sotelo, quien me nombró ministra.

Ha mencionado el asesinato, en 1998, del segundo teniente de alcalde, Alberto Jiménez Becerril, y su esposa, Ascensión García Ortiz. También vivió con anterioridad el 23-F. ¿En algún momento pensó en abandonar?

No. Y menos en los momentos difíciles. Al contrario, tuve la fuerza suficiente para hacer lo que creía que podía y debía hacer. En el caso del Golpe de Estado, permanecer al lado de mis compañeros y apoyando la decisión del Rey de defender la democracia. En el atentado de Sevilla saqué fuerza para ayudar a la familia y rendir el homenaje que, como servidores públicos, merecían mis compañeros. No, nunca pensé en abandonar.

Se me ocurren pocas maneras de abrir y cerrar una larga trayectoria política tan agradecidas como las suyas: ministra de Cultura y Defensora del Pueblo. ¿Cuánto de azar hay en política?

Es verdad, no lo había pensado… ¿Azar? Bastante. Una puede tomar decisiones en función de una circunstancia concreta sin ser hacedora de la circunstancia en sí, por tanto, puede o no salir bien. En cualquier caso, me siento muy afortunada, algo que tiene que ver con el azar, pude tener estudios universitarios cuando no era frecuente, me eduqué en una familia en la que había mucho amor, con suficientes medios económicos, donde el ejemplo del esfuerzo y del trabajo de mis padres presidía… y después de casi treinta años de servicio público, he decidido dar un paso al lado, aunque mi interés por la política sigue intacto.

Soledad Becerril

El suyo es un caso insólito: primera mujer ministra desde la República, primera alcaldesa de Sevilla, primera mujer Defensora del Pueblo. ¿Hubo, hay, habrá machismo en la política?

En este momento, hay una situación para muchas mujeres muy difícil y terrible, de amenaza por parte del marido o de su pareja, de una violencia muy grande, en general. En España y fuera de España. Y esa violencia utiliza a los menores para vengarse de la mujer, algo gravísimo y doloroso. No son suficientes los procedimientos que tenemos para evitar o disminuir estos actos de violencia, hay que reforzarlos y actuar con mayor rapidez. En cuanto al machismo, no lo veo ahora, al menos en la vida pública. Es cierto que se observa excesivamente la indumentaria de la mujer, si está guapa, más vieja… no solo en política. Es propio de la sociedad de consumo. Por fortuna, ya no sufrimos las discriminaciones de otros tiempos, pero sigue siendo difícil tener una vida en familia, sosegada, y un trabajo profesional.

¿La política ha interferido mucho en lo privado, en su caso?

Me he dedicado voluntariamente a eso, no tengo queja que hacer hacia nadie; estoy contenta con mi vida. Además, por fortuna, mi familia me ha apoyado siempre, nunca se ha quejado.

¿Le parece bien la paridad obligada?

No he sido nunca partidaria de obligaciones, al menos de señalar tantas obligaciones, creo que existe un exceso de reglamentación. Me parece muy bien que la sociedad sea plural y, teniendo en cuenta que más de la mitad de la población son mujeres, me llama la atención que en los consejos de administración de las empresas o las instituciones importantes los altos cargos los ocupan solo hombres, pero no soy aficionada a las cuotas obligatorias.

«No olvido el cuerpo tendido en la playa de Aylan»

Hábleme de su experiencia en los campos de refugiados que visitó…

Como Defensora visité todos los centros de internamiento en España, las cárceles, los Centros de Internamiento para Extranjeros -los CIES-, he hablado con los responsables, con las personas que están allí, con las ONG que prestan servicios muy valiosos, con abogados, policías, etc. y he tomado siempre las decisiones que creía oportunas. Había centros que no estaban en buenas condiciones. Recuerdo uno de mujeres en Andalucía que, tras visitarlo, hablé de inmediato con el ministro del Interior para que lo cerrara porque había humedad, el patio contaba con unas dimensiones mínimas, había malos olores… eso lo he hecho en muchas ocasiones, y he solicitado determinadas medidas para mejorar la estancia en los campos de refugiados. Recuerdo uno cerca de Amán, con cerca de 70.000 personas, el de Zaatari, que me impresionó muchísimo: era una ciudad efímera, casi toda con población siria, con escuelas, centro médico, talleres, supermercado… pero una vida tristísima para quienes estaban allí, sin saber cuánto tiempo permanecerían en ese lugar, si podrán volver a su país… He visitado otros, como el de Macedonia. Hay que conocer la realidad para poder mejorarla.

¿Uno se repone de esas experiencias?

Sí, mentiría si te dijese que no. Pero te dejan una conciencia permanente, no lo olvidas. No olvido el cuerpo tendido en la playa de Aylan, tampoco una foto que salió en prensa en la que se ve a una persona mayor portando una vieja maleta muy grande, como de los años 60, muy deteriorada, de la que sale la cabeza de un niño. Me pregunto a menudo de dónde vendrían, cuándo podrán regresar a su casa, si su casa seguirá en pie.

¿A quién admira dentro de su espectro político y como contrincante?

Admiro a muchas personas que se dedican a la vida pública con voluntad de hacer algo por la sociedad. Guardo muy buen recuerdo de algunos compañeros míos de Unión de Centro Democrático; algunos se retiraron cuando perdimos las elecciones, con serenidad, con dignidad, sin reproches. Personas que piensan en el bien común y que no son agrias, ni broncas, ni mantienen peleas detestables.

Con quién se tomaría un café, ¿con Iglesias, con Rivera, con Sánchez?

Iglesias no tendría interés ninguno, ni afán, en dedicarme un cuarto de hora, es más factible que Pedro Sánchez me dedique cinco minutos, Rivera siete o Casado cuatro.

Casado lo daba por hecho…

No me he reunido con él, está muy ocupado.

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